Me gustó la sonrisa irónica de Hansi Flick en la rueda de prensa previa al partido contra el Benfica. Seguramente el Estadio da Luz es el campo de sus sueños. El que le trae un recuerdo inolvidable. No creía que iba a evocar aquel resultado tan infame, aunque disimuló y dijo que hablaba de la final de la Champions del 2020, y que era cosa del pasado. Pero aquella cátedra de fútbol con la que castigaron de forma humillante la pasividad de una de las mejores plantillas que ha tenido el Barça resultó inmortal para él y los alemanes del Bayern de Múnich.
Y para Flick, Lisboa sigue resultando un amor imperecedero. Lo confirmó anoche otra vez. Puede que haya experimentado todos los sentimientos en un partido no apto para cardíacos. Primero, los agradables. Volvía al escenario donde estrenó el único título de Champions que tiene. Después pudo sentir rabia por los errores de Szczesny, al que dio la titularidad en este partido contra el Benfica pensando en su mayor experiencia europea. Un poco más de cabreo porque cuando parecía que el Barça enderezaba el partido y podía inclinarlo de su lado, recibía más golpes inesperados e inexplicables.
Pero todo es dulce y apasionante en Lisboa para Flick. Como el mismo fado. Pudo ser triste (4-2). También pudo ser benevolente (4-4). Pero acabó siendo divertido y milagroso, espectacular y bello (4-5).
Y esta vez la carcajada final fue otra vez de Flick y de ese Barça que tuvo en Pedri a su líder organizador y en Raphinha el goleador in extremis. La Champions es el título que parece más próximo para ser conquistado por el Barça. Han pasado diez años de aquella exhibición en Berlín, con Messi, Neymar y Luis Suárez. Fue el quinto título en esta competición. También fue en un año que acababa en 5, que parece el número favorito del Barça esta temporada. De este Barça que descubre que en la Champions todo parece diferente. Los rivales, los árbitros, el VAR, la mentalidad del equipo. Todo.