La manera en la que tenemos relaciones sexuales puede revelar mucho más sobre nosotros y sobre la persona con la que intimamos de lo que podemos llegar a imaginar. Existen un par de reglas constantes que nos informan más que una conversación larga, aunque cada persona tiene su propia historia.
Del mismo modo, no todas las posiciones significan lo mismo para cada uno. Pero sí hay un punto en común, que viene a ser la sensación de no llegar a conectar con tu pareja a un nivel más profundo y espiritual a menos que te complazca sexualmente.
El misionero
La postura más cómoda y practicada del sexo. Perfecta para esos días en los que te da pereza moverte, a no ser que seas hombre... En ese caso, seguro que te tocará trabajar, aunque es muy difícil que seas malo en esa posición.
Esta menospreciada, pero realmente cumple con su función: estas en el lugar indicado, no requiere mucho esfuerzo y te estimula por dentro y por fuera. Y es que a todos nos gusta sentir el contacto con el otro, incluso reconforta sentir el peso de la otra persona sobre ti.
El perrito
Es una liberación en toda regla. A las mujeres les encanta porque se les estimula más el clítoris, la penetración es más profunda y se sienten libres. Algo parecido les pasa a los hombres, que se quedan expuestos e incluso llegan a fantasear con estar grabando una escena porno. Además, se sienten poderosos.
Para los más modernos, los fans del twerking, todo lo que sea por detrás es lo mejor. Con cuatro movimientos, te lo has ganado. Muchos, al no verse las caras, se sienten mejor y más sexys y liberan sus cuerpos sin pensarlo. Además, es perfecta para hacerlo con alguien que no te acaba de atraer o para esos días de extremo calor, cuando el contacto con la piel es insoportable.
La cucharita
Es la posición ideal para el sexo matutino. Ese momento en el que despiertas y notas algo duro entre una espalda y una barriga. Una postura por la que no tienes que moverte demasiado y con la que evitas oler el aliento de buena mañana de tu pareja.
Además, es una posición muy íntima que, normalmente, va acompañada de abrazos y caricias. La perfecta para los recién enamorados.
Ella encima
Perfecta para los hombres a los que les gusta que ella les domine, pero ideal sobretodo para los más perezosos. A muchos les da morbo, pero no el disfrute que tienen otras posturas. A ellas, en cambio, les engancha.
También llamada la postura de la vaquera, la mujer se desinhibe, provoca al hombre y le encanta ver cómo todo rebota y se mueve. Algunas de ellas, además, buscan que les den cachetes en las nalgas o que las agarren del cuerpo, ya que se quedan completamente expuestas a los ojos de la pareja.
El mítico 69
Esto es un llamamiento a todos los que ven esta postura como algo infantil: ¡dejad de ser egoístas! Cuando se turna el sexo oral, especialmente en el caso de los hombres, una vez se ha terminado nadie quiere que le toque su turno. Al menos, no inmediatamente.
Compartir es vivir, y compartir el placer con una pareja aún es mejor. Es mucho más divertido si se convierte el acto en una experiencia placentera para ambos: el verdadero placer es dar placer.
Ella encima y de espaldas
La ocasión perfecta para probar los muelles de la cama. El disfrute dependerá de cada pareja, y del miembro que tenga el hombre... pero si ambos os compenetráis y conectáis, tiene los puntos fuertes de posturas como el perrito o la vaquera.
Además, al de abajo le da intimidad para el disfrute y al de arriba la libertad para desmelenarse sin que nadie lo mire. Algo que, para los más morbosos, se puede solucionar al hacerlo frente a un espejo.
Sexo en la ducha
Es más por el morbo o el calentón que por nada. Si es para uno rápido, o un desahogo, el lugar es perfecto. El agua suaviza las pieles y lo convierten en un ambiente muy erótico, pero la misma agua actúa como disolvente y no como lubricante a la hora de trabajar.
Un buen sitio para empotrar, pero a tener en cuenta que agua y sexo no combinan bien. Además, no es el sitio más cómodo del mundo, y aún peor si se intenta en una bañera. Mucho ruido, poco espacio y luego toca pasar la fregona. Un caos algo sobrevalorado, pero que merece la pena si consigues terminar.