Santi Trullenque (Barcelona, 1974) es, sin duda, un director con carácter y personalidad. Lo demuestra nada más empezar a hablar con él. Eso no implica mal genio, supone que tiene las ideas muy claras y que pone toda la carne en el asador y se deja la piel a la hora de enfrentarse a su primer largometraje o a una entrevista.
El catalán se presenta con El fred que crema, la obra de teatro de Agustí Franch que él se ha hecho propia y a la que ha dado su marca. Eso sin contar que se ha rodeado de actores de la talla de Greta Fernández, Adriá Collado y Roger Casamajor.
Si bien su estilo recuerda mucho al de Pa Negre, el filme tiene una gran personalidad, una característica que echa de menos en el cine. Crónica Global habla con él para descifrar algunos detalles de cómo sacó adelante su ópera prima.
--Pregunta: Ahora que por fin la película ve la luz y tras muchos problemas de rodaje, ¿satisfecho con el resultado?
--Sí, la verdad. Hacer una película, y más en estas circunstancias, es toda una aventura vital, económica, logística y artística. Un filme está hecho de muchas renuncias, concesiones y sacrificios. Al menos, esta es mi experiencia. Pero sí, estoy satisfecho porque poder conservar aunque sea un brío, una pizca de toda la ambición original y primigenia ya es un éxito. Para mí hay una cosa que es muy importante y que creo que falta en el cine actual, la personalidad y el carácter. Y esto en los blockbuster como en las películas de autor creo que son blandas en términos generales. Cada vez me interesa más el carácter de las personas, de las cosas, de las obras que ves. Para mí esto es importante, que la película sea buena o mala, tenga carácter, que haya una mirada. Soy de los que piensan que las películas pertenecen a los directores, y que un cineasta tiene el deber de imponer de alguna forma una mirada. Lo importante cuando ves una película es sentir que allí detrás hay alguien. Porque ves que te lleva a un terreno lleno de personalidad. Claro, hay mucha necesidad, hay historia, hay también conflictos muy duros. Y yo creo que existe la voluntad también de hacer un cine en catalán.
-- ¿Cuál fue la idea primigenia? ¿Y cómo fue en busca de esa personalidad?
--El origen es de Agustí Franch, que es el coguionista y es el autor de la obra de teatro. Luego él me propuso si podríamos hacer una adaptación. A mí me pareció que la historia reunía las condiciones y el marco para seguir hablando y seguir explicando cosas que a mí me interesan como la naturaleza del mal, ese odio atávico o ese odio que también es uno de los pilares fundamentales de todas las familias, de ese odio que es capaz de saltar y de pasar de generación en generación. Y cómo una generación posterior renueva los odios de las generaciones anteriores. De eso va la película. Creo que se debe ser poco infiel a la obra original. Pero a mí me permitía apoderarme de alguna forma de la película porque son temas que me interesa. Cuando haces una adaptación me revienta que las películas sean fieles al libro o a la obra. Yo creo que, aunque partas de la misma historia, el medio es diferente y también creo que te permite contar o explorar otras ideas. Y esta fue un poco mi voluntad.
--En esta cinta el odio se abarca de distintas formas. Está el del nazi, el familiar… ¿Diría que todos son tan irracionales?
--Correcto. Por un lado, existe el odio que arrasa una familia, el odio basado en unos hechos del pasado, es decir, en un secreto que está enterrado y que acabará apareciendo en la superficie y entrando en esa familia. Por otra parte, existe la presencia del alemán, un personaje hecho desde el arquetipo. No es un personaje con voluntad documental ni realista. Es un personaje de cuento en realidad, que encarna al malo o encarna en realidad al extraño, al desconocido, que llega a una comunidad y también la hace explotar desde el interior.
--Ese miedo detona, del mismo modo que Sara estalla y, en un mundo de hombres, cobra un protagonismo importante, como sucede en 'As bestas', también. ¿Era su voluntad?
--De hecho, la historia, aunque retrate a una comunidad, es la historia de Sara (Greta). Es el viaje de transformación o de toma de conciencia de Sara. Empieza de una manera y acaba de otra. Y, de hecho, esta es también la historia de la Caperucita. O su versión invertida. De hecho, El fred que crema nos explica que los lobos existen, y no se pueden adiestrar, no cambian su naturaleza y quizás no hace falta que hagamos de corderitos y esperemos a que vengan a devorarnos. A los lobos se les debe combatir. Esto es lo que, de alguna manera, viene a hacer Sara. A través de su transformación, de su historia, sufre muchísimo, aguanta mucho. Hace un ejercicio de resiliencia, de estoicismo. Ningún otro personaje puede aguantar tanto como ella. Hasta que, al final, toma la decisión. El tercer acto le pertenece a ella porque está en juego la vida de su criatura. Y esto es su motor vital.
--En este sentido, por el feminismo, por la idea de la amenaza de una persona de extrema derecha, el odio, ¿diría que se puede hacer una lectura política del filme?
--Seré muy sincero. Si yo ahora me tiro el rollo, sería oportunista y me convertiría en un farsante. Y es una actitud que me molesta profundamente en el mundo de la cultura, porque creo que está lleno de oportunistas. Está lleno de este tipo de estrategia, de realizar una obra aprovechando la coyuntura actual o la actualidad, ya sea ideológica, política, mundial... Y a partir de ahí, comparecer como si fuéramos supersensibles. Yo no vengo a hablar ni de feminismo ni de refugiados ucranianos, porque si lo hiciera yo sería un farsante y no me gusta. He venido aquí a contar una historia lo mejor que he podido. Una buena historia que ojalá emocione y guste a la gente. A partir de aquí, lecturas que se pueden hacer, paralelismos, analogías… es otra cosa, pero yo no las haré como director, porque este no era mi propósito cuando empecé a escribir la película. Y en el mundo de la cultura existe esa impostura de comparecer como si fuéramos activistas. ¿Por qué debemos ser activistas políticos? Cada uno tiene sus ideas y, evidentemente, sí, tenemos que hablar de feminismo. Pero sería un farsante si ahora me echara el rollo del empoderamiento femenino y te hablara de la mujer en el ámbito de montaña rural... No, no, escúcheme una cosa. A mí realmente lo que me interesa es el carácter de las personas, cómo en esa época en medio de la extrema pobreza, la gente se forjaba a través de la piedra y en través del frío. No por una cuestión que ahora debemos empoderarnos. Es algo que me parece una falta de respeto a las mujeres. Yo que siempre he estado rodeado de mujeres poderosas, en casa he tenido a mujeres muy fuertes, las mujeres con las que yo he tenido relaciones sentimentales siempre han sido mujeres fuertes. Ya me gusta esa cosa de la fortaleza. No debo reivindicarlo desde una posición ideológica porque existe una tendencia ahora ideológica o política que nos lo manda. No va de eso, porque entonces la película en un año ya queda caduca. Yo quiero hacer películas que perduren. Fíjate que muchas de las películas o de las obras de teatro que se hacen hoy, que se hacen justamente con este sentido oportunista, nadie se acordará de ellas dentro de cinco años. Es un debate que en la cultura no se habla. E incluso en la prensa no se habla. ¿No podemos ser algo más humildes y decir que nosotros somos contadores historias? Somos los últimos chamanes de la tribu. Esta es la pantalla (señala en la sala de cine). Esto es la hoguera, es la pantalla. Aquí venimos a contar historias y no a decir lo que debemos hacer. Sobre todo, hemos de dirigir la mirada del espectador hacia la emoción y no a ideas políticas ni para sensibilizar de que el mundo es una mierda.
--Es cierto que hay cierta tendencia entre pedagógica, ideológica y a veces doctrinaria para hablarle a cierta audiencia que igual ya piensa así.
--Por tanto, hay una oportunidad, hay un interés mercantilista. Estás buscando un nicho. Ya estás buscando, ¿no? Hay un nicho ideológico aquí en el feminismo. Por tanto, dímelo claramente. No vayas de farsante. Dime "yo quiero hacer una película para que vayan todas las mujeres feministas y paguen la entrada". Vale, perfecto, así lo tenemos claro. Cojonudo. Pero no me vendas la moto de qué eres... Luego está el retrato masculino. Ese retrato de masculinidad frágil porque ahora toca. Bueno, ¿por qué toca? ¿Por una cuestión ideológica o por qué va con los tiempos que corren? No. Si el personaje es frágil, es frágil a su modo. Por razones emocionales, por razones biográficas, se ajusta esta como Fredo en El padrino.
--¿Cree que también es algo influenciado por lo que van a decir?
--Pues entonces ya no eres director de cine, ni artista, ni creador, entonces eres un activista político.