El ensañamiento que está sufriendo el FC Barcelona con el caso Negreira no sorprende. En can Barça estamos ya acostumbrados a estas explosiones mediáticas antes de ser juzgadas. La sanción de la FIFA por los fichajes de menores, el caso Neymar y el posterior caso Neymar 2 que acabó en nada, el delito fiscal de Messi, el encarcelamiento de Rosell, el Barçagate de Bartomeu y ahora el caso Negreira sufren unas penas de telediario muy por encima de las que afectan a otros clubes. Como de costumbre, nos dan por culpables antes de cualquier sentencia. Sin pruebas concluyentes. Obviando la presunción de inocencia. Hacer daño al Barça es muy goloso. 

El ejército no armado de Catalunya siempre está en el ojo del huracán. Y no importa si sus dirigentes son abiertamente independentistas, como Joan Laporta, o si eran más partidarios de mantener la autonomía constitucional actual, como la junta que lideraron Rosell y Bartomeu. Cuando se trata del Barça, la gran némesis del Real Madrid desde los años 90 --54 títulos oficiales contra 45 de los blancos en las últimas cuatro décadas--, todo vale. Y si hay ensañamiento, burla o humillación, mejor.

Pero, por mucho que digan, y por muy duro que se ponga el juez Joaquín Aguirre, la realidad es que el Barça todavía no es culpable de nada. Nadie ha demostrado que los pagos a Negreira fuesen para comprar a los árbitros y nadie ha demostrado que los arbitrajes beneficiasen al Barça. No es normal que el propio juez diga que los pagos perseguían obtener un beneficio deportivo "por pura lógica". "Se presume por pura lógica que el FC Barcelona no pagaría al vicepresidente Negreira en torno a 7 millones de euros desde el año 2001 si no le beneficiara", dijo exactamente.

Es cierto que se han echado en falta unas explicaciones más contundentes del presidente Laporta para defender los intereses del club, pero hay que respetar los tiempos de la justicia. También es verdad que el dirigente culé pide ahora una presunción de inocencia que él mismo ha obviado en alguna ocasión, cuando se trataba de acusar a otros... pero eso forma parte de esas dos caras del presidente Joan Laporta. El que dice querer a Messi y luego le da boleto. 

Un dirigente carismático, que se desvive por el Barça pero que, al mismo tiempo, parece despreciar algunos de los colectivos más débiles del propio club. Las secciones, los trabajadores que no son afines a su ideología o Barça TV han sufrido los recortes de un presidente que lo apuesta todo al éxito del primer equipo. Un presidente que en tiempos de recortes permite una subida de los salarios de los altos directivos de 3,7 a 6,1 millones de euros.

Un presidente que presume de beneficios cuando todo el mundo sabe que el Barça está en la ruina económica. El club anuncia 304 millones de beneficios gracias a una inyección de 400 kilos por vender el 15% de los derechos televisivos del club procedentes de la Liga durante 25 años y otros 200 kilos más de la venta del 49,9% de Barça Studios aunque solo se han cobrado 40 millones por ahora. ¿Esto quiere decir que el club habría cerrado con 300 millones de pérdidas sin las palancas? 

No hay que olvidar que el año pasado (2021-22) también se cerró con beneficios gracias a las palancas. La venta del 10% de los derechos de TV a Sixth Street supuso una inyección de 267 millones que permitió cerrar el ejercicio con 98 millones positivos en lugar de 170 kilos de pérdidas. Tras dos años salvando los ejercicios contables con palancas / venta de activos, por fin el Barça aspira a cerrar la nueva temporada con 11 millones de beneficios sin palancas.

Laporta también presume de reducir la deuda neta en 128 millones de euros. Ahora se deben 552 millones, pero cuando llegó dijo que se debían 1.500. Entonces hablaba de deuda bruta, o deuda total, para dañar la imagen del anterior presidente. Ahora rebaja la magnitud de esas cifras descontando los cobros pendientes de los acreedores del club, que también existían antes. Al final, todo depende del relato y Joan Laporta es un maestro en esas lindes. Veremos si su habilidad dialéctica ayuda al Barça en el caso Negreira