Luis Bermejo (Madrid, 1969) acaba de recibir el premio de la Unión de Actores y Actrices a mejor actor secundario por su papel de Azarías en Los santos inocentes. Un montaje en el que comparte protagonismo con otro grande de las tablas, Javier Gutiérrez.
Este premio le da ánimo a Bermejo. Y ver que la gente recibe encantado la historia de estos personajes tan sinceros y honestos lo ve algo “esperanzador” y empuja a “que el teatro se convierta en teatro político”. Pero, ojo, no panfletario, matiza. “El teatro es político porque habla de la polis, de lo humano, de cómo nos organizamos y en ese sentido todo el teatro tiene que contener algo político”, señala.
Payasos y política
Que no se asuste el personal, porque hasta el puro entretenimiento es político cuando decide hablar y no hablar de ciertos aspectos o dar cierta visión de la vida en determinado contexto y, como dice el actor a modo de ejemplo, “Lorca entretiene y además guía espiritual y políticamente”. Lo mismo que hace una obra a la que el entrevistado tiene mucho cariño, El minuto del payaso.
La obra, escrita por José Ramón Fernández y dirigida por Fernando Soto, lleva más de nueve años estrenada y, cada tanto, Bermejo vuelve a ella. El 6 y 7 de abril, por ejemplo, en el Teatro del Barrio de Madrid. Se podía decir que es su obra de reparto, esa luz en el bolsillo a la que el intérprete acude de vez en cuando para dibujar una sonrisa en el espectador. Una sonrisa divertida y reflexiva. Como dice él, política. ¿Pero acaso no todo lo es?
--Pregunta: ¿Cuál es el secreto de este minuto y qué le engancha tanto a él?
--Respuesta: Que ese minuto lo vivimos todos en algún momento, o lo esperamos. El secreto de que siga en pie es un empeño mío de tener la experiencia de viajar con un texto durante casi 10 años y ver, poco a poco, cómo va a acabar. Vamos cambiando yo y el texto. También la experiencia de habitar esas palabras, esa situación, esa espera de ese payaso para hacer de ese minuto un homenaje al circo. Ha sido un sueño hecho realidad porque siempre he pensado que me gustaría tener un texto y ver cómo va evolucionando a lo largo del tiempo. En este caso, mi vínculo con el Teatro del Barrio me posibilita el que pueda hacerlo en diferentes fechas. Por otro lado, a lo mejor es que como ya no hay compañías de repertorio, ahora hay actores de repertorio. Igual me estaré convirtiendo en uno.
--¿Cómo lo revive?
--Estoy encantado con poder redescubrir y descubrir otras partes de y con este payaso. Al mismo tiempo permite probar pequeños espacios dentro de una partitura que ya hay establecida, integrar alguna otra cosa, algo actual que a mí me pasa, porque, sobre todo, yo creo que todo el teatro es político y en este caso es un texto que conecta en muchos aspectos conmigo, con cosas que me pasan a mí, que le pasan a este payaso. Yo se lo pongo al espectáculo. Es una permanente hoguera de amor.
--¿Cuáles diría que son esas cosas que le conectan a este payaso? ¿Es en su idea de lo que es el circo o el teatro? ¿Es en su parte política?
--Sobre todo es en el vivir, en la existencia de un tipo que está en un largo viaje hacia la noche, como dice la obra de teatro. Es un personaje también con accesos existencialistas, y yo los tengo. Vengo de esa educación y esa zozobra que sucede al vivir, cuando piensas que la vida está pasando en otro lugar donde no estás, donde te gustaría estar y eso te genera mucho miedo. Quizás también conecta con esta sensación de estar en este momento como actor en que tienes que buscar un espacio, currar, ir con la maleta arriba y abajo. Por momentos también me siento así. Es cierto que ya tengo un recorrido, he trabajado en buenas compañías, pero no sé, hay algo de melancolía en este payaso y de indignación con lo que sucede ahora y que me permite conectarme ahí y hacerlo plausible en el trabajo.
--¿Qué es eso que más indigna a este payaso y que nos debería indignar? ¿Comparte su indignación?
--Como decía, todo el teatro es político, habla de lo que nos pasa, de cómo nos gobernamos a nosotros mismos, cómo nos gobiernan. Lo que le indigna a este payaso me puede indignar a mí, como el hecho de estar esperando, esa espera del actor a que le llamen para tener su minuto de gloria, esta indignación de sentir que los payasos parece que no se juegan la vida, cuando los payasos se juegan la vida también en el escenario. Es la indignación que veo en personas varadas sin rumbo por la calle y sin un lugar, sin un espacio. En fin, hay mucha metateatralidad en este trabajo. Yo la intento traslucir, porque para mí tiene que ver con la política de ahora. Este es un payaso ahora, reflexiona sobre lo que pasa ahora, hace un ejercicio de memoria y lo transmite con palabras que resuenan en este tiempo.
--Pero, aunque la gente ría, lo que le sucede es bastante dramático. ¿Es por el hecho de que al ser payaso no vemos su drama?
--Lo que he descubierto con el tiempo es que la risa te defiende del miedo. Inmerso en ese ropero de disfraces o de transformaciones uno se puede salvar jugando con propiedad a ser otro, y siendo consciente, mirándose al espejo, riéndose, redescubriendo esa máscara tan pequeñita, tan singular y tan poderosa que es la nariz de payaso. La risa es un rapto que sucede, muy parecido a la música, y que activa muchos resortes internos que hacen que tu cuerpo sane. Es verdad que hoy se reivindica, aunque también veo que se manipula o se malinterpreta. La risa en contacto directo de un payaso que se está desbordando de vida hace que todo eso explote y se convierta en un gran aguacero. Es maravilloso cuando sucede, es una explosión de júbilo, belleza, que te eleva al amor entre los hombres.
--¿Tan mal está el humor que hasta se intenta tergiversar?
--Yo tampoco me río de cualquier cosa. Para mí los grandes payasos son gente como Chaplin, Buster Keaton, Pepe Viyuela, Ignatius… que me dejan una sonrisa y me inquietan a la vez. Fíjate que el otro día vi a Ignatius y me recuerda a Pedro Reyes. Son gente dotada de un rico catálogo de humanidad, y entonces a veces es como que te raptan, y son grandes suavizantes, no sé.
--La referencia a Ignatius y a Pedro Reyes me conecta con la televisión. Una tele a la que espera el protagonista de su obra, que espera tener ese minuto en la pequeña pantalla. ¿Cómo juega ese minuto de “gloria”?
--Un productor me dijo una vez que como la tele era muy rápida, uno tenía que tener algo para captar al espectador y que no se moviera. Ahora, con las redes, todo va todavía más rápido. La gente ya se desnuda, se ha vuelto todo muy pornográfico, demasiado obsceno, y en esto, pues parece que tienes un minuto. Un minuto en el que has de demostrar. Mientras en un minuto un payaso te puede salvar la vida, también. Como digo en el espectáculo, la gente entra en el teatro con todo su mundo hijo de puta y el payaso se lo arranca y lo tira bien lejos. En la televisión, en cambio, todo está lleno de demasiado ruido. Ya no vemos una película concentrados, hay demasiadas interferencias que están llamando tu atención. Para mí es absurdo pretender llevar a un payaso a la televisión y exigirle en un minuto que haga todo, como en los talent.
--Para los desconfiados, ¿cómo te puede salvar un payaso la vida?
--Para empezar, el payaso tiene una deliberada postura frente al débil. Te agarra de la mano y te lleva a dar un paseo por un mundo maravilloso, sacándote de la rutina, buscando grietas por las que puedas ver la luz. Un payaso te puede dejar una lucecita en el bolsillo, de manera que luego cuando vayas a coger las llaves, esa lucecita esté ahí, y tú te sonrías. Eso ya habrá merecido la pena.
--¿Esta obra también es una lucecita para usted? ¿Eso que agarra entre otros proyectos de manera continuada, como ahora que está con ‘Los santos inocentes’?
--Justamente he recibido el premio por un personaje que también es un inocente. Y Azarías es muy Buster Keaton, es muy este payaso también. Me congratula ese sentir que tiene. No sé, la manera de levantarnos y escaparnos de nuestras limitaciones es a través de la risa. La clave tal vez es el misterio que hace que desaparezca el dolor y se transforme en un grito y nos ayude a manejarnos en el ridículo y hacer que la vida sea más soportable.
--Pero no es fácil manejarse en el ridículo.
--No. Yo lo intento un poco a través de la poesía, que me ha servido para explicarme también este mundo y para sobrevivir, y más ahora donde la gran pregunta es cómo era todo antes de que el consumo se convirtiera en la máquina expendedora de consuelo. Antes vivíamos sin móvil y ahora parece que estamos en esta hiperconexión que creo no nos está sirviendo mucho, ¿no? Porque llega a ser insoportable...
--Con estas palabras no sé yo si es mucho de las redes, porque ahora dicen que es muy necesario para los actores, aunque con su carrera no lo creo.
--Yo no puedo tener. No he tenido ni tengo ni Instagram ni Facebook. Tengo Twitter para colgar alguna cosa y estar al tanto de la información. Pero todo es tan rápido que duele. Duele tanto que no puedes respirar. Ahora se está hablando y tomando conciencia de las enfermedades mentales, por cómo está repercutiendo todo esto. Ahora hay mucho más ruido, por eso hay que guardar silencio y buscar la palabra exacta, la palabra que sea el grito del alma, una palabra que no te falle y que conectes ahí y tal, y a lo mejor, no sé, pues eso.
--Bueno, pues defina en una palabra este espectáculo.
-Aguacero.