La derrota frente al Girona es de aquellas que escuecen (2-4). Claro que fueron molestos los empates contra Getafe, Mallorca, Granada y Rayo. Claro que duele perder contra el Real Madrid. Claro que dejó muy mal poso aquella derrota inesperada contra el Shakhtar. Sin embargo, la de este domingo ante los de Míchel es diferente. Es difícil explicarla y deja una sensación incómoda, desagradable.
Porque esos empates, o la derrota ante el Shakhtar, son las típicas trampas. De que el equipo sale despistado. De que el factor campo juega muy en contra por ser equipos que se encierran a cal y canto. De que los arbitrajes acaban siendo un poco caseros... pero esta derrota ante el Girona no tiene excusa. Xavi Hernández y todo el equipo estaban sobre aviso, estaba cantado que era un partido marcado en rojo, donde se necesitaba la mejor versión del equipo. Y lo peor es que los jugadores le pusieron ganas, le echaron coraje, fueron en tromba hacia adelante. Y con todo eso no bastó.
El Barça de Xavi fue insuficiente y encajó un resultado sonrojante en casa. Encajar cuatro goles contra el Girona sonaría a ridículo en otros tiempos. Y ahora podemos obviar el término humillación porque es verdad, como dice Xavi, que "el Girona es un señor equipo". Pero no podemos perder de vista la realidad. No deja de ser el Girona, con un presupuesto de 59 millones. El del Barça es de 800 millones de euros más.
El poso que queda huele mal. Es de un Barça que no convence. Que no se encuentra. Que sigue jugando a ratos. Que se gusta a ratos. Que se desconecta demasiado rápido. Que no tiene la fortaleza suficiente como para acertar e imponer su teórica superioridad contra el Girona.
El Barça de hoy es un equipo que vive acelerado, al que se le intuyen urgencias, porque sus delanteros van necesitados de gol. Y se precipitan. Lewandowski se mueve por el área con ansia de balón y en ocasiones la mete, pero en otras estorba a sus compañeros y le quita un remate claro a Araujo. Y cuando no la recibe, se desfoga con broncas. Da igual que sea Lamine Yamal o Frenkie de Jong. El polaco exige a sus compañeros una perfección que él mismo no está ofreciendo. Raphinha, Joao Félix y Ferran Torres transmiten la misma ansiedad, más pendientes de su situación personal que hacer mejor al equipo.
Los reproches de Lewandowski, la cara de Pedri al ser sustituido, la autocrítica frustrada de De Jong, la intermitencia de Joao Félix y Cancelo, la ansiedad de los delanteros, los errores de Christensen, y sobre todo de un Koundé más pendiente de la moda y de sus peinados que de frenar a los rivales, hacen pensar que algo falla en este equipo. Xavi debe coger el toro por los cuernos cuanto antes. Si no, el toro se lo acabará llevando por delante.