El caso Negreira huele raro, pero es mejor no adelantar acontecimientos ni verter acusaciones si no se conocen a fondo los entresijos de esos contratos entre el Barça y el exvicepresidente de los árbitros españoles. Lo único que se puede decir, a falta de que los tribunales o quien quiera que sea dicten una sentencia, es que alguien en el club –más de uno– calculó mal las consecuencias de esos acuerdos.
De todos modos, este no es el error de cálculo del que quiero hablar en esta ocasión, sino de uno que se produjo hace un siglo, allá por 1922. Ocurrió en la barbería Pintó de la ronda Universitat de Barcelona, un local al que acudía a asearse gente de bien, como los mandamases de los clubes de fútbol de aquellos años: Joan Gamper, por parte del Barça, y Genaro de la Riva, por la del Español, entonces escrito con ñ.
Según ha llegado a nuestros días –aunque nadie puede decir a ciencia cierta qué fue lo que ocurrió–, el barbero y Gamper departían acerca de lo mal que le estaban yendo las cosas al Espanyol en materia económica, hasta el punto que la entidad tuvo que dejar el campo de la calle Muntaner por las deudas acumuladas con la propiedad. Desconocían que les estaba escuchando De la Riva, que se enfrentó al mandatario blaugrana: “¡Mientras viva, el Espanyol vivirá y si no tiene campo, yo le compraré uno!”.
De la Riva compró los terrenos en los que, en cuestión de meses, abrió el campo de Sarrià, pronto convertido en estadio, y de cuya inauguración se cumplen este 18 de febrero 100 años exactos. Es verdad, se equivocó Gamper en el fondo y en las formas, pero también lo es que el club blanquiazul tiene serios problemas de gestión desde su fundación, así que el creador del Barça tampoco iba tan desencaminado.