Llegan, presuntamente, lustrosas ofertas de tres cifras en el lado de los millones desde Arabia Saudí por algunos jugadores del Barcelona de un tiempo a esta parte. Son un poco como el lado del cuadro de cuartos que les tocó a los azulgranas en la Champions: demasiado bonitas para fiarse. Pero vamos, igual que cualquier otro rumore, rumore del mercado de fichajes a estas alturas de temporada. Eso sí, en el caso del petromoney árabe, incluso si las últimas noticias no fueran más que una chusca táctica de promoción perpetrada por el entorno de los futbolistas en cuestión, en solitario o conchabados con el propio Barça, la maniobra no está en absoluto mal tirada. Porque desde el punto de vista de la Saudi Pro League, la mastodóntica inversión realizada durante las últimas dos temporadas para atraer a talento de la élite del fútbol pide continuidad. Sobre todo, teniendo en cuenta que ha sido bastante exitosa.
Que exjugadores como Cristiano o Benzema orienten la proa de sus ponientes carreras hacia las costas de Oriente Medio no deja de ser típico. Aunque el abordaje se vista de seda, corsario se queda. Pero engatusar a futbolistas del Tier 2 de las más importantes ligas europeas como Sadio Mané, Laporte, Milinkovic-Savic, Gabri Veiga, Bounou o Carrasco sí que significó la apertura de una brecha sorprendente para un campeonato semi-amateur. Como estos bravos mercenarios ya empiezan a dar entrevistas quejándose del rancho y las espadas sin filo, no es en absoluto descartable que los jeques futboleros activen este mismo verano la fase tres de su plan: agenciarse, a cara de perro, a un buen puñado de estrellas de unos cuantos clubes históricos del fútbol europeo.
En esa tesitura, el Barça no parte ni mucho menos en una posición incómoda. Endeudado sin parangón en su historia y castrado aún en el mercado por la normativa de Fair Play Financiero de La Liga, realizó un esfuerzo titánico para acomodar en lo más alto de su escala salarial a jugadores como Lewandowski, Raphinha, Koundé, Christensen, Frenkie de Jong o Gündogan. Todos ellos, con sus altibajos, han tenido un impacto positivo en el club. Pero a nadie escapa a estas alturas que su aportación a este proyecto, ya sea por edad o por condiciones, es más contingente que necesaria. Son actores principales en la transición, pero difícilmente lo serán en esa construcción a la que tanto apela Xavi Hernández.
Estoy convencido de que la conjunción astral de alguna, una sola, oferta sustanciosa desde Arabia por uno de ellos con el advenimiento de esta hornada de centrocampistas jóvenes, más las ascensiones casi místicas de Lamine Yamal y Pau Cubarsí y la necesidad de demostrar que Vitor Roque no es un despilfarro sino una inversión, tendría mucho más de positivo para este Barça que de negativo. Aunque Joan Laporta se hace el interesante en las entrevistas, tampoco creo que si se presenta la ocasión vaya a hacerle ascos a una pasta que sin duda allanaría su tortuoso camino. No solo por ser una suerte de lotería para un club asfixiado por sus gastos comunes, sino porque es imposible predecir cuándo se cansarán los niños ricos de la pelotita de fútbol y la tirarán a la basura para ponerse a jugar fuerte con otras. Seguramente, para el Barcelona, es ahora o nunca.
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