Byars y el nombre de la rosa
La rosa es símbolo del amor. “La rosa es porque sí”, sostuvo el místico Angelus Silesius (1626-1677). Recuerdo la frase final de El nombre de la rosa, la justamente famosa novela de Umberto Eco, que dice Stat rosa pristina nomine, nomina nuda tenemus o sea “De la rosa original queda el nombre, de ella tenemos sólo el mismo nombre”. Esta frase alude a la idea aristotélica, y cabalística, de Aristóteles de que el nombre es el arquetipo de las cosas, y Dios está en la palabra “Dios”. Claro que de la rosa quede sólo el nombre da una idea de pérdida, y por eso yo relaciono la frase de Eco con el famoso soneto de Quevedo que empieza “Buscas en Roma a Roma, ¡oh peregrino!/ y en Roma misma a Roma no la hallas/ (…) huyó lo que era firme y solamente/ lo fugitivo permanece y dura.” La rosa es porque sí, pero se marchita.” Dejemos de lado, por cierto, el hecho de que además la rosa tiene espinas, como señala Brel cuando declina “Rosa rosa, rosam, rosae, rosae, rosa…”, liga esas lecciones escolares a su encantadora prima Rosa, y descubre, con el tiempo “que en las rosas hay espinas”.
Si viajas a Madrid por cualquier motivo, y puedes soportar el calor, date un paseo hasta el palacio de Velázquez --es una sucursal del Reina Sofía--, en el parque del Retiro, y entra a ver la exposición de James Lee Byars (Detroit, Michigan, 1932 - El Cairo, 1997). Se titula, como la pieza a base de esferas de cristal rojo que da la bienvenida a los visitantes, Perfecta es la pregunta, y el comisario es Vicente Todolí, que siempre es una garantía de calidad.
No ayuda a disfrutar de la obra de Byars el hecho de que él haya muerto. Aquel artista excéntrico, considerado en su tiempo un tipo extravagante, en tránsito entre el Extremo Oriente, el Cairo y Venecia, solía participar con happenings en sus exposiciones, interrogando al público, invitándole a participar con él. En ausencia del artista por causa mayor, la exposición tiene un matiz de carencia, de cosa abandonada por su hacedor.
Si estás preocupado u ocupado con tus cosas, probablemente te quedes indiferente antes sus piezas distribuidas con suprema elegancia en los diferentes espacios, piezas geométricas, prismas, esferas, pilares, anillos monumentales, muchas de ellas cubiertas de una capa de oro o de similor, que le da un toque de distinción y refuerza la idea de pureza, de valor y eternidad.
Pero si estás con disposición abierta, receptiva, curiosa, a lo mejor te hace entrar en ti mismo la elegancia desnuda, simple, monumental, elemental y silenciosa, la armonía y equilibrio de las formas, su cercanía a un vacío zen, su inefabilidad. Algunas de estas esculturas me fastidiaron, como un blanco diente de narval que descansa como pieza preciosa sobre un lecho de seda que tomé por un paracaídas, el conjunto sostenido sobre una mesa de madera. Estuve preguntándome qué demonios de asociación puede haber entre un hueso y un paracaídas, pero resultó, tras leer la cartela, que la masa de seda era alusión al estuche de las joyas.
Otras, como la que me dispongo a comentar, me emocionaron.
Se exponen en el Palacio varias bolas o esferas de un diámetro de un metro, o sea, que te llegan como a la altura de la cintura. Una de ellas es de tierra, bautizada como la tumba del artista, la tumba del mismo Byars. Esas bolas hacen pensar de inmediato en los planetas aislados en el universo, en la misma bola de la Tierra. Otra esfera, que viene del IVAM, es de porexpán, está enteramente cubierta por rosas rojas, y se titula The rose table of perfect (1989). Son exactamente 3333 rosas, bien apretadas, cubriendo totalmente la superficie de la esfera. Cuando yo visité la exposición estaban perfectamente marchitas.
La idea es que al principio de la exposición las rosas estén recién cortadas, frescas y vivas, y según pasan los días se van marchitando. La rosa es porque sí, como nuestra vida en la Tierra, y, como ella, exhala su aroma, envejece y muere. Nosotros, en la exposición de Byars, la vemos desde fuera.
Esta bola de rosas marchitándose me recordó una exposición de la fotógrafa Marisa González (Bilbao, 1943) en la hoy desaparecida galería Urania de Barcelona. Eran grandes fotos de limones en diversos estados de maduración, prestando especial atención al curioso parecido del limón madurando, hinchándose y descomponiéndose con la forma de los órganos sexuales femeninos. Completaba la analogía quinientos kilos de limones esparcidos por el suelo, que difundían su grato aroma por toda la galería mientras se iban pudriendo…
Maravillosa, aunque algo melancólica, rosa de la perfección que imaginó el señor Byars. Bendito sea. La rosa prístina y Roma han desaparecido, “un símbolo, una rosa, te desgarra”, pero de momento nosotros seguimos aquí, y tenemos por lo menos el nombre, nomine nuda tenemus.