
Imagen de archivo de Vallter 2000
Vallter 2000: Una historia de emprendimiento, voluntarismo y convicción
La estación de esquí catalana celebra su 50 aniversario con la publicación de un libro en homenaje a la historia y testimonios que hicieron realidad un proyecto impulsado por Josep Pujol Auli, hijo de la familia propietaria de Galetes Pujol
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A principios de la década de los 60, un reconocido empresario de la comarca del Ripollès aficionado al esquí llamado Josep Pujol Aulí se obsesionó con levantar una estación de esquí en el valle de Camprodón, donde su familia tenía la famosa fábrica de galletas Pujol.
Se trataba de un proyecto complejo, que requería una fuerte inversión privada y la implicación de toda la comarca, pero a base de esfuerzo y motivación, lo consiguió. El 17 de enero de 1975 se inauguraba oficialmente Vallter 2000, una “estación de esquí y montaña” que este año cumple precisamente su 50 aniversario y cuya historia ha quedado plasmada en el libro Vallter 1975-2025 Crònica d’una dèria (Cossetània, 2025).

Vallter 1975-2025 Crònica d’una dèria
“Mi vida ha ido bastante en paralelo a la de esta estación de esquí”, explica Ivan Sanz Tusell (La Jonquera, 1971), coautor del libro y fundador del portal digital diaridelaneu.cat, en una entrevista reciente para El Magazín de Televisió Ripollès.
Cuando Sanz tenía poco más de un año, sus padres, grandes aficionados al esquí, se compraron un apartamento en Llanars, en el Valle de Camprodón, para poder ir a esquiar a Font Romeu, en Francia. Sin embargo, cuando poco después se inauguró Vallter 2000 no dudaron en cambiar de estación.
Fue allí donde Sanz aprendió a esquiar y desarrolló una estrecha vinculación con la región, vinculación que lo llevó, de más mayor, a abrir una imprenta de artes gráficas en Camprodón. “Un negocio que no fue muy bien, la verdad”, se ríe, pero que le sirvió para establecer una nueva forma de contacto con la estación, como proveedor de material gráfico y publicitario, y no solo como cliente/esquiador.
Sanz acabó cerrando la imprenta, pero su carrera como editor y aficionado al esquí lo llevaron a fundar el medio digital diaridelaneu.cat, especializado en información sobre montaña y deportes de nieve.
En 2015, consciente de que faltaban diez años para que se cumplieran 50 de la fundación de Vallter 2000, empezó a escribir algunos artículos sobre su historia, hasta que, en 2022, repasando la hemeroteca, se dio cuenta de que tenía material suficiente para poder escribir un libro en su homenaje. “Me fui a hablar primero con la familia Pujol, y luego con el actual director de la estación, Enric Serra, para que me dieran el visto bueno”, recuerda.
Las dos partes estuvieron encantadas con su propuesta, aunque le informaron que había otra persona que también estaba escribiendo un libro sobre la historia de Vallter 2000. Se trataba de Jordi Surinyac, un abogado de Mataró (1953) asiduo al valle de Camprodón, quien acabó conociendo de pura casualidad al abordarlo para entrevistarlo mientras bajaba de un telesilla de Font Romeu, durante la Purísima de 2022.
“Nos dimos cuenta de que cada uno aportaba visiones y redactados diferentes, proyectos paralelos, a distancia, pero no contradictorios, y llegamos a la conclusión de que era posible escribir un solo libro, además de ser más razonable”, explica Sanz. Se dieron un plazo de ocho meses para avanzar en sus proyectos, ponerlos en común y reflexionar sobre cómo fusionarlos en uno solo. Aunque no fue fácil, lo consiguieron.
El resultado es un libro de 136 páginas en color y tapa dura, que resume por un lado la historia de la estación, partiendo del sueño compartido de Josep Pujol Auli, fallecido en 2005, y su primo, Josep Pujol Martínez, de 84 años, quien fue el primer director de la estación.
“Fuimos unos aventureros, no teníamos ni un duro en el bolsillo”, explicó este último en una entrevista reciente con el diari El Punt Avui recordando los inicios de la estación.
Para Sainz, no hay duda de que la historia de Vallter es una historia de emprendedores, de voluntarismo y de convicción, concretamente de la familia Pujol. Tanto Pujol Aulí como su primo, propietario de una confitería en Camprodón, “fueron capaces de reunir a la colonia de veraneantes de la zona, presentarles un plan convincente —encargada a una empresa de los Alpes franceses —, transmitirles su pasión y convencerlos para reunir el capital suficiente hasta colocar el primer remontador”, dice.
La estación se levantó sobre unos territorios propiedad del ayuntamiento de Setcases, con el que se llegó a un acuerdo de concesión administrativa, sin ningún tipo de ayuda económica, y asumiendo todos los riesgos. Enseguida tuvieron un público fiel, como los padres de Sanz, a pesar de la precariedad de las primeras instalaciones: una barraca de hierro que hacía a la vez de recepción, bar y garaje. Más adelante abrieron nuevos remontadores y servicios, así como ocho cañones de nieve artificial que ayudaron a paliar el principal reto de los años venideros: la falta de nieve.
“A pesar de tener un público fiel, la nieve no estaba asegurada. Esto los llevó a problemas de rentabilidad económica desde el primer día”, explica Sanz. Al principio las reinversiones fueron a título personal, del bolsillo de la familia Pujol, o a título privado, pero luego no quedó más remedio que ir a buscar apoyo institucional, de ayuntamientos y gobiernos.
Sin embargo, a pesar de las pérdidas constantes de dinero, “la estación logró transformar la economía de Camprodon, trajo mucho turismo de invierno al valle, haciendo crecer la construcción, hostelería y ocio après-ski”, añade.
En la actualidad, Vallter 2000, propiedad de FGC (Ferrocarrils de la Generalitat), se ha convertido en el principal motor económico de la zona, aportando el 11% del PIB del valle, según fuentes corporativas citadas por El Punt Avui.
Por otro lado, el libro reúne entrevistas a diferentes testimonios y personajes que hicieron posible la historia de la estación, desde los hijos del fundador, a diferentes directivos, proveedores y trabajadores míticos, como “el Manel dels arrastres”, que recuerda como un día por poco se le congelan los dedos, o Rosa Pla, una mujer polivalente “que tanto te la encontrabas limpiando el comedor como ayudando a vender forfaits”, explica Sanz, recordando a la popular empleada, que solía vestir con una bata blanca y que todos conocían como “la doctora Pla”.
“Son historias que emocionan, que dejan ver el empuje y la convicción de toda la gente que trabajó en este proyecto, que se lo hizo un poco suyo. Y esta faceta humana es importante para entender la identidad de la estación”, concluye.