El Mundial de Qatar marcará un antes y un después. Más allá de polémicas y de cuestionar a este país por la violación reiterada de los derechos humanos, especialmente contra aquellos que construyeron y alzaron los estadios, está siendo un éxito. La vida y el mundo son así de crueles.
En paralelo a la denuncia que se ha hecho desde muchos sectores, ningún jugador ha renunciado a ir. En una época donde otras formas de ocio, desde el móvil hasta Netflix o HBO, se comen el espectáculo que supone el fútbol, éste ha resurgido por dos motivos: se celebra fuera de verano y adquiere un seguimiento sin precedentes de todos sus partidos, consiguiendo colarse entre la información más relevante y a las puertas de la Navidad.
Y por otro lado, los mismos que participan conciben este Mundial como un espectáculo que ya va más allá de la televisión y sus derechos. El paradigma o el cómo entender una unión de partidos entre selecciones ha cambiado totalmente. En este último aspecto, tenemos dos ejemplos de carne y hueso: Luis Enrique Martínez y Kilian Mbappé. Ambos introducen el mundo 2.0 --o 4.0, ya hace tiempo que me he perdido entre números y puntos--, desafiando todas las cláusulas existentes de responsabilidad que les unen con sus federaciones respectivas, la española y la francesa.
Tan cierto es que un profesional puede incurrir en penalizaciones si renuncia a ir convocado con su selección, como también conocer las normas del juego. Y entre ellas están respetar los acuerdos publicitarios, preservar la imagen, llevar un calendario marcado de apariciones ante medios de comunicación...
Todo ello, estos dos personajes se lo saltan. Luis Enrique con su Twitch y Mbappé negándose a fotografiarse con la copa de MVP por cada partido que sale aclamado como tal, porque lleva el logo de una marca de cerveza alcohólica como es Budweiser.
De hecho sí se fotografía con la copa, pero tapa con la mano el nombre de dicha cerveza. Por cada acción como esta, la federación francesa paga 30.000 euros de multa. En el caso de Luis Enrique, la broma aún no tiene ningún castigo. Sin duda, ellos dos también han contribuido a cambiar la manera de entender un Mundial. Como mínimo, sus normas. Lo hacen dos perfiles a quienes, de momento, el éxito los acompaña. Por eso se saltan todo lo que saben que no pueden saltarse.
Aunque cuando las cosas se tuerzan, quizás alguien les recrimine lo sucedido. Pero, en este caso, da absolutamente igual. El daño o no --depende de cómo se mire-- ya está hecho. El fútbol, cada vez más, es una unión de pequeñas estrellas que ven en el individualismo de otras disciplinas, como el tenis o la Moto GP, un gran atractivo para satisfacer sus egos y ganar todavía más. Y en el próximo Mundial, entrenadores y jugadores --como los citados-- serán la norma habitual.