Acre está situada en la bahía de Haifa, al norte de Israel / YOLANDA CARDO

Acre está situada en la bahía de Haifa, al norte de Israel / YOLANDA CARDO

Creación

Acre, el último bastión de los cruzados en Tierra Santa

Fundada por los cananeos, conquistada por Ramsés II, Alejandro Magno, Saladino y Ricardo Corazón de León, su caída ante los mamelucos marcó el final de una época y la destrucción de la ciudad

17 julio, 2022 00:00

No resulta difícil imaginar cómo fue Acre (Akko en hebreo) durante los siglos XII y XIII. Una importante ciudad portuaria, pujante y bulliciosa cuya magnífica ubicación, al norte de la bahía de Haifa, le sirvió para erigirse en puerta de entrada a Tierra Santa y principal mercado entre Oriente y Occidente a este lado del Mediterráneo. Un fascinante crisol, de culturas y gentes, defendido por un ferviente ejército de monjes guerreros que igual alzaban la cruz que empuñaban una espada.

Los templarios se establecieron en San Juan de Acre tras la caída de Jerusalén, a manos de Saladino en 1187, afianzándolo como el último baluarte de la cristiandad en los territorios bíblicos. Así fue durante más de un siglo hasta que, en 1291, la plaza sucumbió a manos de los fieros mamelucos del sultán Al-Ashraf Jalil que la asediaron sin tregua durante semanas, dejándola prácticamente destruida.

Aún quedan restos del antiguo puerto de Acre / YOLANDA CARDO

Aún quedan restos del antiguo puerto de Acre / YOLANDA CARDO

Aun así, en la actualidad, esta hermosa metrópoli israelí conserva la magia que poseen los lugares tan cargados de historia que el tiempo se detiene en ellos, permaneciendo inexorablemente anclados a un pasado omnipresente.

Base de operaciones de los cruzados

Por eso cuando nos adentramos en la Fortaleza de la Orden de los Hospitalarios nos trasladamos muchos siglos atrás, a un tiempo convulso de gestas legendarias, heroicos caballeros y luchas encarnizadas. En esta fabulosa ciudadela se recuperaban de una larga travesía los numerosos peregrinos y soldados que llegaban exhaustos durante la época de las cruzadas.

La fortaleza hospitalaria hospedaba a los numerosos peregrinos que llegaban a Tierra Santa / YOLANDA CARDO

La fortaleza hospitalaria hospedaba a los numerosos peregrinos que llegaban a Tierra Santa / YOLANDA CARDO

Catalogada como Patrimonio de la Humanidad por la Unesco, cada uno de sus rincones, y son muchos, nos obsequia con una lección de historia y de ingeniería... Por ejemplo, en el grandioso patio central disponían de dos pozos de agua para distintos usos, baños públicos y un ingenioso sistema de drenaje que recogía las aguas de lluvia caídas sobre la cubierta de la fortaleza para labores de saneamiento y suministro de agua potable. Además, este monumental complejo, del que aún queda mucho por excavar, tiene diversas salas cuyos nombres recuerdan el uso al que estaban destinadas: la sala de la Azucarera, donde se elaboraba el azúcar cristalino, una industria clave en el periodo de los cruzados; el salón de Prisioneros, o el salón de los Pilares, que sirvió como sala de conferencias y almacén de los caballeros.

La flor de lis y el túnel secreto

Pero, sin duda, la estancia más espectacular del recinto es el salón de las Columnas, el comedor de la Orden. Una espléndida sala de 10 metros de altura cubierta por un conjunto de ocho bóvedas de crucería sostenidas por tres magníficas columnas de piedra. La bóveda a su vez se sustenta en unos capiteles decorados con la flor de lis, el símbolo que adoptó la monarquía francesa tras la Segunda Cruzada en la que participó el monarca francés Luis VII, esposo de Leonor de Aquitania.

El espectacular salón de las Columnas de la Fortaleza de la Orden de los Hospitalarios / YOLANDA CARDO

El espectacular salón de las Columnas de la Fortaleza de la Orden de los Hospitalarios / YOLANDA CARDO

Hay tanto patrimonio oculto aún por descubrir que no fue hasta 1994 cuando hallaron por casualidad un túnel subterráneo que conectaba el palacio principal con el puerto. Este pasadizo secreto tallado en piedra natural, de unos 150 metros de longitud aproximadamente, pasaba por debajo de las casas y barrios de la ciudad. Los caballeros del Temple lo construyeron para no tener que atravesar con las mercancías el barrio pisano, evitando así pagar las tasas correspondientes a los mercaderes italianos. Tras la invasión de los mamelucos quedó oculto y ahora, cientos de años después, se ha convertido en un interesante reclamo turístico.

El Túnel de los Templarios conecta la fortaleza con el puerto / YOLANDA CARDO

El Túnel de los Templarios conecta la fortaleza con el puerto / YOLANDA CARDO

Una sinagoga, un hamán y seis mezquitas

Acre esconde muchas sorpresas. Basta con pasear por sus insondables callejuelas y mercados para constatar que, a pesar de haber sido un enclave simbólico de la cristiandad, su población es mayoritariamente musulmana. Hasta seis mezquitas encontramos en la vieja ciudad cruzada, una de las cuales, la de Al-Jazzar, es una de las más grandes de Israel.

Detalle de la iglesia San Juan Bautista / YOLANDA CARDO

Detalle de la iglesia San Juan Bautista / YOLANDA CARDO

Merece la pena visitar la sinagoga Ramchal; el baño turco que, además de sus funciones religiosas de purificación antes de la oración, también servía como un punto de encuentro social donde se celebraban reuniones y celebraciones durante la época otomana; los antiguos khans, unas posadas junto al puerto que los mercaderes usaban para alojarse y almacenar sus mercancías; varios museos y, por supuesto, vagabundear entre los exóticos y coloridos puestos del bazar y del mercado en los que venden frutas y verduras, carnes y pescados, especias, telas, perfumes, todo tipo de objetos y utensilios, souvenirs y tentadores dulces.

Los baños turcos datan de finales del XVIII / YOLANDA CARDO

Los baños turcos datan de finales del XVIII / YOLANDA CARDO

Puestos coloridos en el bazar / YOLANDA CARDO

Puestos coloridos en el bazar / YOLANDA CARDO

Todo resulta estimulante en Acre, una de las ciudades más antiguas del mundo. Envuelta en un halo de heroico misticismo, vive arropada por las murallas que los monjes guerreros defendieron con sus vidas de un final inevitable. Hoy, en el mismo escenario que vio a los cruzados perder su última batalla, se acomodan los turistas en modernos restaurantes para contemplar las mismas vistas que veían hace siglos los habitantes de esta urbe extraordinaria.