La historia de España ha interesado poco en el cine español. Grandes hitos de nuestra historia o personajes que darían mucho juego cinematográfico jamás han merecido atención en la gran pantalla patria. Son pocas las películas de tema histórico que hayan conjugado méritos artísticos y capacidad de reproducción de la realidad histórica. A mí, al respecto, siempre me gustó Esquilache (1989) de Josefina Molina, basada en la obra de Buero Vallejo, con Fernán Gómez como Esquilache y Marsillach como el rey Carlos III.
Es curiosa, por otra parte, la singular capacidad para construir películas con humor sarcástico sobre la historia de España. Ahí están, por citar algunos ejemplos, para la época medieval, cintas como El retablo de Maese Pelos (1976), Cuando Almanzor perdió el tambor (1984) y El Cid cabreador (1983); o para la época moderna, Cristóbal Colón, de oficio descubridor (1982), con Pajares como Colón, y El rey pasmado (1991) con Gabino Diego como Felipe IV. Da la impresión de que la historia no se ha tomado en serio en el cine español. Nunca ha habido la capacidad narrativa del cine francés a la hora de sublimar con imágenes sus glorias nacionales como La Juana de Arco de Luc Besson.
El cine franquista de la posguerra
Solo el cine franquista de la posguerra jugó descaradamente a la épica. Cintas como Locura de amor (1948) sobre la vida de Juana la Loca, Alba de América (1951), La leona de Castilla, sobre la viuda de Padilla (1951), Jeromín (1953), sobre la vida de Juan de Austria niño, por citar algunas, marcaron una época de nostalgia del Imperio y de retórica emocional propia del tiempo vivido.
Hasta la historia épica de las mujeres mereció la atención del franquismo con películas como Inés de Castro (1944), Reina santa (1947), Doña María la Brava (1948), para culminar con Agustina de Aragón (1950) de Juan de Orduña, todas ellas referenciadas en el libro que leí en mi infancia Florilegio de mujeres españolas de Antonio J. Onieva. Teresa de Jesús ha sido el personaje femenino más representado en el cine o en la televisión con actrices como Aurora Bautista, Beatriz Riaza, Carmen Bernardos, Concha Velasco, Paz Vega…
Directores extranjeros
Significativamente, fueron directores desde fuera de España los que consiguieron las mejores glosas de personajes históricos españoles. ¿Qué decir de El Cid producida por Samuel Bronston, dirigida por Anthony Mann e interpretada por Charlton Heston y Sophia Loren? El descubrimiento de América fue muy bien representado por Ridley Scott en 1492: la conquista del paraíso, con Gérard Depardieu como Colón y Sigourney Weaver como la Reina Católica. Y eso que no nos han faltado en los últimos años excelentes actrices haciendo de Isabel la Católica como Maribel Martín, Isabel Ordaz y Michelle Jenner.
Ciertamente, nunca ha habido una seria programación oficial sobre el cine histórico español. Solo en el primer franquismo hubo una intención explícita de construir un cine patriótico nacional tal y como reflejaba un manifiesto de la revista Primer Plano, con García Viñolas como uno de sus primeros promotores: “La altura y la responsabilidad del cine histórico es tal que ningún otro género puede compararse. La importancia del género histórico en las pantallas alcanza a la formación misma del espíritu nacional”. La realidad es que nunca acabó de prosperar ese cine patriótico nacional en el mercado nuestro. La monarquía nunca ha generado relatos valorizadores de la institución. La película de más éxito sobre esta fue ¿Dónde vas, Alfonso XII? (1958) de Luis César Amadori, con el drama de la muerte de la primera mujer de Alfonso XII, María de las Mercedes, interpretada por Paquita Rico, que se convertiría en un ejercicio de nostalgia romántica y hasta de crítica soterrada de la España que vino después, con María Cristina a la cabeza (interpretada por Marga López), tal y como se refleja en la película ¿Dónde vas, triste de ti? De la monarquía, curiosamente, el personaje que más ha interesado es Eugenia de Montijo, casada con el emperador Napoleón III en 1853 y que generó películas de gran éxito como Violetas imperiales (1952) con Carmen Sevilla y Luis Mariano.
El franquismo y el folklore
Uno de los mitos que quería aquí subrayar es el vínculo que se ha establecido entre el franquismo y la españolada folklórica. Hay que decir que el folklorismo fue anterior. En el marco de la Segunda República florecieron películas como La verbena de la paloma de Perojo (1935), Nobleza baturra (1935) y Morena Clara (1936) de Florián Rey. Y, desde luego, no faltó el cine clerical como La hermana San Sulpicio (1934).
No hay que olvidar, por otra parte, que en el cine republicano colaboraron directores que se convertirían en arquetipos del franquismo con directores que han pasado por lo contrario. Un ejemplo es la película La hija de Juan Simón (1935) en su primera versión codirigida por Sáenz de Heredia y Buñuel e interpretada por Angelillo, el cantante republicano. Años después se haría la versión franquista de La hija de Juan Simón (1957), interpretada por Antonio Molina y dirigida por Gonzalo Delgrás.
Literatura como base
Un personaje como Felipe II nunca ha suscitado un análisis mínimamente riguroso en el cine español. El tema del conflicto con su hijo Don Carlos que tanto eco historiográfico y literario ha merecido, solo se trató parcialmente a través del personaje de la Éboli, doña Ana de Mendoza, en alguna película menor en el cine español. Curiosamente, este personaje de la princesa de Éboli fue el eje de la película de Terence Young con Olivia de Havilland como protagonista, y basada en la novela Esa dama de Kate O’ Brien que se considera uno de los fundamentos de la leyenda negra. Nadie en el cine español ha sabido fabricar un relato cinematográfico de la proyección del Imperio español en Europa o América con connotaciones positivas y al mismo tiempo creíbles. No se han superado los tópicos negativos de La kermesse heroica (1935), que ha marcado de manera indeleble una imagen siniestra de los tercios españoles en Flandes. Ni siquiera los acercamientos cinematográficos al capitán Alatriste (2006) en la película de Díaz Yanes consiguieron borrar la imagen sórdida del régimen imperial. La Inquisición, por otra parte, se ha tratado pocas veces y cuando se ha hecho ha sido desde un punto de vista mórbido a través del cine gore-sadomasoquista de Jesús Franco.
La gran apoyatura del cine histórico español ha sido la literatura, desde Cervantes a Pérez Reverte pasando por los Palacio Valdés, Echegaray, Clarín y tantos otros novelistas. Los guiones cinematográficos se han limitado a recoger la historia emanada del relato literario y siempre las reproducciones literarias han superado a los guiones autónomos o independientes de la obra literaria.
Un cine de tópicos
Desde la muerte de Franco, la llamada memoria histórica ha devorado literalmente a la historia partiendo del principio adanista de que toda la historia de España empezó en 1931 y que Franco inventó España. Este principio tan vigente hoy en nuestra educación se ha trasladado al cine. La República, la Guerra Civil y el franquismo han invadido el cine como objeto de permanente referencia con productos muy reiterativos y sectarios. Es falsa la idea de una Transición que silenciara voluntariamente la memoria del franquismo y su represión. Son muchas las películas citadas en esta serie producidas durante la Transición y dedicadas a rememorar lo peor del franquismo. Asimismo, no han faltado glosas favorables durante este periodo histórico respecto a los nacionalismos periféricos. Solo citaré aquí la película hagiográfica sobre Companys de Forn (1978). Tampoco, parece, ha prosperado el cine revisionista sobre esta historia reciente que sí ha tenido su reflejo en el mundo historiográfico (Pío Moa, Stanley Payne…).
Conclusión: el cine histórico español no ha hecho sino reflejar las propias limitaciones de la historiografía española a la hora de revocar el pasado. Mucho ideologismo, mucha obsesión identitaria, identificación emocional con los perdedores de la historia. Banalización y maniqueísmo. Cine para cultivar los tópicos, no para aprender la realidad de la España que fue.