Hay besos y abrazos que transmiten y contagian felicidad. Está el beso de Rubiales, que descubre a un abusivo mandatario del mundo que acaba con su carrera y prestigio. Y los barcelonistas han comenzado a descubrir los besos y abrazos de Joan Laporta, que en la foto aparentan sinceridad y hasta parecen emotivos, pero son traicioneros, sinónimos de infidelidad. Son abrazos y besos que matan.

Durante la pandemia por la Covid-19, la ciencia médica decidió que la única fórmula que podía contener o evitar el contagio era eludir los besos y los abrazos, además de mantener cierta distancia. Nos pusieron la mascarilla y entonces había pocas posibilidades de ejecutar una de las formas típicas de saludarnos. Nadie ha podido explicar hasta ahora a quién besó o se abrazó el Barça para que todavía esté marcado como uno de los pocos clubes importantes que padece los efectos de esa pandemia. Tampoco nadie podrá explicarnos que pasa con los besos y abrazos de Joan Laporta que hoy no conquistan sino que acaban siendo agrios y huelen mal.

Laporta, que siempre ha ido por la vida de "Juan sin miedo", pasará a la historia por una primera etapa exitosa al frente de la dirección del club, y por una segunda en la que toda su gestión tiene muchas grietas y ha perdido toda esa aureola de triunfador que llevó a muchos culés a darle el voto de la nostalgia. Hay un refrán quijotesco que dice que nunca segundas partes fueron buenas. Laporta lo está experimentando. Hasta él mismo se traiciona. Para la historia quedará la promesa incumplida de la continuidad de Leo Messi, el más grande futbolista que ha vestido de azulgrana. Y en el momento de abrir la puerta de atrás justificar la marcha del argentino con un "no estoy dispuesto a hipotecar el club durante 50 años por nadie".

A un mito como Messi siguió otro como Ronald Koeman, y el último ha sido Xavi Hernández, todo un buenazo que no solo ha dado las gracias. Ha perdonado dinero al ser despedido también por la puerta de atrás. Hoy, muchos socios y aficionados están esperando que Laporta se mire al espejo y se lance besos y se abrace. Entonces puede que descubra que el próximo en marcharse tiene que ser él.