Luis Tinoco (Mataró, 1978) lleva décadas dedicado a los efectos especiales. En este tiempo ha dirigido publicidad, cortometrajes y ahora se estrena en el largometraje con La paradoja de Antares, una película en la que no solo se habla de vida extraterrestre, sino del peso de una pasión, una vocación y las relaciones personales y familiares.
La película presenta a Alexandra Baeza en su puesto de trabajo, en una central astronómica donde trata de detectar vida extraterrestre. Su padre está en el hospital y su hermana le reprocha que no vaya a verlo lo suficiente cuando, de repente, el radar detecta alguna comunicación presuntamente procedente de otro planeta. A partir de allí, solo le preocupa confirmar ese contacto.
Contra viento y marea, problemas meteorológicos que ponen en peligro la estación y reproches personales de familia y amigos, la protagonista pasa unas horas agónicas encerrada entre cuatro paredes en las que tiene que lidiar con todo tipo de dificultades físicas y emocionales.
"La peli toca muchos temas, también el tema del placer y el trabajo frente a la familia. Cuando los que trabajamos de lo que nos gusta nos dejamos absorber por el trabajo, estamos en clarísimo riesgo de que se resientan amistades, parejas y familia", reconoce. "Lo he llevado al extremo en este caso, pero no es tan difícil sentirse así. Hay espectadores que se han sentido identificados con eso", apunta.
Estas emociones se hacen asfixiantes tanto para la protagonista como para el público. El realizador siempre tuvo claro cómo conseguirlo. "Soy muy fan de las películas en las que hay una sola persona en una única localización, rollo Burried, La soga", y algo de eso tiene.
Además, hacer la película entre cuatro paredes ayudaba a ajustarse a un presupuesto limitado. "Coordinaba muy bien con que yo fuera el productor de la película y tuviéramos que tirar de recursos mínimos y pequeñitos. De ahí vino la idea. Decidimos hacer una película en una sala de nuestro propio estudio, con nuestra cámara y nuestras propias luces".
A partir de allí, tocaba trabajar la historia, "intentar encontrar un guion que tuviera fuerza y que mantenga a la gente dos horas delante de la pantalla sin salir de la sala. Ahí empezó el reto y mira dónde hemos acabado". Ese dónde es el festival de cine de Sitges, donde presentaron el filme.
"Presentamos una película muy pequeñita, que terminamos hace muy muy poco y este es el primer feedback de público real y supera las expectativas de todo el equipo. No nos imaginábamos que el público iba a reaccionar tan bien", confiesa.
La película no tiene monstruo alguno, pero encajó perfectamente en el certamen, para sorpresa del mismo Tinoco. "La palabra ciencia ficción está apareciendo mucho en los comentarios que recibo, pero yo nunca tuve la idea de que estábamos haciendo una película de ciencia ficción", apunta.
El director y guionista afirma que escribió "un drama con toques de thriller, es una contrarreloj y sí que es verdad que tiene una parte de ciencia muy evidente y con tono hard. Pero no tenía claro que era ciencia ficción". En todo caso, señala que si se la quiere poner allí, "digamos que es eso", aunque para él sigue siendo un drama-thriller.
Para los expertos, puede recordar a Primer, la ópera prima de Shane Carruth, un matemático y exingeniero que alquiló un garaje para filmar una ciencia ficción pura y dura en la que se hablaba y se daban viajes en el tiempo. Sin hacer mención a ella, ni confirmar si la tenía presente, el catalán admite, como el estadounidense, que tuvo claro que quería ser riguroso con el tema.
"Llegó un momento en que yo estaba escribiendo el guion y necesitaba conocer detalles técnicos y consulting tecnológico. Nos pusimos en contacto con cinco de los mejores radioastrónomos de España", reconoce. Estuvieron de suerte. "Todos nos dijeron que sí y nos cruzamos un montón de e-mails, hicimos reuniones y me dieron notas muy precisas y técnicas sobre procesos, terminología sobre interfaces, ordenadores", y eso se nota en la película.
La paradoja de Antares no es la típica película de ovnis. Es más, Tinoco espera que la película no sea leída como un alegato o herramienta que sirva de defensa para los que creen en avistamientos de platillos volantes. "Entiendo que la película tiene el respaldo científico suficiente para demostrar que ese grupo de científicos y radioastrónomos están haciendo una labor seria, no como esa gente que mira con un telescopio a ver si ve ovnis", subraya.
Este rigor le es propio. Es algo con lo que coincide con su protagonista. "Yo soy hiperpragmático, hipercientífico, hipermatemático. Soy un poco Alexandra Baeza, la protagonista, en ese sentido. Sí, me fascina todo ese universo de posibilidad de vida extraterrestre, del infinito del universo, el multiverso...", declara. De allí a la fantasía hay un trecho.
Habla desde la experiencia. Sus 25 años en un estudio de efectos especiales lo avalan y le han hecho trabajar en todo tipo de proyectos en los que ha visto de todo. Ahora, pese a que en su filme no se ve ni un alien, ha tirado de ellos. "Precisamente quería hacer una cosa sencilla, aunque al final hay 535 planos de efectos visuales", detalla.
Este uso ha sido sobre todo para arreglar errores de continuidad y otros detalles. La cinta "se rodó muy rápido, en tres semanas, fue un infierno total y todo lo que podía fallar, falló y, por eso, tuvimos que poner algunos efectos visuales en este sentido", recuerda. El espectador no lo percibe, tal vez por eso La paradoja de Antares parece una película cuidada hasta el más mínimo detalle, una pieza de ciencia ficción digna de orfebre.