Joan Laporta siempre ha destacado por ser un dirigente valiente y locuaz. Es el único presidente del FC Barcelona que ha ganado dos Champions y fue él quien apostó por Pep Guardiola en un momento crítico. Hoy, también es aplaudido por fichar a Hansi Flick, pero encalla en la búsqueda de soluciones para paliar la delicada situación económica del club. Las famosas palancas acabarán siendo un lastre para un Barça que vive al día y que cerró el curso pasado con un déficit de 91 millones de euros.

Presidente del Barça entre 2003 y 2010, Laporta recuperó la presidencia del club en 2021. Entonces prometió que tenía la receta para sacar a la entidad del pozo y por no tener, no tenía ni los avales necesarios para acceder a la presidencia. Jaume Roures y José Elías acudieron al rescate y Laporta se encomendó a Ferran Reverter y a Eduard Romeu para reconducir la deuda. El CEO dimitió a los 11 meses y el vicepresidente económico se borró del Barça el pasado 14 de marzo.

Laporta, cada vez más aislado, defiende su estilo presidencialista. También presume de "dirigir el Barça como una empresa familiar", tal vez porque se rodea de familiares y amigos, pero los números del Barça son un desastre. Él insiste en que la institución está mucho mejor que hace tres años, pero sus proclamas son cuestionadas por una oposición cada vez más activa.

El sábado 19 de octubre, un día sin partido en el Camp Nou, se celebrará la asamblea de compromisarios que debe validar el cierre de la pasada temporada y el presupuesto del curso actual. Hace un año, Laporta asumió el compromiso de celebrar su encuentro con los socios de manera presencial, como se había hecho siempre hasta la pandemia, tras la petición que le hizo el expresidente Joan Gaspart.

Laporta, sin embargo, no las tiene consigo. Teme que le rebatan los números y que le pidan explicaciones por los problemas del Barça para fichar futbolistas. Y su solución ha sido la más drástica e impopular al evitar el contacto directo y la posibilidad de que algunas intervenciones de los socios puedan resultarle desagradables. También ha valorado la posibilidad de que algunas proclamas suyas fueron pitadas.

La justificación de Laporta para defender el formato virtual es impresentable. Ni hay más participación con el formato virtual ni es de recibo que se excuse en las obras del Camp Nou. La asamblea de compromisarios podría celebrarse en el Palau Blaugrana, pero también en el Palau de Congressos.

Laporta se equivoca y juega con fuego. En una asamblea presencial, el presidente podría silenciar a sus detractores con el buen momento del equipo de fútbol, con los elogios a la cantera del Barça y con las obras del Camp Nou. También podría argumentar que las negociaciones con Nike progresan adecuadamente y que el club tendrá el mejor contrato del mundo. Laporta es un gran orador, pero algo no le encaja. El Laporta valiente se ha convertido en un Laporta con miedo, cobarde, que evita el contacto directo con sus detractores. Poco queda ya del Kennedy catalán de 2003