Ahora mismo nadie da un duro por este Barcelona. Motivos no le faltan a la gente para pensar que estamos ante el final de algo, si no de un ciclo, sí, al menos, a la defunción de un proyecto que ya nació con mal pie -Xavi nunca fue el preferido de Laporta- y que a medida que iba pasando el tiempo se iba precipitando al abismo. Pero no el de Nietzsche, que te devuelve la mirada, sino uno mucho más amargo y nefasto, alimentado por una gestión torticera, fruto de la improvisación, la testiculina y las malas decisiones.

Xavi aterrizó en Barcelona cargado de ilusión, convencido que su ideario sería capaz de darle un giro de 180 grados al relato blaugrana. Conocía de primera mano la idiosincrasia del club, los totems del entorno y los vericuetos de Laporta, y aun sí llegó con la maleta repleta de sueños y deseos. Su barcelonismo le cegó hasta tal punto que no se dio cuenta de que se metía en la boca del lobo, un lobo hambriento y voraz, con ganas de destripar al primero que se cruzara por su camino.

Dos años y medio después de su llegada, Xavi ha claudicado. No ha podido domar a ese lobo, que poco a poco le ha ido devorando las entrañas. Su solución -dar un paso al lado para poner el foco en los jugadores en busca de una reacción- ha demostrado ser del todo estéril. Es cierto que aún queda la carta de la Champions, pero a día de hoy nadie se atreve a asegurar qué pasará si el equipo cae eliminado ante el Nápoles.

El anuncio de la dimisión en diferido sólo ha servido para poner fecha de caducidad al proyecto. Nada más. Ahora, Xavi lleva permanentemente la soga al cuello, pendiente sólo del día que decidan cuándo va al cadalso. Si el equipo es capaz de aguantar el tipo -el listón de mínimos es clasificarse entre los cuatro primeros en la Liga, por la Champions, y si puede ser segundo, por la Supercopa, mientras que en Europa es superar la fase de octavos-, Xavi seguirá hasta el 30 de junio. Si no, tendrá que hacer las maletas antes.

Pero con la marcha de Xavi no se solucionará nada. El lobo seguirá en la estepa, esperando la próxima víctima. Ni Herman Hesse sería capaz de describir un depredador tan cruel y mortífero. Y el principal problema es que nadie en el club sabe cómo ponerle el lazo, cómo evitar que acabe devorando el club, como si fuera Saturno a su propio hijo.

Y para aquellos que me puedan tildar de catastrofistas, sólo recordarles las últimas declaraciones de Deco. El director deportivo del club, aquel que debería ser el principal guardián de nuestras esencias, repudiando el modelo, y aunque después acabe recogiendo cable y obligado a dar marcha atrás, a base de surrealistas desmentidos -hablar de fallo en la transcripción cuando la entrevista se hizo en portugués a un medio portugués suena un poco a excusa de mal perdedor-, la letra queda, grabada a fuego, sin matices, sin aristas, tan seca como la mojama.

Veremos cuáles serán los pasos de Laporta a partir del 1 de julio. La decisión de la elección del nuevo entrenador se antoja vital, no sólo para el futuro del presidente y su mandato, sino, visto como está la situación institucional y económica del club, también para la propia supervivencia del FC Barcelona.