El arte se crea, se muestra, se oculta, se olvida y desaparece. A veces sencillamente se destruye, otras cambia de manos o se transforma. Así ha sido a lo largo de los siglos, una eterna penitencia que le acompaña infatigable. Existen infinitos relatos en torno al azaroso destino de miles de obras.
La historia que alimenta la exposición monográfica Lluís Borrassà. Los colores reencontrados de la catedral de Barcelona, hasta el próximo 2 de julio en el MNAC, es una de esas crónicas, la de los coloridos retablos que un día decoraron los altares de la catedral y que en la actualidad se conservan desmembrados y dispersos en diversas instituciones públicas, como el Museo del Prado y el Museo Episcopal de Vic, y colecciones privadas.
El taller de los retablos
Durante más de cuatro décadas Lluís Borrassà (Girona, ca. 1360 – Barcelona, 1424/1425) dirigió uno de los talleres pictóricos más prolíficos e influyentes de aquella época en Cataluña. Heredero de una larga estirpe de pintores gerundenses, poco después de 1380 (fecha en la que aparecen las primeras referencias a su trabajo como pintor en Girona) se establece en la Ciudad Condal.
De su taller, ubicado frente a Santa María del Mar, salieron numerosos encargos, principalmente retablos, entre los que destacan los cuatro que ejecutó para la seo barcelonesa, por aquel entonces en construcción. “Los dos primeros se hicieron para la capilla de san Antonio Abad y para la girola de la capilla de san Andrés. Los otros dos, dedicados a tres santos y de estructura similar, los costearon dos miembros de la familia Despujol y los emplazaron, respectivamente, en las capillas de santa Marta y de san Lorenzo de la nave”, explican los organizadores.
De la tabla dedicada a san Antonio Abad no existe actualmente ningún vestigio pero sí el documento que acredita las condiciones del encargo y la carta de pago otorgada al artista en 1406. La de san Andrés se desmontó a principios del siglo XX para levantar una nueva. De la pintura consagrada a santa Marta apenas quedó la tabla central y el Calvario situado encima y, por último, del retablo de san Lorenzo tan solo hay localizadas cinco de las ocho tablas que lo conformaban.
Esclavos y aprendices
En el taller del pintor trabajaban colaboradores y aprendices algunos de los cuales eran esclavos, “tenerlos era un hecho habitual en la época”, aclaran desde el museo. Uno de ellos llamado Lluc, de origen tártaro, fue comprado por Borrassà en 1392 a un carpintero de Mallorca por la suma de 66 libras (15.840 dineros). Pese a intentar fugarse hasta en dos ocasiones, fue uno sus discípulos más relevantes aunque no alcanzó la libertad hasta la muerte de su maestro y señor.
Esta práctica siguió siendo frecuente siglos después. El mismísimo Velázquez mantuvo como siervo a Juan de Pareja durante más de dos décadas. Este hombre de origen morisco, al que Velázquez retrató en 1650, se convirtió en un notable pintor tras ser liberado en 1654. Precisamente, el Museo Metropolitano de Nueva York acaba de inaugurar una exposición dedicada a su obra.
Un gran desconocido
Aunque seguramente fueron más, apenas hay constancia de una cincuentena de encargos a lo largo de la dilatada trayectoria profesional del artista gerundense. Pero, sin duda, los más significativos son los que le vinculan a la catedral de Barcelona, monumento al que estuvo ligado, según consta, desde 1396 tras la compra de un pigmento azul para el policromado de una parte del púlpito del coro, elaborado por el escultor Pere Sanglada dos años antes.
Pese a ser un referente del gótico catalán, su figura, al igual que sus retablos, ha quedado desdibujada con el paso del tiempo. Aunque no así en círculos especializados, Borrassà es un auténtico desconocido para el gran público. Por eso Lluís Borrassà. Los colores reencontrados de la catedral de Barcelona, comisariada por Cèsar Favà, conservador de arte gótico del MNAC, resulta un ejercicio necesario de aproximación a su notable legado.
Proceso creativo
Gestada a partir de la adquisición en 2020 de dos tablas, la Vestición de san Pedro Mártir y la Decapitación de los familiares de Hipólito, por parte del Departamento de Cultura de la Generalitat de Cataluña, esta primera retrospectiva permite además entender algunos aspectos fundamentales de la pintura de la Baja Edad Media así como cuestiones relativas al funcionamiento del taller pictórico y al proceso creativo de los artistas medievales.
La muestra dedica un apartado especial a Josep Puiggarí (Barcelona, 1821-1903)“el responsable de rescatar a Borrassà del olvido secular”. El historiador publicó en 1860 “el primer artículo sobre el pintor y le atribuyó, sin documentación que lo avalara, pero con acierto, la primera obra: una tabla de la catedral de Barcelona, ilustrada a partir de un dibujo propio”, apuntan desde el museo. Aquella fue una de esas crónicas que arrojó luz sobre el azaroso patrimonio de un autor olvidado durante siglos.