Pompili Massa Pujol (Premià de Mar, 1958) es hijo de sardanistas empedernidos –su padre fue uno de los socios fundadores de los Amics de la Sardana de Premià de Mar– y lleva la danza tradicional en la sangre. “Aprendí a bailar sardanas en casa, con mi padre”, se ríe este reconocido estudioso de la danza y profesor de Educación Musical jubilado del Maresme.
Graduado en Danza Escolar por la Universidad Autónoma de Barcelona, y con una amplia formación en bailes tradicionales en diversas instituciones catalanas, Massa ha dedicado prácticamente toda su vida profesional a ser maestro de escuela, además de participar en la recuperación y restitución de bailes tradicionales, especialmente de la comarca del Maresme, y escribir artículos y obras relacionados con la danza tradicional catalana. Pero tenía una asignatura pendiente: dar una explicación racional al origen de la sardana y poner fin a los mitos que envuelven su nacimiento desde que en 1868 el escritor occitano Frederic Mistral afirmase, sin fundamento, que el baile provenía de los griegos.
Dos libros como referencia
“Me puse a buscar todo lo que se había publicado hasta el momento sobre la sardana y no encontré nada, más allá del libro de Joan Amades La Sardana, de 1930, y el de Aureli Capmany La sardana a Catalunya, de 1948. El resto eran todo repeticiones del mismo material”, añade el estudioso, que el pasado mes de enero publicó Història de la Sardana i la baula perduda. De l’origen desitjat a un origen raonat (Alpina Llibres, 2024).
El libro, fruto de ocho años de estudio y “maduración” del material, pretende acercase a la evolución de la sardana desde una perspectiva diferente, la mirada coreográfica; es decir, entendiendo la sardana simplemente como un baile, más allá de la mirada nominal o musical.
Un baile en círculo
“La sardana es, antes que nada, un baile y, por tanto, movimiento”, destaca Massa en el prólogo del libro, que arranca con una recopilación de los orígenes mitológicos, “deseados”, de la sardana: “Que si viene de Grecia, de los egipcios, del Empordà… todos hemos oído muchas cosas”, se ríe. Pero, para él, era importante obviar estas hipótesis y seguir su intuición de partida: la posible conexión entre las carolas profanas medievales, un baile popular olvidado, y las primeras sardanas.
“Antes de todo, hay que aceptar que la manera de bailar en la Edad Media era muy simple”, insiste el autor en cada presentación de su libro. Las carolas eran bailes populares cantados, que se bailaban en círculo, normalmente con las manos agarradas, siguiendo puntos de baile muy sencillos (dos pasos a la izquierda, dos a la derecha, y sus variaciones), y que servían para contar historias, creencias y costumbres.
Las carolas catalanas más conocidas
“Eran como los cuentos junto a la chimenea”, detalla el autor, poniendo como ejemplo algunas de las carolas catalanas más conocidas: El ball de la civada, La Margarideta, La Masovera o El desembre congelat. La estructura era parecida a las representaciones teatrales griegas: había un corifeo, un solista, que cantaba el cuerpo de la canción, y un coro que le daba respuesta, repitiendo un estribillo, mientras bailaba.
“Pere va a la plaça, Pere ja n’hi compra, Pere ja se'n torna, Pere ja és aquí. Margarideta, lleva’t de matí”, canta Massa a la vez que marca los pasos de baile que corresponderían al coro. Al autor le gusta especialmente el ejemplo de Margarideta porque la canción fusiona dos historias con clara intención social: la primera hace referencia a la reina Margarita de Austria, que tenía por costumbre madrugar mucho para ir a misa, y a su ayudante personal, Pere Franquesa, conde de Vilallonga, acusado de fraude y falsificación y condenado a cadena perpetua en 1606; la segunda se adentra en las eventualidades de una mujer que se levanta tarde como resultado de una vida nocturna activa.
“Las carolas fueron objeto de repetidas críticas y se vieron abocadas, al menos en los ambientes eclesiásticos, a una prohibición progresiva durante los siglos XV y XVI”, observa Massa. Aunque las críticas y prohibiciones de la Iglesia no lograron eliminar el baile, sí consiguieron que entrase en un período de desprestigio social progresivo y en el siglo XVI fue desterrado del ambiente cortesano de toda Europa, y, de rebote, del resto de la sociedad.
“Estoy bailando una sardana”
“Las nuevas clases altas buscan otro tipo de divertimiento, más espectacular, para diferenciarse de la plebe”, explica el autor, poniendo como referencia los magníficos ballets de cour, los espectáculos de música, drama y baile introducidos por Caterina de Médici en la corte francesa a partir de 1560. La carola, según el estudioso, representa un estadio muy primitivo de representación artística, mientras que el ballet de cour representa un estadio de “exquisitez absoluta”. En este contexto, pues, “las carolas pasaron a ser un entretenimiento del pasado, obsoleto, que no interesaba a nadie de los estamentos cortesanos y acomodados europeos”, añade.
En las décadas siguientes, marcadas además por la creciente censura política bajo el reino de Felipe IV, la mayoría de carolas catalanas sufrieron la eliminación de la voz cantada del coro. Por un lado, supuso la pérdida de un género popular, pero, por otro lado, “aportaba no solo la posibilidad de poder bailar sin tener que saberse la letra o la necesidad de que alguien liderase el baile, sino que facilitó el abandono progresivo de la gestualidad, de manera que a menudo la parte dramática quedaba arrinconada e ignorada”. “¿Y qué ocurre cuando le saco la letra a una carola?”, se pregunta Massa disponiéndose a bailar una carola muda, al ritmo de la melodía de Margarideta. “Que estoy bailando una sardana”, concluye.