De Salvador Dalí son conocidos sus cuadros, sus esculturas incorporadas en esas obras arquitectónicas particulares que se hizo construir y el guion de Un perro andaluz, la película de Luis Buñuel que hizo entrar a estos dos españoles en el universo del surrealismo. Pese a todo, el catalán hizo otras muchas obras.
No vamos a hablar aquí del corto para Walt Disney, sino de algo mucho más inmaterial: una ópera. Sí, el artista ampurdanés también se atrevió con la música, aunque con éxito más nulo que relativo. Prueba de ello es que cuando se cumple medio siglo de su pieza, nadie se acuerda de ella.
Ser Dios
El título de esta obra en cuestión, Être Dieu, ya da pistas de que nos encontramos ante una obra daliniana. Siempre se ha conocido las ínfulas del catalán y este proyecto no era para menos. La idea surgió una tarde de 1927 en el Café Reina Victoria de Madrid. Junto a Lorca tuvieron la idea de crear algo completamente inmaterial y único, una ópera de vanguardia. El poeta empezó con el libreto, pero la idea se quedó allí donde empezó.
La muerte del escritor junto con la fama pictórica de Dalí son más que razones suficientes para que ese proyecto quedara aparcado. Pero no sucedió así. En 1971, ya con su fama consolidada, la idea regresó a su cabeza.
Proyecto setentero
Muchos lo atribuyen a la necesidad del pintor para seguir acaparando la atención de la prensa, pero lo cierto es que la idea venía de lejos y que contaba con el apoyo de Oriol Regàs, responsable de la mítica sala Boccaccio de Barcelona. ¿Pero puede un pintor componer una ópera o al menos escribir su libreto? Alguno, seguro. Dalí, no.
El primer esbozo del guion lo hizo él, sí. Eran unas 15 líneas y mal escritas. Eso bastaba, según él. Sólo hacía falta encontrar a alguien en quien delegar el libreto. Ese alguien fue el todavía joven Manuel Vázquez Montalbán.
Los ayudantes
El escritor hizo lo que pudo, pero siempre tuvo claro que su nombre no iba a figurar. Era de sobras conocida la posibilidad de intervención de Dalí dada su trayectoria. No estaba equivocado, pero de eso hablaremos más adelante.
Para la partitura hubo varias opciones que se barajaron y acabó recayendo en Igor Wahhevitch, un joven compositor francés interesado en las vanguardias y todo lo que sonara a moderno. Estuvo encantado de participar, aunque poco imaginaba como iba a terminar su obra.
Las intervenciones y obra de Dalí
Con los encargos hechos, llegó el toque Dalí. A pesar de no tener idea de música, quiso aparecer. Se puso a cantar Singing in the rain, canciones infantiles aderezadas con comentarios entre soeces y escatológicos, cuando no consignas políticas con toques fascistas o desprecios a Gala a quien llama “mujer antimusical”.
Nada tiene mucho sentido. La música, que ya va del gregoriano al rock, acompaña un texto en el que Dalí habla con sus ídolos. Gente de la talla de Juana de Arco, Marilyn Monroe, los hermanos Marx que forman parte de este viaje delirante a ninguna parte. Poco después, Dalí duerme y cuentas sus impresiones. Los gritos de “¡Viva Bellini! ¡Abajo Wagner! ¡Bravo por Dalí! ¡Bravo por Gala!”, cierran este artefacto.
La ópera fallida
Sólo algunos ¿afortunados? pudieron gozar de ella. En 1974 se lanzaron 500 ejemplares a un precio de 120.000 pesetas de la época. Una fortuna. Ni el hecho de que los vinilos vinieran con litografías de Dalí lograron agotar el disco. Curiosamente, en cambio, sí fue representada.
Dalí no pudo verla, ni mucho menos protagonizarla. Aunque de alguna manera estuvo presente. El reputado peluquero Lluís Llongueras se encargó de los peinados de la única puesta en escena de la obra que se conoce. La financió un millonario serbio que contrató a una soprano y 250 bailarines para representar sólo una parte en Figueres. El éxito fue el mismo que en 1974.
Medio siglo ha pasado de esta ópera. La obra más condenada, menospreciada y olvidada de Dalí. Pero también es cierto que hasta los genios se equivocan.