Ronald Araujo no va camino de ser el gran caso abierto del verano: ni por el jugador que representa, pero tampoco por los pretendientes que tiene. Se ha hablado mucho de las supuestas ofertas que el Barcelona ha tenido para sacárselo de encima e, incluso, que ahora es el propio Hansi Flick quien le da confianza para seguir. Me pregunto, en paralelo al tema principal de este artículo, si realmente el entrenador alemán ya ha aterrizado o todavía está intentando entender los cruces en el Eixample entre coches y bicicletas.
Nada más lejos de la realidad. El club quiere sacarse, como sea, al uruguayo de encima. Hay más de uno que ya está poniendo unas cuantas velas para que haga una buena Copa América. Por cierto, en la edición de 2021 en Brasil, Araujo formó parte del plantel de su selección, pero no lo sacaron. No es, quizás, ninguna casualidad que en su casa también le vean algunos defectos.
Las informaciones que llegan en los últimos días es que la directiva azulgrana deberá aceptar con resignación que no pueden enchufar a Araujo en otro equipo: no hay business ni nadie que lo quiera lo suficiente para dar un paso firme por él. Desde los cuartos de final de la Champions contra el PSG, el run-rún que circula es que no es un defensa para el Barcelona y es demasiado malo para seguir jugándose competiciones de peso con él en el campo.
La otra parte de esta historia la protagoniza él mismo. Lamentablemente, Araujo está convencido de que es un gran jugador. Y digo lamentablemente porque, de este modo, nunca será capaz de hacer autocrítica e intentar mejorar las grandes debilidades que tiene. Supongo que el entorno de los futbolistas de las últimas décadas provoca situaciones así: jugadores irrelevantes para grandes equipos que, no sabes cómo, pero allí siguen como el jarrón que decora tu casa.