Estíbaliz Urresola (Llodio, Álava, 1984) le ha tomado el relevo a Carla Simón en el Festival de Berlín. Ella no se lo toma como un reto o un hándicap, aplaude la apuesta, por fin, de las miradas femeninas en el cine y está más que feliz de estar dentro de la sección oficial de la Berlinale.
La vasca es la única española candidata a llevarse el Oro de oro. Lo hace con 20.000 especies de abejas, una cinta íntima sobre Coco, una niña trans que se va al pueblo con sus padres. Ella trata de jugar con todos sus amigos y primos, mientras su madre no es consciente de lo que vive su hija.
Naturalismo social
El paraje natural del País Vasco y las fábricas de fondo son un excelente telón de fondo para una película que habla de la naturalidad y la construcción de la identidad. Es el sello de la casa, ofrecer miradas distintas a realidades sociales.
Crónica Directo habla con la realizadora catalana, salida de la Escac (Terrassa), antes de la presentación oficial de su ópera prima en el festival de Berlín.
--Pregunta: ¿Qué tal las impresiones por Berlín?
--Respuesta: Pues la verdad es que están siendo días muy emocionantes, muy emotivos, porque ya por fin estamos pudiendo empezar a compartir la película. Hubo un pase de prensa previo al estreno y empezamos a recibir un poco la percepción del público, y es precioso. Está siendo muy bonito.
--¿Es un hándicap presentarse a Berlín tras el paso de Carla Simón y con una película que, pese a sus diferencias, también sucede en un ámbito rural?
--Todos los logros que consigamos las mujeres directoras en estos años son motivo de celebración, pero intentaría como siempre poner el foco en que se multipliquen las voces, que se multipliquen los estilos, las formas, las miradas y las historias. Y al final, habrá tantas como directoras podamos seguir contando nuestras historias. Carla Simón es una directora a la que admiro muchísimo, pero creo que también es muy importante celebrar la diversidad de voces.
--Usted precisamente tiene una mirada muy social. Lo demostró con los cortos y una vez más con su debut en el largo. ¿Es lo que le interesa?
--Yo a lo que me acerco es a alguna realidad, persona o discurso que conozco, y de repente que hay algo que me conmueve, que me hace saltar un resorte interior que no sabría describir muy bien, pero que me empuja a acercarme a conocer más y mejor, con más profundidad, ciertas problemáticas o realidades. Ahí me voy enganchando a todo lo humano que me encuentro en ese viaje, que muchas veces también empieza con una fuerte documentación, entrevistas, y con las personas con las que me voy encontrando y van aportando un montón de cualidades que también como persona, no solo como directora, me transforman. Eso se traduce en mi mirada cinematográfica. Es un camino muy vinculado a ese ámbito social y mi creación.
--En este caso, estas ‘20.000 especies de abejas’ también se basa en un caso real. ¿Cómo llegó a él y cómo llegó a la mirada que le pone, en la que hay un salto de protagonista de la niña a la madre?
--El caso real detona mi necesidad de acercarme a conocer más profundamente la realidad de muchas familias que están transitando por estas experiencias. Aun así, no quise contar la historia del caso concreto, sino que nace de esas entrevistas que empecé a realizar y con las me fui nutriendo de muchos relatos muy diversos, muy distintos, y hallando aquello que a mí me resultaba fértil e inspirador para seguir provocándome a mí misma nuevas preguntas, que me llevaban a nuevos lugares de reflexión. Dentro de esas entrevistas y relatos, una cosa que me llamaba mucho la atención y me parecía precioso del encuentro con familias fue el hecho de que me decían que, en realidad, utilizamos la palabra tránsito para hablar de la socialización de estos niños y niñas, pero que sus niños no habían hecho ningún tránsito, lo que había transitado en realidad era la mirada de quienes les observan, la mirada de padres, madres, y que al mismo tiempo también les obligó y empujó a mirarse a sí mismos también y a comprender muchas de las limitaciones que han podido vivir mujeres y hombres, padres, madres, en sus relaciones intrapersonales y en su propia experiencia de vida, condicionados por el género.
Eso, que me parecía una de las ideas más serviles que encontré en ese proceso de documentación, lo quise trasladar justamente en crear una colmena familiar, compuesta de varios miembros, pero donde la madre tiene una importancia especial, porque es la transformación de la relación de esa madre y de esa hija de la que he querido hablar. Todos esos avances que va haciendo el personaje de Coco al principio de la película, todos esos pasos hacia adelante que va haciendo, obligan a esta madre también a mirarse en una especie de juego de espejos, a comprender, a resolver, a hablar de cuestiones silenciadas en la familia hasta ese momento, que también la han afectado y condicionado a ella en su desarrollo. A su vez, ver de qué forma la experiencia que vive esta familia, gracias a este momento en el que Coco reúne herramientas suficientes para expresar quién es, se convierte en un lugar, en dos posibilidades de aprendizaje y de autoconocimiento para todo el conjunto familiar. Así intenté rehuir un poco la narrativa sufriente y conflictiva de las representaciones de personas trans, que puede ser lo habitual o lo tradicional en la pantalla.
--En este sentido, ¿qué papel juega que esté ubicado en un ambiente natural, rural? ¿Era clave también eso para ti? ¿Qué papel juega?
--Es una ruralidad limitada. Yo pertenezco a un paisaje en el País Vasco muy natural, pero al mismo tiempo muy atravesado por las industrias, donde conviven al mismo tiempo grandes montes y bosques con una tremenda acería en medio, con empresas petroquímicas. La idea de mostrar también ese paisaje de telón de fondo, donde convergen y colisionan y al mismo tiempo conviven lo natural y lo fabricado, lo construido y lo industrial, me parecía que aportaba al relato en el que estoy intentando investigar o reflexionar en la naturaleza de la identidad. Es una experiencia natural e íntima y cómo hasta qué punto está supeditada a la construcción y a la fabricación de la organización social a la que pertenecemos.
--¿Cree que ante la polémica con la ley trans puede ayudar a reducir el ruido al respecto y, a su vez, a ayudar a las familias que se encuentran en esta situación?
--El detonante de la historia tiene que ver con el suicidio de un niño de 14 años que decidía tomar esa decisión intentando que se atendiera a esa realidad, donde a lo mejor sentía que la sociedad no estaba mirando, atendiendo y cuidando, y dejaba una carta escrita donde él evocaba un horizonte mejor y menos dificultoso para los niños y las niñas que venían detrás de él. Yo me agarré a esa carta y a ese deseo último que él expresaba ahí para intentar hacer una película que fuera un puente hacia ese horizonte que él imaginaba, donde pudiéramos comprender o ver estas realidades como una parte más de la diversidad de la naturaleza humana. Y he tenido la oportunidad de entrar en contacto con tantas familias y observar esta realidad desde un lugar distinto del meramente racional y me ha ayudado también a generar una mirada distinta. En última instancia esa ha sido mi voluntad, intentar hablar al espectador también de esa posibilidad de asistir y de observar la vivencia de esa familia, en este caso con esa mirada que yo tuve la suerte de poder tener. Ojalá sirva como una herramienta para generar diálogo y para promover más comprensión, aceptación y tolerancia.
--¿Es partidaria del cine social que pueda servir para movilizar o dar otras visiones de la realidad al espectador?
--Yo creo en ese cine y es el que me ha inspirado también en la vida como espectadora. Creo que el cine tiene esa capacidad de hacernos vivir vidas que a priori son cosas muy ajenas a nuestra realidad. Nos plantea disyuntivas y confrontaciones que no hemos vivido y que por lo tanto no somos capaces de comprender si no las experimentamos por nosotros mismos. El cine nos invita a aterrizar en universos que de otra forma quizá nos quedarían lejanos. Y sí, es un poco lo que me interesa. El cine te permite abrir la mirada al mundo, conocer todas las representaciones de la vida, de las problemáticas, de los conflictos que se viven, tan diversos y tan intensos, en tantos ámbitos distintos del mundo.
--Parece que también son películas que acaban siendo reconocidas tanto por el público como por los festivales. Usted misma viene de ganar en Cannes con su corto ‘Cuerdas’ y ahora es seleccionada en Berlín. ¿Cómo está viviendo estos momentos?
--Estoy feliz. Ha sido todo un viaje de estos últimos 15 meses, ha sido una intensidad extraordinaria para mí porque se han solapado muchísimos los dos proyectos, pero son dos proyectos de los que me siento profundamente contenta de haberlos llevado a cabo. También de todo lo que se ha generado a través de ambas una red de vinculaciones humanamente para mí increíbles. Tanto en Cuerdas como en Abejas, las he vivido, vivo los dos proyectos con mucho agradecimiento por todo lo que he aprendido de todas las personas que se han sumado a ellos y todos los logros que han ido consiguiendo. Cuerdas ha sido sorpresa, sorpresa tras sorpresa, pero que a la vez lo he podido compartir con tanta gente que formaba parte del proyecto, que hacía también yo algo muy especial y con Abejas empieza ahora en Berlín y no sé cuál será su recorrido y su trayectoria, pero todo lo que venga será súper bienvenido porque estamos de celebración de lo que hemos realizado.