Leo Messi, en su momento más crítico como futbolista del Barça, solicitó su salida del club a través de un burofax y, entre los muchos reproches que le hizo a Josep Maria Bartomeu, denunció que había hechos muchos malabares para renovar la plantilla. Hoy, un año después, es Joan Laporta quien hace malabares de todo tipo para justificar su gestión deportiva y económica. Con Messi, curiosamente, se superó y, para muchos, ejerció de trilero. Durante muchos meses enseñó la bolita hasta que ésta desapareció misteriosamente. La decepción fue sonada.
El Barça es un club deprimido desde el infausto 2-8 contra el Bayern. La primera noche negra de Lisboa facilitó la victoria de Laporta en las pasadas elecciones. Con una campaña muy plana, ganó por goleada. Le bastaba con no exponerse. No le interesaban los debates y rentabilizó la inmensa lona que colocó cerca del Bernabéu para convencer a muchos socios que buscaban nuevos estímulos.
Laporta ganó por goleada y sedujo a muchos barcelonistas con sus guiños a Cruyff y al pasado más glorioso de la entidad. Pronto, sin embargo, se demostró que el abogado barcelonés no tenía un plan para rescatar al Barça. Jan las pasó canutas para presentar el aval de 124,6 millones de euros que diera luz verde a su nombramiento como presidente azulgrana. La dimisión de Jaume Giró, el teórico hombre fuerte de las finanzas, abrió la primera crisis. La marcha del actual consejero de Economía y Hacienda de la Generalitat de Catalunya retrató las graves carencias del equipo de Laporta, rescatado por algunas amistades peligrosas y nada altruistas.
El presidente del Barça, hoy, tiene muchas contradicciones. En la parcela deportiva reivindica la figura de Johan, pero la mirada futbolística de Mateu Alemany y Ramon Planes va en otra dirección y Jordi Cruyff parece haberse escaqueado de la línea del frente. Las decisiones van condicionadas a la realidad económica del club, por mucho que Laporta vaya dando lecciones del 4-3-3 y de cómo debe jugar el equipo.
La gran obsesión de Laporta, sin embargo, son las cuentas del club, maltrechas por la mala gestión de Bartomeu y el coronavirus. Con la pandemia, los ingresos menguaron y las tensiones en la tesorería se dispararon. Con este panorama, el presidente tensó la cuerda para reducir drásticamente la masa salarial de la plantilla, con algunas rebajas más simbólicas que efectivas, y las salidas de Messi y Griezmann, los dos futbolistas que cobraban más.
Laporta ha sabido reducir costes en una situación crítica. El problema radica ahora en que debe generar nuevos ingresos, y su enfrentamiento con Javier Tebas resta más que suma, aunque el máximo dirigente sabe rentabilizar sus disputas con un discurso populista que compran los hinchas más fanáticos. Su táctica es simple y peligrosa: culpa de todos los problemas actuales y futuros de la entidad al legado que recibió, que no es poca cosa, pero se lava las manos por su incapacidad para captar nuevos inversores.
El presidente del Barça cerró el ejercicio pasado con 481 millones de pérdidas y unos ingresos de explotación de 631 millones, en lugar de los 828 fijados en el presupuesto. El club, asimismo, asume que tiene una deuda neta de 680 millones de euros y la actual junta directiva ya barrunta una modificación de los actuales estatutos para evitar que tengan que avalar en un futuro próximo. Lo suyo sí son juegos malabares de primera. Ahora tendrá que ingeniárselas para indemnizar a Ronald Koeman, sentenciado hace muchos días, y pagar al nuevo técnico.