Victoria Szpunberg (Buenos Aires, 1973) es uno de los nombres más potentes de la dramaturgia catalana. Lleva años "picando piedra" y ahora llega la recompensa. Desde el 12 de mayo y hasta el 12 de junio su obra El pes d'un cos se representa en la sala pequeña del Teatre Nacional de Catalunya (TNC).
No ha sido fácil llegar hasta aquí y seguir adelante como lo hace. Techos de cristal, generaciones tapón y otros condicionantes han hecho que ella y otros autores teatrales de su promoción se vean forzados, sin mucha explicación, a explicar por qué merecen estar donde están.
Enfermedad y cuerpo
Sus obras hablan por sí solas. Con un toque de humor y una conexión y reflexión sobre la sociedad sus creaciones tratan de la condición humana. El pes d'un cos, por ejemplo, trata sobre cómo afrontar que un un padre o ser querido se vuelva una persona dependiente. Una visión prepandémica que se vuelve más potente que nunca.
Con toques de autoficción, con el que ella ha sido muy crítica, Szpunberg no solo reivindica el trabajo bien hecho, sino el poder del teatro, el humor y la ficción. Así lo cuenta en conversación con Crónica Global.
--Pregunta: ¿Qué se encontrará el público que vaya a ver 'El pes d'un cos'?
--Respuesta: Podría ser un monólogo, pero no lo es. La voz principal es la de Olga, interpretada por Laia Marull, cuyo padre, un hombre de ideales y exmilitante comunista, nada más empezar la obra, tiene un ictus y queda dependiente porque empieza un proceso de enfermedad neurodegenerativa. Ella se enfrenta a un sistema sanitario muy precario, a la precariedad económica, al choque emocional de que alguien que era un pilar básico de su vida, uno de sus máximos interlocutores, está irreconocible.
--Se trata de autoficción. ¿Es catártico verlo ya montado?
--Esto de que es autoficción me lo han dicho mucho porque soy muy crítica con el abuso de este género como finalidad. Me interesa el género como recurso y no como finalidad. La literatura, además, siempre es autoficción porque hablamos de lo que nosotros vivimos. Sí es verdad que esta obra parte de una experiencia personal y, de alguna manera, me ayudó a canalizar cierto dolor y estrés emocional. Pero para mí, el proceso duro fue escribirla, montarla resultó muy liberador, porque lo hemos montado como una celebración. No es una obra que apueste por lo denso o excesivamente trágico, sino muy dinámica con gente extraordinaria y mucho sentido del humor.
--Es una característica en muchas de sus creaciones. Pese a lo dureza de las situaciones a las que se enfrentan los personajes, hay una cierta ligereza en el trato. En este caso, se habla de la enfermedad, del trato a los mayores, ¿se vuelve más emocional y cobra un nuevo significado tras la pandemia?
--La obra es prepandémica, pero sí estoy de acuerdo con lo que dices. Yo era una ignorante al respecto de los cuidados de los mayores, no me sucedió en mi ámbito familiar y cercano y se convirtió en una lección de vida porque todos nos dirigimos hacia eso. En el caso de mi padre verdadero, por ejemplo, era un hombre con un gran poso intelectual, muy admirado desde el punto de vista del conocimiento, con mucha cultura, un referente y para mí fue muy duro ver ese descenso.
--Usted suele poner ese espejo frente al espectador, ¿es la función del teatro vía la ficción?
--Cada autor hace lo que puede. No me gusta decir qué debe hacer o ser el teatro. Por mi historia y formación intelectual soy una persona muy crítica y eso siempre se vuelca en la expresión artística. Y respecto a lo que decías antes, sí es verdad que para mí el humor siempre ha sido muy importante. La crítica y el humor tiene que ver con mi cultura.
--Otra característica de la obra es la variedad de registros, es dramática, tiene humor, tiene partes musicales, aparecen cabezudos... ¿De dónde sale todo ese imaginario?
--A m siempre me han dicho que una de las características de mi teatro es la libertad expresiva. Vengo de una familia muy inclasificable: madre anarquista, padre poeta... Esto me ha dado mucha libertad, me encanta la fuga, la mezcla, siempre desde el respeto máximo a la profesión.
--Una libertad muy cuestionada hoy. ¿Afecta mucho a la hora de escribir?
--A mí no me coartaba, pero ahora todo requiere una revisión diferente. Ha traído cosas muy buenas, sobre todo revisar nuestras conductas de un sistema patriarcal. Por otro lado, el arte debería tener otro código. No es lo mismo tu expresión artística que tu conducta social. Obviamente, los artistas han de ser buenos ciudadanos. Lo que me preocupa es el control excesivo del contenido de las obras. Una obra con un contenido oscuro, peligroso e incluso reprochable puede mover las conciencias e incluso incomodar al espectador y enfrentarlo a un espejo. Si las obras son tan buenistas y didácticas la gente se cansa. No tiene ningún interés. El otro día un dramaturgo decía "quien quiera transmitir un mensaje que monte una iglesia evangelista". Y un poco es eso. Yo vengo de unos padres muy comprometidos políticamente, yo nunca. Me he dedicado al arte y lo he elegido, por algo, porque es un lugar en el que puedes entrar en el caos, en lo incorrecto...
--¿Cómo fue esa entrada en el arte? Más allá de tener un padre poeta.
--No sé. No sé hacer otra cosa. Desde pequeña montaba obras de teatro en mi cabeza. Tal vez para protegerme de una realidad incómoda, de una infancia llena de problemas, me refugiaba en la imaginación.
--El resultado de eso es el éxito en su trabajo. En los últimos años, se han visto diferentes montajes dirigidos o escritos por usted.
--¿Te parece? Yo llevo trabajando más de 20 años y he picado mucha piedra. Me he sentido muy incomprendida durante muchísimos años. Yo solo me he dedicado a esto, desde los 20 muy pocos. Desde entonces he trabajado mucho, no soy aristócrata y no he recibido ninguna herencia. No se me caen los anillos por trabajar porque lo necesito para pagarme el alquiler y todo. Evidentemente que todo el mundo se merece dedicarse a lo suyo, pero no creo que se me haya regalado nada, sinceramente te lo digo. Estoy agradecida, sí. Ahora y siempre. Agradezco haber encontrado algo que me gusta, me hace bien, que es mi pasión, lo disfruto y me ayuda a canalizar mis fantasmas y paranoias. Lo del reconocimiento es muy relativo, no siempre depende de nosotros y yo no soy una estratega. Intento no estar pendiente de esto, porque si no no hubiese continuado. He estado trabajando en salas muy pequeñas, haciéndome yo los proyectos. No he parado sea cual sea el reconocimiento. Pero se me ve en muchos sitios porque soy pluriempleada, necesito trabajar en muchas cosas.
--... y cuando llegan estas propuestas del TNC, del Liceu, ¿da vértigo o uno piensa que se lo merece? ¿Cómo se encaja?
--A ver, hay una generación anterior a la mía que lleva años estando en todos los sitios, ocupando todas las instituciones públicas. Hay nombres, más de 10, que hacen una producción al año. A mí esto no me solía pasar. La crítica me ha dado bastante caña y he aprendido mucho, me ha costado y lo vivo con bastante naturalidad. Aparte, yo tengo mucho respeto por todos los espacios y tipos de públicos. Yo vengo de lo minoritario política, ideológica y artísticamente. No estoy acostumbrada a ver un Kursaal de Manresa lleno dos días porque solía contar las personas que venían en salas pequeñas. Pero vivo eso igual de nerviosa que cuando lleno 60 personas en una sala. Una persona es público. La cantidad no tiene que ver con la calidad, aunque a todos nos gusta que venga mucha gente. ¡Y trabajar en condiciones! Yo he ensayado en el Nacional con una alegría... ¡Es una maravilla!
--Aun así, parece que empiezan a despuntar nuevas voces en el teatro catalán. Usted que es miembro de él, ¿cómo ve el panorama?
--Somos una generación que nos hemos formado muchísimo y que llevamos mucho tiempo sin poder acceder a grandes estructuras. Jordi Prat pudo hace dos años, sí, pero somos una generación que hemos estado bajo un tapón generacional que dirigía las grandes instituciones. Llevamos mucho tiempo trabajando en espacios independientes y ahora puede parecer que hacemos algo nuevo. Creemos mucho en el teatro elaborado, complejo. No sé si es nuevo, pero sí es hora de que podamos mostrar nuestras cosas.
--¿Llega tarde entonces este resurgir? ¿Por qué tan tarde? ¿Es por culpa de la falta de apuesta o del público?
--La situación está muy mal. El otro día una obra hizo cero espectadores. Estamos muy mal de público. Tras el primer confinamiento, hubo una subida brutal de espectadores y, ahora, ha vuelto a bajar. No sé a qué se debe, si a la guerra de fondo, la precariedad, el miedo a contagiarse... El sector está preocupado. Y Cataluña no está en un buen momento culturalmente.
--¿Qué nos ha llevado hasta aquí?
--Son muchos factores. Por un lado, el auge de las plataformas, lo fácil que es tener el entretenimiento en casa, que también afecta al cine. También la falta de publicidad. Los políticos culturales tampoco se lo creen, incluso las mismas personas que dirigen las instituciones culturales. Si no hay un reconocimiento de los artistas que tenemos, ¿cómo vas a trasmitir confianza al público para que vaya a verte? Ha habido dejadez por parte de los políticos en la cultura, como si no creyeran en ella. La cultura es básica para mantener la salud crítica. La cultura realmente constituye la identidad de un país, de una ciudad, de un pueblo. ¡Mira Argentina! Se caen a pedazos y las salas están llenas. Es cierto que allí hay tradición de teatro, pero aquí también. Hay algo que no funciona: el circuito, la forma de repartir el dinero, de programar...
--Ante este panorama, usted que es profesora en el Institut del Teatre, ¿cómo ve a las nuevas generaciones? ¿Están muy de bajón?
--Sí, están de bajón. Yo los adoro, están superformados, pero me da la sensación de que están derrotados antes de empezar. Les meten mucha caña y no me gusta estigmatizar a una generación, pero les viene una realidad difícil. Cuando yo estudiaba parecía que había un lugar donde poder encontrar tu camino, ahora lo ven todo más quemado. ¡Y son muy jóvenes! Aun así, se apunta mucha gente que se quiere dedicar a esto.
--Por último, abordemos un boom. La autoficción, que como bien dice, usted es muy crítica con eso, pero se ha convertido en todo un fenómeno teatral.
--Yo no soy tan crítica con la autoficción como con las dramaturgias del yo, donde el artista confiesa o vomita al público y no hay un trabajo formal ni una distancia ni una elaboración entre el artista y el público. Me resulta obsceno, gratuito, pretencioso. Te digo esto e igual un día lo acabo haciendo. Pero me llegan muchas cosas que son la voz del autor explicando sus problemas. A veces pienso que la gente está cansada porque crear una estructura teatral y una historia que cuadre es muy costoso, lleva mucho tiempo. Eso y que es una sociedad que necesita mucha terapia. Es cierto que los artistas en sus obras encuentran una manera de canalizar sus emociones, pero se puede hacer con cierta elegancia. A mí, esta cuestión de las identidades y de ponerle nombre me cansa. Y mira que lo he abordado mucho.
--Es cierto que hay un peso de la identidad muy fuerte, de delimitarla, marcarla con el riesgo a resultar excluyente.
--Ahí está. La pregunta excesiva sobre la identidad limita porque te obliga a entrar en categorías, definiciones, clasificaciones. Es interesante, siempre que uno esté conectado con su yo, trascender la identidad. No somos tan importantes cada uno. Hay un exceso de egocentrismo que para mí no es saludable, ni es rico.
--¿Puede ser producto de las redes?
--Y los realities en los que premia la personalidad marcada que uno tiene. Y uno se pregunta, ¿pero la personalidad es ser un chungo que da codazos para que lo miren? Eso es patético.
--Por último, qué más tiene en cartera?
--Este octubre, se estrena en el Liceu un libreto de ópera que escribí hace dos años. Luego, trabajo en un proyecto con La solitaria, dirigido por las chicas de Teatro en Vilo y yo me encargo solo del texto.
--¿Escribir ópera ha sido muy difícil?
--Mucho, porque ha sido en verso, en catalán que es mi obra teatral, pero la ópera me costó. Al final, le di una vuelta e hice un libreto muy abierto, más cercano a mi escritura, aunque se haya cambiado.
--¿Y también tendrá contenido social?
--Mucho, porque va sobre el barrio del Raval. Mi amigo Albert Pijoan me dijo: "Es tu obra más punk". Se ha cambiado bastante, tiene una estructura más convencional, pero yo me metí un año en el Raval y creo que es un barrio en el que aún queda cierta resistencia al sistema de Barcelona. Como me dijo el dueño del Raval, si se pierde el Raval, se pierde Barcelona.