Y en medio de la magna tormenta que empapaba sin tregua a la siempre seductora Lisboa, al Barça se le hizo Da Luz. Solo un equipo ganador, con aura de campeón, es capaz de cuajar remontadas como la que se vio el martes por la noche en la capital portuguesa. Los de Flick fueron perdiendo por 3-1 y 4-2 pero terminaron imponiéndose por 4-5, con tesón y virilidad, en un pasional encuentro plagado de secuencias surrealistas.
En Lisboa siempre pasan cosas. Su vinculación histórica con el Barça es indisociable. Aunque el primer episodio no ocurrió en su territorio, sino que tuvo al equipo local, el Benfica, como protagonista. Fue en 1961. Las Águilas se coronaron campeones de Europa en la final de los postes cuadrados, en Berna, con el mítico Ramallets bajo palos, en los últimos coletazos del Barça de Kubala. Aquella derrota, injusta, privó a los azulgranas de su primera Copa de Europa y abrió la profunda herida del desamor.
El ansiado trofeo no llegó a las vitrinas culés hasta cuatro décadas después, en 1992. Y, como no podía ser de otra forma, también pasó por Lisboa. El Barça tuvo que superar al Benfica a dos partidos. No lo consiguió en Da Luz, donde terminaron empatados (0-0), y resolvió la eliminatoria en Barcelona con goles de Stoichkov y Bakero (2-1). Aquella temporada mágica, en pleno esplendor del Dream Team de Cruyff, desembocó en Wembley, con la falta de Koeman que tumbó a la Sampdoria (0-1) y trajo la primera orejona. La represión contenida durante tantos años de sequía originó una tremenda explosión de placer.
En 2006 se repitió una historia muy parecida. A las órdenes de Frank Rijkaard, el Barça de Ronaldinho se estrelló en Lisboa y no pasó del empate (0-0). Doblegó al Benfica en el Camp Nou con goles del propio Ronnie y de Samuel Eto'o (2-1). Aquella temporada, que seguía el guion de 1992, se coronó de igual forma: con la segunda Champions de la historia culé, conquistada en París frente al Arsenal de Henry (2-1). La fiesta empezó a ritmo de samba y terminó en orgía.
Las siguientes visitas a Da Luz tuvieron menos simbolismo. Una victoria sobria en fase de grupos con el mejor Barça de Messi (0-2), el que logró el récord de puntos en Liga a las órdenes de Tito Vilanova, aunque no tuvo efecto talismán en Europa. O una derrota dolorosa, con Koeman en el banquillo culé, en otra fase de grupos (3-0). Fueron casos evidentes de aquí te pillo, aquí te mato.
Aunque para dolor, el que provocó la humillación recibida a manos del Bayern en Lisboa (2-8), durante la Champions que se jugó el verano de la pandemia. Ocurrió en 2020, con Quique Setién situado de forma accidental en el banquillo culé. El Barça de Messi, Luis Suárez, Piqué, Jordi Alba y Busquets, entre otros, fue ridiculizado por la apisonadora bávara que dirigía Hansi Flick. Un poco de celos, traiciones, infidelidades, egos y luchas de poder acabaron con ese Barça histórico.
Los caprichosos designios del destino han querido que aquel entrenador que nos vapuleó con su engrasada maquinaria germánica sea el mismo técnico que nos ha dirigido a una remontada épica contra el Benfica. Entonces cayeron 10 goles en Da Luz, mientras que esta noche han sido solamente 9. Bendito Flick. Qué maravilloso es el fútbol. Y qué depravada e insaciable eres tú, amada Lisboa.