Estado de alarma. El Gobierno tiene esa prerrogativa. Son situaciones extraordinarias en una democracia. Y aparece la palabra “confinación”, la necesidad de que la población se quede en sus casas, con la expresión de “confinación total” que defiende el presidente de la Generalitat, Quim Torra, y que pasaría por anular cualquier actividad económica no estrictamente esencial. ¿Pero qué implica estar confinado? ¿Por qué no se emplea “reclusión”, que tiene el mismo significado? ¿En qué momento la ciudadanía española ha preferido aceptar las indicaciones del Gobierno sin prácticamente ninguna crítica y sigue encerrada entre las cuatro paredes de sus domicilios?
Los expertos en el lenguaje y en la comunicación política analizan esa elección del vocablo, que no es una cuestión menor, con el Gobierno español que preside Pedro Sánchez en una situación delicada, fiscalizado por la oposición que, cada quince días, como marca la Constitución debe avalar o no las prórrogas del Estado de alarma en el Congreso, para poder mantener en el tiempo la confinación, que se considera imprescindible para controlar la pandemia del coronavirus. Manuel Arias Maldonado, Antoni Gutiérrez Rubí, Ignacio Vidal-Folch y Andreu Jaume lo analizan con precisión.
Pero primero es necesario saber qué dice el diccionario de la lengua española, y nos acogemos al Diccionario Manual Ilustrado de la Lengua Española (Vox). Confinamiento: “Acción y efecto de confinar. Pena consistente en relegar al condenado a cierto lugar para que viva en libertad, pero vigilado por las autoridades”. Pasamos a Reclusión: “Encierro o prisión voluntaria o forzada. Lugar en que uno está recluso”, un sinónimo, a su vez, de “Preso”.
Es decir, los españoles están “presos” y vigilados por las “autoridades”, aunque permanezcan en “libertad”. Es un reto en estos momentos en los que existe una tendencia, ya nada velada, consistente en sacrificar la libertad por la seguridad, siguiendo las prácticas de los países orientales, como China, Corea del Sur o Singapur.
Abre el fuego el profesor de Ciencia Política, Manuel Arias Maldonado, siempre muy pendiente de cómo se utiliza el lenguaje. Su visión se centra en la propia sonoridad de los términos: “Me parece que ‘reclusión’ suena aún más imperativo, más duro, en el sentido de que explicita la prohibición de salir. Es un ‘encierro’. De hecho, remite quizá erróneamente, desde el punto de vista del diccionario, al lenguaje penitenciario”.
Pero, ¿por qué exactamente ‘confinamiento’ podría ser un mejor vocablo en esta situación? “Hablar de ‘confinamiento’ es hablar de una limitación, suena más amable, a pesar de ser lo mismo: como si el confinado gozara de libertades que el recluido no disfruta. Es incluso posible –aunque entramos en la especulación—que la inflexión ortográfica de ‘reclusión’ nos resulte más agresiva, o inapelable, al ser una palabra aguda de mayor sonoridad. Y es cierto, en todo caso, que no es lo mismo ser presos en casa que ser preso en una cárcel. El término ‘confinamiento’ parece más amable”.
De acuerdo, pongamos que en eso han prestado atención los miembros del Gobierno, con Pedro Sánchez a la cabeza, que expresó esa idea del “confinamiento” desde el primer momento, hace tres semanas. Pero, ¿hay una mayor estrategia en esa distinción?
El experto en comunicación política, Antoni Gutiérrez Rubí, ve en el término una connotación más dulce para una situación realmente complicada: “Las palabras tienen significados y significantes (una entidad que se percibe a través de los sentidos). Y creo que la palabra reclusión nos lleva al marco mental de recluso y prisión. Algo individual y un castigo penal. Confinamiento, en cambio, nos acerca a la idea de apartarnos colectivamente, de protegernos. Casi de cuidarnos. Si ‘Reclusión’ es un castigo, ‘Confinamiento’ puede ser un cuidado. Las palabras tienen imágenes asociadas, metáforas y marcos mentales. Y de ahí su uso más adecuado que otro, independientemente de su significado”.
"Encerrado hacia atrás"
El escritor y periodista Ignacio Vidal-Folch sigue una línea similar, al entender que “no hay color entre estar sometido a ‘confinamiento’ que a ‘reclusión’, aunque puedan ser exactamente lo mismo”. Considera Vidal-Folch que “etimológicamente, recluido, re clausus, sería estar encerrado hacia atrás, lo que suena a severa restricción, además de que en el uso común y corriente de la palabra, recluso es sinónimo de prisionero. Si recluso o recluido tienen connotaciones negativas, en cambio ‘confinis o confinium' refiere un límite marcado y/o compartido con otros, lo que suena mucho mejor y más sociable; además de que en una segunda acepción, confinar es obligar a un condenado a habitar en un lugar que no es su domicilio habitual: es un destierro; lo cual según y cómo suena bien pues, como dice el chiste, “como fuera de casa, en ninguna parte”.
¿Entonces? Ignacio Vidal-Folch profundiza más en el asunto: “Supongamos que estos días aciagos estuviéramos hablando continuamente de ‘reclusión’: la sola palabra ya da una sensación más asfixiante, claustrofóbica, sombría y deprimente que el actual ‘confinamiento’, palabra que lleva en su propio cuerpo el “fin” que queremos ver cuanto antes a esta situación ingrata, y que al ser dos sílabas más larga que ‘reclusión’ parece que tenga más pompa y distinción (lo mismo que ‘ver’ un accidente o una película suena a poca cosa, comparado con ‘visualizar’ el mismo accidente o película. Por no mencionar la Canción del Pirata de Espronceda, pirata que recorre el mar del uno al otro confín, sin límites, haciendo lo que le da la gana. Es decir, mucho mejor estar confinado que recluido, mucho mejor el confinamiento que la reclusión, aunque las dos cosas sean lo mismo”.
No ser súbditos
Pero hay más. El confinamiento supone que la ciudadanía se ha entregado a las autoridades, que confía en ellas y que acepta un recorte de sus derechos civiles. Y en eso abunda Andreu Jaume, editor, escritor y lector exigente que mide cada una de sus palabras, porque sabe de su importancia:
“No sé si reclusión sería más apropiado que confinamiento que, en su uso penal más generalizado, tiene efectivamente una acepción distinta a la que le estamos dando en estos meses de pandemia. En cualquier caso, el estado de alarma ha supuesto una suspensión de algunas libertades básicas, refrendada en su prórroga por el Congreso de los diputados. Nuestra obligación estriba sobre todo en no olvidar nuestra condición de ciudadanos”.
Ese es el fondo del asunto: “No somos súbditos de un estado policial, sino ciudadanos de una monarquía parlamentaria y, como tales, debemos exigir que quien gobierna rinda cuentas a aquel órgano que, en nuestro nombre, le ha facultado para limitarnos temporalmente algunas libertades con el fin de tratar de frenar el contagio masivo de una epidemia. El gobierno ha decretado un estado de alarma que, en su prórroga indefinida, se acerca mucho al estado de excepción. Y el estado de excepción es una forma de regresión autoritaria para recuperar la soberanía que se había depositado en el sufragio y en las cortes. No digo que eso esté ocurriendo, pero es intolerable que el Parlamento decida suspenderse en un momento tan crítico y complicado para el país”.
Si esa situación persistiera, entonces “podremos definirnos como confinados con toda propiedad, porque nuestro derecho básico, el único que bajo ningún concepto puede suspenderse en una democracia, que es el derecho de representación, habría quedado conculcado”.