La filmografía de Luis Buñuel (Calanda, 1900-Ciudad de México, 1983) contiene algunos de los momentos más perturbadores del cine del siglo XX. Quién no se ha estremecido con la escena del ojo abierto seccionado por una cuchilla de afeitar de Un perro andaluz (1929); o sumido en el más absoluto desconcierto observando al estilita tentado por el demonio, encarnado en la piel de una bella mujer, de Simón en el desierto (1964).
Narrativa onírica
Historias extrañas, surrealistas y provocadoras que habitan en un lugar pleno de simbolismos, carente de toda lógica y de toda norma, convertido en escenario cinematográfico gracias a su inconfundible narrativa onírica y a su extraordinario talento para transformar sus obsesiones en relatos fascinantes.
“La gente juiciosa del campo solía decir que las liebres no duermen, dormitan; su noche transcurre entre el sueño y la vigilia, en esa esfera que le es tan propia a la obra de Luis Buñuel, máxima figura del surrealismo cinematográfico”, apunta Héctor Orozco, comisario de la exposición El sueño de la liebre. El cine de Luis Buñuel y Gabriel Figueroa que se podrá visitar hasta el próximo 27 de agosto en la Filmoteca de Cataluña.
Durante su exilio en México, Buñuel filmó veinte de las treinta y dos películas que realizó a lo largo de toda su vida. El director de fotografía mexicano Gabriel Figueroa colaboró con él, hasta en siete ocasiones, en la recreación de esos extraordinarios universos de obsesiones que cimentan su genial obra. Precisamente esta complicidad creativa de la que nacieron películas como Nazarín o El ángel exterminador teje el hilo argumental de la muestra.
Cine social y películas surrealistas
Con Los olvidados (1950), un retrato social sobre la vida de unos jóvenes en los suburbios de Ciudad de México, inició su fructífera colaboración de más de una década con el cinematógrafo mexicano que culminó en 1964 con Simón del desierto, una cinta inacabada por falta de presupuesto, galardonada con el Premio Especial del Jurado en el Festival de Cine de Venecia de 1965.
Como hicieron otras figuras del surrealismo, Buñuel condensó en su obra todo su universo figurativo ajeno a cualquier imposición moral. “El cine es el mejor instrumento para expresar el mundo de los sueños, de las emociones y del instinto”, escribió el director. Gabriel Figueroa puso todo su talento al servicio de ese universo para que todos y cada uno de sus sueños y emociones se hicieran realidad.
Guiones literarios en la gran pantalla
Tras su primera colaboración, en 1952, volvieron a trabajar juntos en Él, una adaptación del libro de Mercedes Pinto que relata la vida de un hombre, aparentemente normal, que se vuelve paranoico y obsesivo tras conocer a una joven en una ceremonia religiosa. “Quizás sea la película en la que más he puesto de mí mismo. Hay algo mío en el protagonista”, declaró.
Algunos años después, en 1958, volvieron a coincidir en Nazarín, un largometraje basado en la novela homónima de Benito Pérez Galdós, que narra las adversidades de un clérigo en conflicto protagonizada por Francisco Raval. La película ganó el Gran Premio Internacional de Cannes y contó con el apoyo de personalidades como Octavio Paz, John Huston o Juan Antonio Bardem.
Últimos trabajos
Tras Los ambiciosos (1959) y La Joven (1960), dos coproducciones menores filmadas en Acapulco, se reunieron de nuevo para el rodaje de El ángel exterminador (1962), una despiada y perturbadora crónica sobre la decadencia de la moral burguesa de la que la revista Cine Mundial escribió: “Gabriel Figueroa y Luis Buñuel, pareja del apocalipsis”.
Sería su penúltimo proyecto juntos. En 1964, Simón del desierto puso el punto final a su colaboración y también a su etapa mexicana.
Decía Buñuel que “el cine parece una imitación involuntaria del sueño. La noche que invade poco a poco la sala cinematográfica equivale a la acción de cerrar los ojos. Es entonces cuando empieza, sobre la pantalla y en el fondo del hombre, la incursión en el inconsciente: (…) el tiempo y el espacio se hacen flexibles, se estrechan o ensanchan a voluntad, y el orden cronológico ya no responde a la realidad”.
Quizá por eso, el director al que le encantaban los sueños, incluso cuando eran pesadillas, es uno de los grandes genios del séptimo arte.