Claudio Tolcachir (Buenos Aires, 1975) lleva décadas en el mundo del teatro, empezó como actor y dio el salto a la dirección y la dramaturgia. El éxito en estos dos últimos ámbitos lo llevó a crear su propia compañía, Timbre 4, que empezó en su casa familiar reconvertida en sala de ensayo. Ahora, se ha convertido en dos salas y una sede extra en Madrid.
Es en el Teatro Infanta Isabel de la capital española donde ahora presenta El tercer cuerpo un retrato de las miserias, miedos e inseguridades humanas que se reflejan en el día a día de una oficina. ¿O es un bar? ¿O un consultorio médico? Es todo y nada. Sobre todo, en la puesta en escena única y total.
Espacio, público y actrices
El juego con el espacio es casi un sello propio del argentino, que lleva más allá este ejercicio e invita al espectador a colaborar en la creación de la escena y a descubrir la psicología y vida de los personajes. Busca un público activo.
Para lograr conseguirlo se ha rodeado de grandes actores, entre ellos Natalia Verbeke y Carmen Ruiz, con las que también habla Crónica Directo para explicarnos cómo ha sido el trabajo con este dramaturgo que las pone en una posición complicada como actrices por tener que crear, no sólo sus personajes, sino también transmitir un espacio.
--Pregunta: ¿Qué es El tercer cuerpo? ¿Cómo lo definirían?
Claudio Tolcachir (C.T.): Yo creo que son cinco historias que no saldrían en la portada de un diario, como pasar por delante de una oficina y hacer zoom en esas personas que hay allí y luego acercarte más para saber y ver qué hay detrás de esos personajes. La obra es un acercamiento a una vida común, cómo es y qué oculta. El espectador acaba sintiendo que terminó conociendo su dignidad, mezquindad, pobreza, ilusión, sus sueños. El espectador pudo conocer una cantidad de matices de esos seres comunes. Y si yo soñara con algo como creador es que cada uno de nosotros se volviera más sensible, más empático para con los demás. Cada uno arrastra su vida, sus dolencias, sus incapacidades… son personajes con mucho deseo de vivir, en un momento de la vida donde se la tienen que jugar por algo para darle sentido a su existencia. Y a la vez, con una gran inmadurez, que eso le da sentido a la obra, lo que los vuelve muy queribles. Es una obra de muchas desgracias disfrutando de ese humor.
Natalia Verbeke (N.V.): Qué difícil, Es una obra en la que los personajes se enfrentan a la soledad, a sus miedos, a sus necesidades de amar, de ser, y son incapaces. Son seres incapaces de vivir la vida de la forma más sencilla. No saben cómo vivir, cómo enfrentarse a las cosas cotidianas, como nos pasa absolutamente a todos, a mí la primera.
--¿Y sus personajes, cómo los describirían?
Carmen Ruiz (C.R.): Todos son extraordinarios. En el caso de Moni, a la que yo tengo el lujo de interpretar, es una mujer muy sensible e inteligente, con afán de ayudar, de agradar y que la quieran, y de querer. Tanto que, a veces, es una desubicada, porque cree que está ayudando y realmente se mete en la vida de todos sin que nadie se lo pida. Habla de esa mujer que, en su soledad, hace lo que puede, como todos los personajes de esta función. Muestra una cosa y le pasa otra… No se puede desvelar mucho de esta función. Para mí, ha sido un regalo que me ha hecho Claudio, porque sin hacer nada de comedia, tiene un humor en lo trágico. Una especie de clown sin hacerlo. Por eso estoy feliz con Moni, porque quienes le dan entidad son mis compañeros en el escenario, le dan entidad a esta desubicación y necesidad de ser amada, sobre todo, con Natalia Verbeke. Nunca trabajamos juntas y, de repente, parece que llevamos toda la vida. Entre todos hacemos una sola persona con sus miedos, inseguridades y vacíos. Po eso es tan difícil decir de qué va.
N.V.: Yo interpreto a Sandra, que por encima de todo tiene un deseo: tener un hijo. Lo intenta de muchísimas maneras y se equivoca en sus intentos, no son los más adecuados para lograrlo. Se avergüenza de sí misma, tiene una autoestima muy baja, y trata de ocultar lo que le pasa. Convive en el día a día con estos compañeros de oficina a los que no conoce de nada, porque siempre hablan de tonterías y banalidades para no tener que hablar de ellos mismos. Y en esos silencios, en todo lo que ocultan, se conocen esos personajes. Es una mujer arisca, antipática, fría, le cuesta mucho manejar momentos de vulnerabilidad o de quiebro de los otros, porque es incapaz de manejar su propio dolor. La vida va, pero ellos lo intentan a pesar de todo.
--La obra refleja esas inseguridades, ¿creen que se han acentuado con la pandemia y que, por tanto, la obra llega más al espectador?
C.R.: Yo creo que es algo diferente. Es cierto que los miedos e inseguridades están siempre, pero ahora están más a flor de piel con lo que vivimos en el mundo. Con este tipo de cosas que pasan ahora la gente se atreve a hacer otras cosas que antes no. La zona de confort ya no existe, y uno se enfrenta a las cosas tal y como vienen. Esta función es atemporal, porque estos miedos los vamos a tener siempre.
--¿Y cuáles son sus miedos?
C.T: Mi miedo es alejarme de mí o perderme de mí mismo, porque hay mucho ruido alrededor. Lo que más me cuesta a mí, con la edad, las cosas buenas que te pasan, es volver a encontrarse con el deseo más puro de quién sos y qué querés ser o hacer y poder limpiar mandatos, exigencias o estímulos, que son externos, para poder encontrar una propia voz para dar un paso siguiente, para saber dónde estás, con quién, qué queréis hacer. Este es un miedo atado a un privilegio, porque la mayoría de gente seguramente no tiene esa posibilidad. Esta obra, por suerte, es algo que yo deseé mucho y que fue a encontrarnos con gente que nos teníamos que encontrar y nos da un enorme placer hacerlo.
C.R.: Un miedo mío pero que tiene que ver con la función, porque tengo muchos más, es cómo gestionar la soledad no elegida. Yo disfruto mucho de mi soledad cuando no la elijo, pero cómo gestiono esa soledad que no he buscado para que no me haga daño, que no me rompa por dentro y que tiene mucho que ver con esta función. Y es una cosa que me ha tocado mucho por dentro.
N.V: Quizás lo que más me atemoriza es perder a los seres queridos. Uno ve la edad de los padres y me quiebra y me duele.
--Claudio, usted, como creador, ¿cómo definiría la importancia de ese espacio que ha creado?
C.T.: El teatro tiene muchas vertientes y, como espectador, disfruto de todas. Yo siento que, así como el cine tiene toda la tecnología y los videos, el teatro tiene esa capacidad de contar con la magia pura. Le dices al espectador que, a partir de ahora, esto es una oficina; y ahora, un restaurante. La obra no usa ni la luz, ni la música, ni los cambios de escenografía más que lo mínimo, e invita al espectador a creer en esto. Esto requiere de actores con mucha gracia y mucha magia sin poner más esfuerzo que la verdad de la escena. Estar ahí, sin ningún esfuerzo y plantear otra situación, otro estado, otro espacio, otro momento de su vida. Me gusta mucho, como espectador, que me inviten a contar ese cuento y ver cuántas cosas más no hacen falta: la música que ayuda a emocionarte, la luz que recorta el espacio… acá no. Todo eso lo hace el espectador, y encuentro que el teatro tiene sentido en eso: la cosa primitiva de contar un cuento y que el oyente, el espectador lo cree, me gusta la idea de invitar al espectador ese viaje.
--¿Y cómo es trabajar eso para un actor?
N.V.: Además de una dificultad, es un reto interpretativo muy importante. Cambiamos en un segundo y tenemos que hacer comprender al espectador con nuestro cuerpo y nuestra actitud que estamos en otro espacio. Es muy bonito, porque tiene esa imagen del teatro, en el que le da un papel muy importante al espectador y se cuenta con su inteligencia para crear ese espacio.
C.T.: En una hora y cuarto que dura la obra ves como los personajes están atravesados y evolucionan en lo que les pasa sin decirlo, porque el espectador sabe mucho más que los personajes, es el único que lo ve todo. Te da el privilegio de ser un observador único de la vida de los demás.
C.R.: Trata al espectador como un ser inteligente, no sólo intelectualmente, sino emocionalmente. Al principio, no sabe qué está pasando, que hay espacios diferentes, está un poco en Matrix (ríe). De repente, cuando el espectador entra y comprende en código esa cosa que trabajamos los actores de querer ver, ya es ver, que también lo hace el espectador. Es muy bonito, sin cambiar nada, con el estado de ánimo el espectador, lo sabe.
--¿Creen que es un teatro poco visto? Pocas veces el teatro no le da todo hecho al espectador y le pide su participación creativa.
C.R.: Yo creo que, además, le van a llegar cosas como propias. Lo que ocurre es tan de verdad, que se van a identificar en todos.
C.T.: Creo que hay que confiar. Cuando uno propone una obra, propone un dialogo con el otro, en este caso con el espectador, y trata al otro con inteligencia, respeto, sensibilidad, complicidad. Me gusta la idea de que el espectador es cómplice de la obra y no necesita que lo entreguemos con proyecciones o música, puede construir un vínculo de una forma muy pura, sensible y cómplice. Eso es lo que le da valor al teatro, un cuerpo y un espectador que se relacionan y todo lo demás es prescindible.
--Por último, ¿qué otros proyectos tienen? ¿Saldrán de gira?
N.V.: En principio sí, es nuestro deseo hacer una gira maravillosa. Estamos entregados, muy emocionados. Hemos generado una familia preciosa con la que deseo descubrir a Sandra en cada función y descubrir una Sandra distinta en cada función. El resto de proyectos, pendientes de confirmación, Además, tenemos un firme compromiso con esta función.
C.R.: Yo compagino mi personaje de Amar es para siempre, que acabo de grabar en mayo y luego ya, cosas por confirmar y sobre todo que la gira siga después.
C.T.: Yo, honestamente con una emoción muy particular, tengo ganas de que se produzca un encuentro con el público y que la obra empieza su propia historia. Después me voy a Buenos Aires a dirigir.
--Sí, porque usted está ahora medio camino entre Argentina y Madrid, ¿cómo vive esta nueva aventura de Timbre 4 en Madrid?
C.T: Muy contentos, la verdad. Se han conformado grupos muy interesantes. Me ha dado la posibilidad de conocer a actores muy valiosos, con mucha trayectoria. También gente muy joven, porque tienen una camada muy impresionante. Y estamos con muchos proyectos, buscando espacios para ver si logramos tener una pequeña salita de representación aquí. Es verdad que el mundo no está ideal para estos proyectos, pero nos gustan los desafíos. Estamos muy contentos con la reacción, la solidaridad y la gente de aquí. Además, están apareciendo trabajos alucinantes. Muy ilusionados con el Timbre madrileño.
--¿Qué le llevó a instalar Timbre 4 también en Madrid?
C.T.: Fue algo tan natural… Hace aproximadamente unos 12 años que yo casi cada año vengo a dirigir o estrenar una obra de gira, siempre hemos dado talleres, y siempre nos quedamos con ganas de más. Tengo hijos pequeños, todavía, y me pareció que era un momento para probar la experiencia de vivir en Madrid. Ahora, tiene mucho sentido estar aquí, pasan cosas maravillosas. Al mismo tiempo se extraña Buenos Aires, porque están mi familia, mis amigos, mi casa. A ver qué pasa.