Pintura de Wifredo Lam, en Christie's

Pintura de Wifredo Lam, en Christie's

Creación

Aurelio Major celebra a Wifredo Lam

"No me extraña que el primero, escritor, aprecie al pintor hasta el extremo de participar en una subasta para comprar un grabado suyo. Lam también fue un viajero, un trasterrado"

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Conozco a Valerie Miles y a Aurelio Major, según creo, antes de que ellos se conocieran. A ella como editora de Alfaguara, entrevistadora de los grandes novelistas norteamericanos para La Vanguardia y otras tareas culturales; a él como no sé si lo conocí consejero áulico, traductor, poeta, amigo de grandes escritores.

Pero cuando los vi en su mejor momento fue algunos años después, en el hotel Formentor, en Mallorca, un lugar paradisíaco donde estaba yo pasando unos días por un motivo literario. Luego creo que los propietarios vendieron el hotel y los nuevos dueños lo han reformado y ampliado. Seguro que a peor, esta es una ley sin excepciones. Pero a mí eso me da igual, porque es altamente improbable que vuelva nunca a Formentor.

Cuando todos los huéspedes del hotel aún dormían, madrugué y me asomé a la ventana de mi habitación para contemplar el amanecer sobre el mar azul y la cala recóndita, famosa por su belleza y exclusividad y por la relativa dificultad de llegar hasta allí. Se ven amaneceres espectaculares.

Pero descubrí que no era yo el único que a tan temprana hora estaba despierto en el hotel: a 100 metros de mí, junto a la piscina, había dos delgadas siluetas que reconocí de inmediato. Eran Aurelio Major y Valerie Miles, los fundadores de la revista Granta en español. Como decía en el primer párrafo, es una pareja de escritores y agentes culturales independientes, muy bien relacionados con autores y editores, muy activos en Europa y América, residentes desde hace muchos años en Barcelona, pero con frecuencia de viaje.

Estaban parados, conversando, cara a cara, de pie. Los dos son guapos. Él iba vestido de forma impecable y se cubría del sol naciente con un sombrero de paja, y ella iba en albornoz y estaba descalza, a punto de nadar unos largos.

El cielo era rosa y la escena me pareció propia de El gran Gatsby o alguna película llena de glamour y romanticismo sobre extranjeros en paraísos exóticos. Pensé que era incorrecto seguir ahí en la ventana observándolos sin que lo supieran, y me metí para dentro de la habitación. Donde tenía desordenados mi ropa, mi ordenador, cuadernos, algún libro, la cama deshecha, en fin, el prosaísmo de la vida.

Volví a recordar la escena ayer, cuando me llamó Major: estaban los dos en Madrid para unas conferencias que tienen en el museo del Prado y me invitaban a desayunar en el hotel Wellington con David Rieff, analista político estadounidense, autor, entre otros ensayos, de Elogio del olvido. Que es una inteligente y nada convencional reflexión sobre la memoria histórica y el razonado cuestionamiento del aforismo de Santayana, según el cual, los pueblos que olvidan su pasado están condenados a repetirlo. Rieff sostiene poniendo algunos ejemplos que, por el contrario, a veces conviene más, es más constructivo y más sano, olvidar. 

Después del desayuno y la conversación, cuando ya íbamos a separarnos y Aurelio se estaba subiendo al taxi, camino al Prado, le pregunté qué obra de arte le gustaría tener en casa, y me respondió que en realidad ya la tenía, acababa de llegarle. Un grabado de Lam que había comprado en una subasta.

Me explicó el motivo de esta elección, pero pasaba un camión ruidoso, él habla bajo, soy algo duro de oído, y no pude entenderle. Pero he visto el grabado, donde las características y estilizadas figuras de Lam, pájaros, máscaras, demonios, en negros, blancos y grises, flotan en el aire, sobre un cielo con una zona rosada como aquel amanecer de Formentor.

No me extraña que Major aprecie a Lam hasta el extremo de participar en una subasta para comprar un grabado suyo. Wifredo Lam (Cuba, 1902 - París 1982) también fue un viajero, un trasterrado. Su padre era chino, su madre cubana de padres congoleña y español. Desde principios de los años 20 estuvo en España, adonde llegó con una beca para ser retratista. La Guerra Civil le dio conciencia política. Compuso una gran pintura sobre la Guerra para el mítico pabellón español de 1937 en la Exposición Internacional de París. De aquí se fue a París, con una carta de recomendación para Picasso. Éste le presentó a André Breton, el papa del surrealismo, “y me pareció”, dice en un documental que le ha dedicado el MOMA, “que había descubierto algo muy importante, y me convertí en miembro del movimiento surrealista”.

Mural de Wifredo Lam en el Instituto Botánico de la Universidad Central de Venezuela

Mural de Wifredo Lam en el Instituto Botánico de la Universidad Central de Venezuela GermanX (CC-BY-SA-4.0)

En 1940, cuando los alemanes entraron en París, confió toda su obra a Picasso, para que se la guardase (como así hizo) hasta su regreso, y, como se le negaba la entrada a los Estados Unidos, debido a sus relaciones izquierdistas, se volvió a Cuba. Esta segunda, larga estancia en su patria le conectó con su complejo legado de mitos, leyendas y culturas, que se plasman en su pintura en la que se mezclan animales, vegetales, seres humanos y seres mitológicos.

En vida tuvo bastante éxito, pero su rareza nunca gustó de verdad al gran público. Esto probablemente va a cambiar, porque precisamente estos días el MOMA ha inaugurado una gran retrospectiva de Wifredo Lam.