
Imagen de Jaume Guardiola, presidente del Círculo de Economía
A más de setenta años de su fundación, el Cercle d’Economia reúne a los mejores expertos de El largo camino hacia Europa (el título irrepetible de Jordi Maluquer de Motes), inmerso en la economía digital del siglo XXI, pero sin dejar de inventar el continente que propicia la conversación atemporal del “bosque andante alemán”, en palabras de Elias Canetti.
El análisis del Cercle abre una nueva oportunidad a la UE de “atraer inversiones y reforzar a la inteligentia” (Financial Times; 27-04-25), ante la pérdida de liderazgo de EEUU, afectado por el proteccionismo y el bloqueo financiero de centros de conocimiento, como la universidad de Harvard. El fin de los minesotos “retiene conocimiento en Europa”, en palabras del presidente del influyente foro, Jaume Guardiola.
Los tesoros intelectuales sobrevuelan las palabras; se esconden entre piedras antiguas, en maletas perdidas o en búsquedas fortuitas, como demostró Walter Benjamin en los albores de la modernidad. Las tendencias de fondo discurren bajo los focos del saber.
Hoy, las autocracias por defecto pueden más que las democracias. Moscú y Washington se han dividido el mundo en áreas de influencia, como ocurrió en Yalta en 1945, al final de la Segunda Gran Guerra. La disrupción geopolítica afila el colmillo de los líderes empresariales, políticos y expertos, que reúne el Cercle d’Economia en la 40ª edición de sus jornadas, bajo el título Europa: wake-up call? del 5 al 7 de mayo en el Palau de Congressos de Catalunya.
La cita cuenta con la presencia de líderes políticos, como Pedro Sánchez, Salvador Illa, Teresa Ribera o Núñez Feijóo y con representantes del mundo empresarial como Luca di Meo (Renault) o Toni Ruiz (Mango), Marc Murtra (Telefónica), Núria Cabutí (Random House), Francisco Blanch (Bank of America) o Pau Relat (Fira Barcelona).

Clausura de la 39ª edición del Círculo de Economía
El Palau de Congressos fijará posiciones. No estamos en La Toja, el debate trasatlántico a los pies de Finisterre; y tampoco estamos en los Alpes de Davos, fiebre del poder financiero y rescoldo de un pasado, como el de la Mont Pelerin que unió a Hayek con los ordoliberales de Friburgo. El Cercle d’Economia -mezcla de altos cargos, académicos y managers- afronta un doble reto: la oportunidad de la UE ante la atrabiliaria decadencia de Trump y el renacimiento del mundo conservador moderado, como último bastión de la UE.
El prestigioso foro, centro de gravedad del pensamiento económico, hunde sus raíces en el libre cambio y en el modelo de Bienestar. Una fusión ganadora auspiciada en sus comienzos por Vicens Vives, Joan Sardà Dexeus o Josep Lluís Sureda, seguida por Fabián Estapé o Ernest Lluch y etiquetada por Antón Costas junto al inolvidable Josep Piqué, ex jefe de la Diplomacia española, cuya labor en el Cercle sigue ahora Miquel Nadal, ex Secretario de Estado de Exteriores y la profesora Teresa García-Milà, directora de la Barcelona School of Economics y candidata de consenso a la presidencia del Cercle en los próximos comicios de la institución.
Europa ha ensayado con éxito políticas cooperativas entre estados, que van más allá del Sur Global y el Occidente Colectivo. El Covid modificó la cadena de suministros del comercio mundial, hasta entrar en el actual momento desglobalizador. La economía doméstica ya no basta, por más que el PIB español toque el cielo en los datos del Fondo Monetario y la OCDE.
Por primera vez en su historia reciente, el país exige un cambio de rumbo que el que, sin abandonar el eje Madrid-Bruselas, España se acerque de otras esferas de influencia en el África subsahariana, el Indopacífico y el levante bizantino de un Mediterráneo que ha sido la tumba de movimientos migratorios. En el vértice de esta amalgama figura el Magreb, especialmente marcado por la relación bilateral España-Marruecos, tras el relevo en la Casa Blanca.

El hoy presidente de la Generalitat, Salvador Illa, en la anterior edición del Círculo de Economía
En la última década del siglo pasado, Felipe González reaccionó con lentitud la UE creada por Delors; y en el 2000, José María Aznar entregó España a EE. UU., en las Azores. Las cosas han cambiado desde entonces. El entorno actual de España es el de un país intermedio, pero muy influyente en el Consejo Europeo. La creación de los fondos Next Generation, apoyados por los 27, fueron el primer experimento de deuda pública mancomunada. Pero falta el paso decisivo: el salto hacia una política fiscal común en línea con el Informe Draghi, que le propone al BCE la puesta en marcha de una política monetaria expansiva, capaz de financiar la nueva estructura de Defensa europea.
Las esferas de influencia en el mundo dependen de los bancos emisores y de las políticas fiscales. En 1989, irrumpió en el Cercle la segunda generación, bajo la presidencia de un joven Carles Tusquets. En el 93, España entró en recesión y el foro vivió un debate genial entre el esfuerzo tributario exigido por Josep Borrell, frente a la postura de menos impuestos y más inversión defendida por Josep Piqué, el brillante economista que años más tarde ocuparía la presidencia del Cercle. Las sesiones a puerta cerrada y tumba abierta se sucedieron en aquella misma etapa marcada por la espontaneidad y el sentido del riesgo.
Bajo la presidencia de Joan Molins, la entidad apeló al modelo de productividad sin reducir los salarios, que tan buen resultado dio en Francia, Italia y Alemania, motores hermanados por los padres fundadores de la Europa actual (Schuman, Adenauer, De Gasperi, Hallstein, Jean Monet o Altiero Spinelli). Ya en el 2000, otro expresidente, Pedro Fontana, debatió con José María Aznar, sobre los efectos de la llegada del euro. En 2004, José Manuel Lara Bosch impulsó el cambio de sede del Cercle, desde un espacio limitado de Diagonal a la Casa Arnús, frente a la Casa Milà (La Pedrera), celebración simbólica del modernismo arquitectónico y la fiebre del oro.
Lara dinamizó el foro y presidió su 50 aniversario. Las jornadas de debate anual, que hasta entonces se celebraban tradicionalmente en Lloret de Mar, pasaron al Puerto de Sitges y de allí a los amplios espacios, frente a la playa de Barcelona. Significó un salto desde la intención al hecho, siempre acompañado por la capacidad de influir sin presionar.
El Cercle tiene el don austro-húngaro de los grandes momentos de reflexión y exposición. Representa a una civilización compleja y exigente consigo misma. En esta 40.ª edición, el Palau de Congressos será por unos días una reproducción del Café veneciano de San Marco; sus ponentes y oyentes hablarán sin prisas de Viena, Praga, Varsovia, París, Madrid o Berlín bajo la amenaza de Putin. La Europa sin fronteras, entre el Adriático y en el Mar del Norte, será de nuevo el concepto y por momentos nos olvidaremos de Wall Street y del nacionalismo de las naciones sin Estado. Los invitados viajarán mentalmente sobre el Danubio; aceptarán que el fracaso y el éxito no son pasatiempos de la historia.
Nadie espera el anuncio de un cambio de paradigma. Se diría que esta cita anual está marcada por las últimas palabras del Bergoglio, el papa Francisco: “construir puentes y no levantar muros”. El foro ha seguido el amplio trazado del humanismo cristiano desde su fundación en 1958; sin olvidar que ya entonces, en los sesenta, vivió muy de cerca el espíritu posconciliar de Pablo VI, el cardenal Montini.
En la disrupción geopolítica, que ocupara el centro de los debates, priman los aires autoritarios y la lejanía de las soluciones. Nadie afirmará que solo China es el futuro, pero todos saben que, a diferencia de la paz nuclear, basada en la disuasión, sobrevive la Pax Mongolica, de las rutas comerciales creadas por Kublai Kan y descubiertas por Marco Polo.