No es algo nuevo, pero con la aparición de las redes sociales el ideal de cuerpos perfectos está a la orden del día. Eso lleva no sólo a los conocidos problemas de trastornos de la conducta alimentaria, sino también a la disforia muscular, es decir, la vigorexia.

Este otro trastorno, que se da en más hombres que en mujeres, implica que la persona siente la necesidad de estar en plena forma. Eso se traduce en muchas horas de ejercicio físico y, en algunos casos, a la reclusión social por no caer en una mala dieta.

Diagnóstivo: vigorexia

Eso es lo que le sucede a Rodrigo, un joven de 26 años que hace cuatro horas de entrenamiento y sigue una dieta estricta rica en proteínas y suplementos alimenticios. Desde que entró en esta dinámica su vida social se ha visto muy reducida y es que tiene miedo a seguir a sus amigos y tomarse una caña o una hamburguesa.

"Cuando cumplí 23 años mis amigos me regalaron unas mancuernas. Ahí empezó todo", recuerda el joven a Cuatro. "Empecé haciendo ejercicio cuatro veces a la semana. Hacía rutinas de HIIT en casa, que son ejercicios muy cortos e intensos. Como no veía resultados, cambié la alimentación. Solo comía pechuga de pollo y arroz. Para cenar me hacía un batido de proteínas y me iba a la cama con hambre", detalla.

Nuevas rutinas

Eso fue solo al principio. A los seis meses quiso ir por más. Se apuntó al gimnasio y desde ese día “empecé a hundirme”, confiesa. Se despertaba a las seis de la mañana para ir y luego por la tarde regresaba. “Como mínimo hacía cinco horas al día", matiza.

También fue variando su alimentación que pasó a ser a base de batidos proteicos y suplementos alimenticios. “Como mucho comía algo de pescado o carne blanca, y con el tiempo fui dejando el arroz. Si quería carbohidratos me hacía batidos de frutas y verduras. En vez de pasarme una hora comiendo, me bebía un batido en cinco minutos y aprovechaba para ir al gimnasio. Todo mi tiempo libre estaba enfocado a ganar músculo", explica.

Vida social

Todos estos cambios afectaron también a su vida social. "No quedaba con mis amigos de toda la vida porque me sentía juzgado. Ellos no entendían. Decían que se preocupaban por mí y yo les decía que era un hobby que además de entretenerme me ayudaba a estar más sano”. Eso era lo que se decía, pero se trata de un mero autoengaño.

Pese a lo que le comentaba a ellos, él tiene claro qué le pasaba: "Si hacían cenas o querían tomar algo, yo no iba. Me generaba mucha ansiedad ver los botellines de cerveza y las patatas fritas en la mesa".

Ayuda profesional

Para salir de esta situación es necesaria ayuda psicológica. Rodrigo llegó a ella por la pandemia. El confinamiento y el cierro de los gimnasios acabaron con su mundo y se “vino abajo”. La ansiedad se apoderó de él.

Esa fue la razón por la que fue a terapia. Nada que ver con sus hábitos que, hasta entonces, le parecían de lo más saludables. El terapeuta en cambio se lo dijo claro, el encierro no era el problema, sino la vigorexia.

Proceso

Rodrigo se enfadó sobremanera. Se lo comentó a sus amigos y ellos apoyaron al doctor, le recordaron que se lo advertían de manera constante. A las tres semanas pidió turno de nuevo con el profesional. "Me diagnostico dismorfia corporal en el ámbito muscular. Vamos, lo que todo el mundo conoce por vigorexia. Empecé la terapia y llevo varios meses. Es lento, pero estoy mejor”, reconoce.

Salir de allí es un proceso largo. “Todavía estoy obsesionado por conseguir el cuerpo perfecto, pero ya no me mato en el gimnasio y estoy comiendo sano y bien”, admite. No es fácil salir de esta, sí lo es caer. Y no sólo afecta a personas anónimas. El actor de La casa de papel Miguel Hernán admitió haber pasado por lo mismo. "Tengo espejos en los que tengo prohibido mirarme con ciertas luces porque sé que me voy a obsesionar. Es una obsesión continua, porque una vez empiezas ya no paras", confiesa el intérprete.