“Mi sueño es que Isabel Coixet conozca la historia de Juliana Morell porque merece una película suya”
El museo del Real Monasterio de Santa María de Pedralbes dedica, hasta el próximo 14 de abril, una exposición a la figura de esta destacada humanista, políglota y religiosa del siglo XVII
21 enero, 2024 00:00Noticias relacionadas
Confiesa Georgina Rabassó, doctora en Filosofía por la UB y comisaria de la muestra El legado reencontrado de Juliana Morell (1594-1653) --hasta el 14 de abril en el monasterio de Pedralbes--, que su “sueño”, su “objetivo último” es que la cineasta catalana Isabel Coixet hiciera una película de ficción sobre esta fascinante mujer nacida a finales del XVI en Barcelona. Desde luego hay mucho material para un buen guion en la extraordinaria biografía de esta “niña prodigio” que defendió tesis orales en filosofía a la temprana edad de 12 años. Eso sí, tuvo que hacerlo en su casa de Lyon ya que en aquella época era impensable que una mujer pudiera defender un doctorado en la universidad.
Recibieron copias dedicadas de las tesis el pontífice Pablo V, Margarita de Austria y otras reinas hispánicas. Se convirtió de inmediato en toda una celebridad. Fue la primera doctora extrauniversitaria de la historia. Sin embargo, y a pesar de este hito, sigue siendo una gran desconocida no solo entre el público, sino también en el ámbito universitario. “Incluso, hace poco unas profesoras del campus de Filosofía e Historia de la UB propusieron que se llamara Campus Juliana Morell, porque además su casa se sitúa en el Raval, y hubo profesores que se negaron porque no querían ponerle el nombre del campus a una monja”, explica la comisaria a Crónica Global.
Una incomprensible estrechez de miras lastra el reconocimiento hacia esta monja filósofa, icono de la erudición femenina en toda Europa, que fue elogiada por el mismísimo Lope de Vega y que encarna la lucha histórica de las mujeres para acceder a la formación académica.
Tras el rastro de Juliana Morell
Las dos únicas mujeres que aparecen por méritos propios en el paraninfo de la Universidad de Barcelona son Teresa de Ávila y Juliana Morell. De la primera hay muchísima información, pero de la segunda apenas conocemos su nombre, es una gran incógnita. Si su nombre estaba allí, grabado en la sala más importante del recinto, donde se celebran los honoris causa, debía ser alguien importante, pensó.
Aquel fue el punto de partida de una exhaustiva investigación que la llevó en 2018, gracias a una beca de la Fundación Agustí Pedro i Pons, hasta Aviñón, ciudad en la que vivió la gran parte de su vida. “Para mi sorpresa había muchas cosas, muchos escritos de ella, exlibris, etcétera. Entonces pensé que ahí había algo que debía rescatar. Esa voz del olvido que era simplemente un nombre. Había que profundizar para ver lo que realmente Juliana nos tenía que decir y aportar”.
Una mente privilegiada
A diferencia de la mayoría de mujeres de su tiempo, Juliana Morell recibió una educación privilegiada. Se formó en el monasterio de Santa María de Montsió y además tuvo varios profesores particulares en casa. La rutina de estudio impuesta por su padre, Joan Antoni Morell, un próspero mercader de telas, seguramente de origen hebreo, fue muy intensa y estricta. Tanto es así que él mismo escribió acerca de su educación lo siguiente: “Nunca le di albanega, ni pájaro, ni otras niñerías que no me lo pidiese en una buena frase latina”.
Con 4 años estudiaba nueve horas al día varias lenguas. Dominaba el catalán, el latín, el griego, el hebreo, el castellano, el francés y el italiano y hasta los 14 se formó en teología, filosofía, metafísica y jurisprudencia. “Fue una niña prodigio y su padre explotó todo aquello”. Sobre todo, cuando se vio en la necesidad de limpiar su fama tras ser acusado de asesinato en 1601 y tener que huir precipitadamente con ella a Francia. Juliana jamás regresó a Barcelona, aunque siempre tuvo presentes sus orígenes. Firmaba como Juliana Morell, barcinonensis.
El monasterio, un espacio seguro
Recuerda Rabassó que Juliana no es un caso aislado. Hay padres en el Renacimiento, inclusive antes, que invirtieron en la educación de sus hijas. Existen herederas de célebres pintores que se formaron también en el arte de sus progenitores como por ejemplo Artemisa Gentileschi o Sofonisba Anguissola. En ese sentido, Joan Antoni Morell reconoce el talento de su hija, pero también, señala, “hay mucha explotación intelectual en el caso de Juliana”.
Mucho interés por controlarla. Primero directamente y después mediante un buen matrimonio. La joven era consciente de ello por lo que a los 14 años decide escapar e ingresar en el monasterio de Santa Práxedes de Aviñón. Lo logró gracias a la protección de la condesa de Comté, que pagó su dote. “Digamos que cuando se encierra en el monasterio es cuando Juliana gana su libertad. Eso es una gran paradoja. Escoge la vida tradicional medieval de las mujeres para formarse por ser un espacio más seguro para ella. Un espacio querido, era su lugar natural”.
Icono de la universidad y de Barcelona
Allí, sin la presión del padre, sintiéndose a salvo, dedicó el resto de su vida a transmitir sus conocimientos y sus ideas. Fue priora y ejerció de maestra de novicias. Tenía un gran bagaje cultural e intelectual y toda esa formación va con ella. “Cuando escribe sus meditaciones ves ahí que hay todo un trasfondo humanístico, racionalista, lógico. Y todo eso está en su escritura. Para mí es una de las particularidades más destacables de los textos de Juliana, cómo hibrida orgánicamente las dos tendencias más importantes de su época que eran el racionalismo cartesiano y la mística teresiana”.
De momento no se ha podido hacer un análisis interpretativo profundo de su obra. De nuevo la historia se repite. El agravio comparativo entre sexos. Mientras los textos de Shakespeare o de Cervantes llevan siglos estudiándose, llevamos un retraso considerable con las mujeres, y ahora tenemos que empezar a hacerlo, sostiene.
Primera entrega
La exposición El legado reencontrado de Juliana Morell (1594-1653) es apenas una aproximación a la figura de esta mujer que, para Georgina Rabassó, “es un icono de la Universidad de Barcelona y de la ciudad y no nos damos cuenta, no lo valoramos lo suficiente”. Aún queda mucho por hacer. “Es un trabajo que se va a dilatar en el tiempo. No es exactamente el comienzo, porque hay muchos años atrás de documentación, pero sí que ha sido como una primera entrega al público de ese iceberg que es Juliana”, concluye.
La muestra reúne un conjunto de piezas originales y de reproducciones de obras vinculadas a su figura, entre ellas cinco exlibris con marca de su propiedad, además de varios documentos, libros y manuscritos suyos, así como una recreación del que posiblemente fuera el traje que vistió el histórico día en el que presentó su tesis.