Vinicius y Dembelé. Dembelé y Vinicius. Qué dos curiosos jugadores para marcar el devenir de los dos clubes más poderosos del fútbol nacional. Del fútbol planetario. Ellos fueron los nombres propios de la jornada 11 de la Liga. Los héroes inesperados.
Talentosos como pocos, ambos empezaron de igual modo sus respectivos partidos del fin de semana: sentados en el banquillo. El Real Madrid se la jugaba en casa frente al Valladolid con el ridículo del clásico todavía reciente. El Barça debía conquistar Vallecas con el fantasma de Leganés sobrevolando. Ambos conjuntos cumplieron su cometido. A duras penas, pero lo hicieron.
Y los protagonistas inesperados de esas dos magulladas victorias fueron Vinicius, para los blancos, y Dembelé, para los azulgrana. Dos jugadores que tienen el foco puesto encima y comparten más similitudes de las que parece.
Jóvenes e inexpertos –Dembelé tiene 21 años; Vinicius tan solo 18–, ambos cargan una pesada losa de responsabilidad sobre su espalda: fueron fichados a precio de oro para marcar las diferencias. Y lo hacen, a su manera.
Vinicius salvó al Madrid contra un correoso Valladolid que mandó dos balones al travesaño de Courtois. Los pucelanos estaban cerca del gol hasta que irrumpió el joven brasileño en escena. La imagen fue espeluznante.
El Bernabéu despedía con pitos a una de sus jóvenes promesas, llamado a ser ídolo blanco en un futuro próximo: Marco Asensio. En su lugar entraba un prácticamente desconocido Vinicius y se llevaba una ovación atronadora.
Vinicius celebra su intervención en el primer gol del Real Madrid contra el Valladolid / EFE
Da que pensar el complejo pensamiento que caracteriza al ruidoso hincha madridista. Son capaces de silbar a jugadores que han ganado tres Champions seguidas y premian a futbolistas recién llegados y con todo por demostrar como si fuesen los auténticos ídolos del equipo.
Lo fuerte del caso es que funcionó. Los vítores que se llevó el escurridizo extremo carioca le hicieron creer que era algo así como el salvador de la patria en versión merengue. Tanto se lo creyó que el sueño se hizo realidad de la forma más jocosa posible.
Un lanzamiento de Vinicius totalmente desviado, completamente deficiente, dirigido directo a saque de banda, se estampó contra el cuerpo de un defensor para batir al exazulgrana Masip. Gol en propia puerta que el brasileño celebró como la estrella de Broadway que saluda a su entregado público tras interpretar la función del año. Surrealista.
Y el madridismo lo aclamó como hacía tiempo no se veía. Hasta el punto de que también Sergio Ramos fue pitado por decidir lanzar el penalti provocado por Benzema. ¿Adivinan qué nombre coreaba la grada para que lo lanzase? Sí, el mismo: Vinicius.
Dembelé no genera tanta efusividad en el Camp Nou. Quizá sea esa una de las grandes diferencias entre la dispar visión del fútbol que tienen los merengues con respecto a los culés. Sin embargo, el extremo galo también fue el héroe de la remontada contra el Rayo Vallecano.
Dembelé celebra tras marcar el segundo gol ante el Rayo Vallecano / EFE
El Barça se complicó la vida, otra vez, en un partido encarrilado gracias al tempranero gol de Luis Suárez. Tras entrar en una especie de hipnosis freudiana, los de Valverde se dejaron remontar y encajaron dos goles del Rayo. Dembelé puso la chispa para voltear el luminoso nuevamente.
Y lo hizo, como Vinicius, acompañado de la Diosa Fortuna. Si bien el lanzamiento del galo fue mucho mejor dirigido, el balón tuvo la astucia de colarse entre las piernas de dos contrarios. Y no solo eso, sino que llegó el tanto a pesar de que Dembelé lo había hecho prácticamente todo mal desde que entró en el campo. Como contra la Cultural Leonesa. Como tantas otras veces.
Quizá por este motivo –y por ese extraño carácter que no acaba de encajar en el vestuario–, Dembelé celebró el gol en la más profunda soledad. Otra realidad que, por motivos distintos, también comparte de algún modo con Vinicius, objeto de las iras y rencores de un vestuario blanco que no tolera que el nuevo sea más aclamado que las viejas glorias.
Son dos solistas solos. Los perfectos antihéroes del Barça y el Madrid.