Todos nos creemos antirracistas. También aquellos que votan a partidos de extrema derecha. Pero no hace falta ser votante ni simpatizante de según que líder político para tener actitudes o comportamientos con claros toques racistas. Eso es lo que descubre uno cuando lee Ponte a punto para el antirracismo y escucha hablar a su autora, Desirée Bela-Lobedde.
La escritora reconoce que no es fácil para una persona blanca enfrentarse a las cosas que cuenta, tampoco lo es el libro, pero ¿quién dijo que tenía que serlo? Con una educación reglada en que se habla de los acontecimientos históricos de España (y Occidente) desde los triunfos y fracasos de la blanquitud, sin mencionar las aportaciones al mundo de otras personas racializadas, es difícil ver al otro, porque directamente queda omitido. Fuera de la historia. Y no lo ha estado.
Preguntas directas
El libro es un repaso a cómo puede uno detectar esas actitudes racistas que resultan casi intrínsecas. En qué torpezas caemos cuando negamos la existencia de los colores y cuán poco detectamos que hablamos desde el privilegio.
¿Cuántas veces, lector, le ha preguntado a una persona racializada de dónde es sólo por el color de su piel, antes incluso de que hablar? ¿Ha repreguntado o ha tenido dudas? ¿Cuántas personas de distintas razas a la blanca hay en su círculo de amigos? Estas y otras preguntas son sólo algunas a los que nos enfrenta la divulgadora antirracista con la que Crónica Global ha podido hablar.
--Pregunta: De lo que se da cuenta uno leyendo este libro es que somos racistas o tenemos muchos tics racistas. ¿Somos racistas?
--Respuesta: A ver, tendemos conductas racistas, es decir, no somos racistas ni somos antirracistas las 24 horas del día. Estamos transitando entre esos dos polos. Decir directamente “somos racistas", es una afirmación que tiene muy poco marketing. Es una frase muy poco sexy y a la gente no le gusta que le digan que es racista, pero por las conexiones que hay con toda la cuestión de la moralidad. ¿Cómo voy a ser yo racista si soy buena persona?
--Pero en el libro si afirma que España es racista.
--Claro, sí, pero está certificado, no es que yo me lo saque del arco del triunfo. En 2018 viene un grupo de trabajo de expertos de la ONU, visitan Madrid, Sevilla y creo que Cádiz y Valencia, si no recuerdo mal y emiten un documento en el que certifican que España es racista. Lo ha dicho un experto de la ONU, que tienen mucha más credibilidad y más reconocimiento que yo (sonríe). Eso es está ahí, la gente no lo sabe, pero si la ONU lo certifica algo de razón tendrá-
--Menciona en todo caso que tiene mucho que ver con la educación que recibimos, en la que se habla desde nuestra blanquitud.
--Claro. En el momento en que tú lo único que haces es resaltar y valorar de una forma abismalmente diferente las aportaciones de las personas blancas y constantemente invisibilizas y ocultas las aportaciones de las personas de afrodescendientes --pero podríamos hablar de los restos de grupos étnicos y raciales--, cuando en 2023 hay muchísimas personas que a día de hoy no saben que Guinea Ecuatorial fue una colonia de España que no recuperó su independencia hasta el 12 de octubre de 1968, aquí hay problemas. ¿No?
--Y luego habla del que se considera no racista porque para él no hay razas. ¿Por qué eso es peligroso? ¿Cuán racista resulta ese comentario?
--Porque en ese aprendizaje y escolarización del sistema nos enseñan que no ver razas o colores es el epítome del supuesto antirracismo cuando no es así. Cuando tu no ves una raza o color de una persona no eres capaz de identificar todas las particularidades y peculiaridades que implica tener esa raza o color de piel. Si tú no las ves ni ves sus problemáticas, no las vas a identificar ni hacer nada por resolverlas o por contribuir a que todas esas cuestiones de discriminación racial desaparezcan. Por eso es súper problemático decir “yo no veo colores, veo personas”. Porque cada persona es única y a cada cuerpo le acontecen unas cuestiones concretas y específicas en función de toda su diversidad. Y en esa diversidad está el color de la piel.
--¿Queremos ser tan políticamente correctos que finalmente no nos damos cuenta de que no lo somos?
--Total. Por eso hay que perder el miedo. O sea, si tú vas a ver el color de otra persona para tratarla mal, tenemos un problema, pero si lo ves para entender que ahí hay una historia, un legado, una cosmovisión diferente del mundo y que también al vivir en sociedades mayoritariamente blancas de piel les supone situaciones problemáticas de discriminación racial, pues todo ok. Es así de fácil. Tanto que no nos sale.
--Una facilidad que parece costar, porque como bien expone hasta el movimiento feminista parece que se olvida también de ese color de piel. Incluso cierta izquierda, cuando parece que el racismo es una cosa de derechas. Entonces, ¿cómo uno se puede dar cuenta de esos tics? ¿Nos damos cuenta de ellos?
--No sé si nos damos cuenta o no, lo primero que se necesita es la predisposición para darse cuenta. Es decir, no rechazar un discurso porque nos resulte incómodo o desagradable. Como os pasa con los hombres cuando se dice que estructuralmente la sociedad es machista. La socialización hace que esa misoginia esté ahí y hemos de aceptar que eso está ahí y se ha de tener las ganas de realizar ejercicios de autocrítica, porque esto empieza con el trabajo individual y personal y no señalar tanto hacia afuera.
--Un ejemplo que pone ver si tenemos amigos de otra raza o etnia y si tenemos que pedir a ciertas personas que se integren
--Siempre se le pide a la otra persona un esfuerzo extra importante: intégrate, relaciónate con las personas blancas, no hagas gueto. ¿Y las personas blancas qué? Porque si no está la cosa desequilibrada. Una persona que vive en un barrio en el que todas las personas son blancas, que trabaja en una empresa en que todas las personas son blancas, que en su tiempo de ocio se mueve en espacios en los que solo hay gente blanca, ¿esa persona no está también segregando?
--Luego está el uso de las palabras. Un blanco de fuera es extranjero y si es negro es inmigrante. ¿Cuán importante es nuestro vocabulario a la hora de ser racista?
--Muchísimo, porque en función de cómo se percibe a una persona se la trata de una manera o de otra. En Minorías compartía la historia de una mujer de padre alemán y madre es filipina y las demandas en Mallorca, donde nació, son absolutamente diferentes. Como su padre es un señor alemán que vive 20 o 30 años en la isla y que no hable ni papa de español, no hay ningún problema con eso. En cambio, su madre, que es filipina, como está aquí, pues claro, se tiene que integrar, porque la gente que viene de fuera…
--Sucede algo parecido con la palabra Mena, que dice que ciertas palabras como esta deshumanizan.
--Claro, son personas menores de edad que vienen de otro país, sin una figura adulta de referencia, están en unas situaciones de vulnerabilidad y de desamparo brutales. Y los medios han hecho un trabajo muy concienzudo de eliminar eso, de que nos olvidemos de esa vulnerabilidad en la que se encuentran todas estas personas y remarcar todo el tiempo la parte de la criminalidad, el riesgo, esta cuestión de estar como fuera de la ley… Me parece brutal.
--Pero se cuestiona porque otros delincuentes juveniles se les llama jóvenes delincuentes y cuando son de fuera son menas.
--Claro, ¿qué hacemos contra los adolescentes autóctonos que delinquen? Cuando atribuimos todas estas cuestiones tan peyorativas a un grupo de personas racializadas ahí estamos teniendo todos esos comportamientos, ideas y pensamientos racistas.
--Lo que mantiene en todo caso es que esa diversidad cultural y de razas genera conflicto. ¿Por qué cree que sucede?
--Por cómo se entiende y cómo se trata Audrey Loor dice que la diversidad es la existencia de personas, comunidades y grupos con diferentes identidades. Ella recuerda que no son las diferencias per se lo que nos separa, es la no comprensión de estas diferencias. Cuando siempre gestionamos, desde esta visión eurocéntrica, la diferencia como algo negativo y que hay que eliminar a raíz de la integración y que todo el mundo se parezca lo más a las personas blancas, así sentimos que desaparecen esas amenazas que representan la diferencia. Si vamos a seguir gestionando la diferencia así, vamos a seguir teniendo problemas. Cuando decimos que una persona racializada se ha de adaptar ¿en qué estamos pensando? ¿Por qué pasa esa adaptación? ¿Qué tiene que pasos tiene que seguir una persona para que finalmente el resto de personas blancas den el visto bueno y digan, vale, está adaptada?
--¿Eso es fruto de querer preservar la identidad? Por que eso también es peligroso
--Tú te vas a otro país y cada vez que sales a la calle has de hacer unos esfuerzos brutales de energía para hablar en otro idioma, ver cómo dices qué… y cuando llegas a casa con tu mujer española y tu hijo, ¿en qué lengua vas a hablar? ¿Qué vas a cocinar? Hablarás tú lengua, prepararás tu comida, bailarás tu música porque todo eso a ti te recuerda y te conecta al lugar de donde eres, te ayuda a preservas esas historias, esas vivencias, ¡todo lo que tú eres! ¿Qué hay de malo en eso? Porque si estás fuera aprendiendo otras tradiciones, otras costumbres, otros códigos y viendo la televisión en otro idioma, si tú no haces ese otro trabajo de explicarle qué es el lugar de dónde vienes para ti vas a perder eso. ¿Y no lo quieres mantener?
--Pero el que es mayoritario en ocasiones eso lo ve mal, lo rechaza.
--Lo rechazas porque te dicen que las personas que vienen aquí ponen en riesgo nuestra cultura y no se adaptan. Y piensas, a ver, en este pueblo de 10.000 habitantes ¿cinco personas gambianas ponen en riesgo las fiestas populares? ¡No! Porque además hay toda una estructura que lo impide. Al final, es ese miedo que se fomenta también desde los medios, desde los partidos de extrema derecha, de que vienen aquí y nos van a invadir. Vamos a relajarnos un poco, es que no es tan fácil.
–¿Es un miedo también a perder el privilegio?
--Exacto. Es todo un tiempo sentir esa especie de amenaza del qué va a pasar, qué va a ser de mí si esto se llena de, no sé qué, más moros, gitanos o negros. Son esos miedos. No sólo es el miedo a perder el poder, sino tener una cierta conciencia, aunque a veces no está demasiado clara, de lo que se ha hecho desde Europa cuando se ha colonizado y se ha invadido y entonces a lo mejor pensar que esta situación se les puede dar la vuelta. Ese temor de que las personas que vienen aquí van a hacer todo lo mismo o peor de lo que se hizo en su día cuando desde Europa se ocuparon otros territorios.
--¿Es un poco, piensa el ladrón que todos son de su condición?
--Ahí está.
--Y cuando hablaba eso de adaptarse e integrarse y de las tradiciones, recordé que el el libro habla de los disfraces ¿Qué importancia tiene eso? Porque asegura que es racismo, pero el disfraz ya es en sí una burla de todo. ¿No hace daño a todos los colectivos y los menosprecia igual?
--Claro que hace daño y es racismo. Yo hice un directo en Instagram en su día, y una mujer comentó que se quería disfrazar de guerrera de Dahomey, en un momento en el que nadie las conocía. Le parecía que era una forma de rendir un homenaje y bla, bla, bla. Entonces respondo, tú sabes que vas de guerrera de Dahomey, pero vas a ir con un top y con una falda o con unos shorts, con una lanza y con la cara pintada de no se qué. Y la gente que te vea, ¿qué vas a hacer? Va a gritarte “unga, unga”. La gente no sabe quiénes son las guerreras de Dahomey y, al final, se está desprestigiando algo que tiene un sentido. Si tú te disfrazas, sobre todo de culturas que históricamente han estado perseguidas y han sido incluso masacradas por esos elementos que tú te vas a poner cuando te disfraces, eso es súper doloroso. La comunidad nativo-americana llevan las coronas de plumas y hacen esas danzas cuando llegan las colonias, pero esa población fue masacrada precisamente por eso. ¿Y ahora vas a salir tú con una corona de plumas y pintándote dos rayas en la cara y hacer grititos, dándote golpecitos en la boca? Ahí hay mucho dolor para todas las comunidades que hemos perdido tanto. Pero, de repente, tú tienes el lujo y el privilegio de poder salir a la calle disfrazado de esa manera, con un cubata en la mano a reírte con tus amigotes. Pues mira, si tú lo que quieres en realidad es homenajear esa cultura porque te gusta, busca otro espacio que no sea el carnaval.
--Claro, pero uno lo tiene tan integrado que todo eso cuesta mucho erradicarlo y parece que son muchas cosas las que hacemos mal y asusta enfrentarse a todo eso que cuenta porque te hace ver todas las acciones machistas que comete. Por eso, quería saber, ¿qué le dice a todo ese colectivo para que no sienta ese miedo?
--Los cambios, los discursos que no hemos escuchado nunca nos dan miedo. Hay muchas cosas que nos dan miedo. El otro día lo comentaba en un podcast, apliquemos esa máxima del crecimiento personal de “hazlo a pesar del miedo” al antirracismo, aunque al principio los mensajes te incomoden. Me acuerdo mucho también de una mujer que me decía que me dejó de seguir a las pocas porque se enfadaba conmigo por lo que decía. Luego volvió y lo agradece un montón, decía. ¡Demos el espacio a esa incomodidad! ¡Acostumbrémonos a estar en un espacio de incomodidad! O sea, la gente blanca se tiene que acostumbrar a habitar la incomodidad, , sobre todo cuando hablamos de cuestiones de antirracismo. Las personas racializadas ya lo estamos porque es nuestro día a día. Esto es básico. Y entendiendo que se van a equivocar. Tú cuando empieces a leer y a ver cosas te vas a equivocar en un montón de cosas. Pero es que la equivocación forma parte del proceso de aprendizaje.
--¿Ve viable que en algún momento se llegue a una sociedad completamente antirracista?
--No. (ríe). Esto va a ser un proceso que no vamos a ver ni tú ni yo ni tus hijas ni tus hijos si los tienes. No lo vamos a ver. Pero eso no quiere decir que no haya que trabajar. O sea, mis ancestras no esperaban que yo estuviese ahora hablando contigo, teniendo una entrevista, habiendo publicado cuatro libros. Se trata un poco de eso, de trabajar por ese bien mayor, por la justicia social, aunque no lo vayamos a ver.
--Es que leyendo uno se da cuenta que tal vez no nos demos cuenta porque lo llevamos dentro.
--Y cuando está todo tan arraigado y tan dentro y es tan inconsciente… El problema con el racismo es que lo aprendemos, se nos sirve en bandeja antes de que seamos capaces de identificar que ahí hay un sesgo, y que ahí hay fuente de discriminación para otras personas. Entonces, tú creces dando por buenas toda una serie de cosas que son discriminatorias. Y cuando te acercas a los discursos que te dicen “esto está mal” eso hace que todos tus cimientos se tambaleen. Eso es duro.
--¿Harían falta nuevos cursos?
--Por supuesto. Es que todo esto pasa por la educación. Esto no es leer este libro y ya está, es iniciar un camino, por eso termino los agradecimientos pidiéndole a la persona que lo lea “sigue caminando”, porque esto es empezar y seguir. Y no tiene fin. No es un destino. Es una forma de habitar el mundo, de actuar, de comportarse. Es una práctica. No es algo a lo que vayamos a llegar y punto. Para eso necesitamos formarnos. Se trata de que esto se incorpore y entender que no ser racista no es suficiente. Porque te tienes que formar para poder identificar dónde están todos los problemas y todas las discriminaciones. Y si no te educas y no aprendes, no lo vas a ver. En España hay personas negras desde hace siglos. ¡Es que estamos a 14 kilómetros de África! Así que la influencia es inevitable. Pero en el momento en el que no nos hablan de esto ¿cómo lo vamos a saber? En 2019 la Universidad de Viena me invitó a la Semana de la Literatura guineoecuatoriana que lleva 13 años haciéndose, cuando Austria no tiene ninguna relación histórica con ese país. ¿Por qué no hacemos esto aquí cuando Guinea Ecuatorial fue colonia española y hubo una relación y sigue habiendo una relación? Incorporar eso ya antirracismo.