Sol i Serena, el 'vino rancio' del Empordà para que transite la tarde
Los 'vinos rancios' son delicados, son los vinos oxidativos, que necesitan tiempo para formarse, como el 'Sol i Serena' de Espolla que recoge lo mejor del Mediterráneo
20 septiembre, 2020 00:00“Con la viña en producir Nada puede competir: Solo en duda lo pondrá Quien mal cultivo le da”.
Aforismos Rurales. Narcís Fages de Romà (Figueras, 1813-1884)
Viajamos de La Rioja Alta, protagonista en nuestro artículo anterior, de nuevo al Mediterráneo, buscando la luz que nos brinda este mar tan antiguo, buscando reencontrarnos con “este paisaje tan bonito”, como nos recordó nuestro admirado Josep Pla, al que nunca dejamos de tener presente.
Volvemos al Mediterráneo, pues, mar a la orilla del cual siempre nos sentimos en casa. Y así es cuando hablamos de vinos, que decidimos buscar y encontrar esa mediterraneidad, aquí, en una de sus expresiones más características: los vinos oxidativos o, como se conocen en una amplia franja de norte a sur, desde el Languedoc francés pasando por Cataluña hasta Valencia e incluso más al sur (aunque más al sur la nomenclatura nos lleva hacia otras denominaciones como Fondillón, Málaga, Jerez…) como vinos rancios.
Los vinos rancios son vinos muy singulares y vinculados al efecto del sol, por tanto, del calor. Son vinos que necesitan de tiempos largos para formarse, tiempos extrañamente largos vistos desde nuestras prisas modernas. Soleras de más de cincuenta o cien años, escuchamos a veces, sin saber exactamente qué significa esto. Es el efecto del tiempo. Son vinos con graduaciones alcohólicas elevadas que los protegen y, a menudo, aunque no siempre (aquí ya podemos diferenciar entre dulces y secos), con concentraciones de azúcar importantes. Esto los convierte en vinos a los que solemos aproximarnos, desde la moderación del consumo actual, con cierta cautela.
Pero España y el Mediterráneo tienen una relación antigua e íntima con este tipo de vinos. Aún hoy se pueden escuchar todo tipo de historias en casi todas las zonas vinícolas relacionadas con los vinos rancios: las mejores botas de las casas eran las de rancios, las festividades se celebraban con el ritual de beber un poco de ese vino (rancio) que el abuelo guardaba celosamente, en los nacimientos se empezaba a elaborar un nuevo vino rancio para cuando el neonato fuera mayor de edad… sol, calor y tiempo, mucho tiempo. Bajando el Ebro, pues, de La Rioja hacia el Mediterráneo, podemos seguir un rastro de vinos rancios en Navarra y Aragón, en Terra Alta, en el Priorato claro, en toda Tarragona… pero esta vez decidimos seguir la costa hacia el norte, buscando el extremo de la geografía peninsular hasta un pequeño pueblo de apenas 400 habitantes del Alt Empordà de nombre Espolla. Un pueblo fronterizo, y todas las fronteras son difusas, con el Rosellón francés por el Macizo de la Albera, la estribación más oriental de los Pirineos. Espolla tiene una historia y una relación vinícola antigua e importante.
El cultivo de la vid es actividad principal desde tiempos ancestrales y la relación comercial con la vecina Francia siempre ha sido constante y continua. Por Espolla y su vecino Rabós “entra” en España la plaga de la filoxera, proveniente del norte y cuyos primeros registros datan de finales de 1879. La filoxera: esa plaga de efectos devastadores para la industria del vino a todos los niveles, local, nacional y mundial. Se puede decir que la llegada de la filoxera, un pulgón que ataca los pies de vid hasta su muerte, causó tales estragos en la viticultura del viejo continente que, tras su paso, muchos paisajes europeos cambiaron para siempre. En el Alt Empordà, como en tantas otras regiones, la devastación fue absoluta. Fue precisamente el jurista y agrónomo ampurdanés Narcís Fages de Romà, cuya cita encabeza este artículo, uno de los más fervorosos luchadores contra la plaga liderando la comisión de defensa y divulgando las mejores prácticas que venían de Europa y de Norteamérica. Se tardaron décadas en contrarrestar de forma efectiva tal trance. Años más tarde, con la plaga ya superada y empezando en el siglo XX, en Espolla se constituye el Sindicat Agrícola en 1906. Este sindicato antecede la Cooperativa de Espolla, ubicada en un edificio novecentista construido por el arquitecto ampurdanés Pelai Martínez en 1931 y con una clara inspiración en el estilo de las cooperativas tarraconenses de César Martinell. Es, por tanto, la cooperativa más antigua de la comarca.
Vídeo de la Cooperativa de Espolla / YOUTUBE
En el Empordà las cooperativas cobran fuerza en el siglo XX: la de Garriguella, Vilajuïga o Espolla son las más importantes. Y es de esa misma bodega cooperativa, la de Espolla, que encontramos un vino rancio en el que merece la pena detenerse un momento. Se trata del Garnatxa Sol i Serena La gran mayoría de rancios mediterráneos tienen en la base la uva macabeo (viura) y/o la garnacha. En el Empordà la garnacha se suele llamar lledoner. Este rancio se basa en la garnacha blanca y la garnacha rosada (lledoner blanc y lledoner roig). Su elaboración se basa en una mezcla de una de las más viejas soleras de la bodega y por otra parte, como su nombre indica, el tradicional sistema de sol y serena.
Esta forma de crianza consiste en reposar durante un tiempo el vino en damajuanas o recipientes de vidrio, a las inclemencias del tiempo, esto es a las variaciones térmicas del exterior, acelerando su crianza oxidativa. Pero ¿cuál es la impresión que invade a quien se acerca a una copa de Sol i Serena? ¿quizás la naranja confitada, seguro, ¿los frutos secos tan característicos de los vinos oxidativos? sí, pero pensamos más en frutos dulces y anaranjados como los orejones o los albaricoques que en almendras o avellanas, ¿dulzor? por supuesto, aunque su magnífica acidez aleja el azúcar que se integra en un vino de gran profundidad. Pero más que listar la sucesión de complejos aromas y sabores que el vino nos ha evocado, dejemos que sea el errante explorador quien se sumerja y descubra sus propios mensajes: el embalaje contiene topografías frágiles que requieren de afectos.
Creemos sin duda en Sol i Serena como un vino acompañante del final de la comida, quizás una sobremesa larga y relajada. Descartamos los postres dulces. El equilibrio entre acidez y dulzor nos llevan a pensar en quesos. Siempre guardamos algún queso al fresco, e inmediatamente, tras probar el vino vamos a por ellos. Pensamos primero en un queso seco y curado, un oveja manchego. Aunque el maridaje parece encaminarse estamos de acuerdo en que queda algo corto: el vino predomina en exceso. Pero andamos cerca: buscamos un azul… ¿francés? ¿un roquefort?, el salado de este queso nos lleva a pensar que nos hemos pasado un poco, pero sin duda es el nexo.
Podríamos probar con dos vacas: un stilton británico o un gorgonzola lombardo, y sin duda éste podría ser el maridaje buscado… Acompañados de un vino como Sol i Serena podemos dejar que pase la sobremesa, apacible y tranquilamente. Nos reconcilia con el tiempo y nos ayuda a transitar los sutiles cambios de luz de una tarde que podría ser de finales de verano, ya casi otoñal. Siempre cerca del Mediterráneo, con su luz única, espléndida, acogedora.
Vino: Garnatxa Sol i Serena. Celler Cooperatiu d’Espolla.
Precio (en tienda): 17-18 euros (botella de 0,50lt)
Taula de Vi de Sant Benet: Son Oriol Pérez de Tudela, Marc Lecha y Albert Martínez López-Amor