El excesivo apalancamiento de la compañía y el fuerte impacto generado por la pandemia han puesto a la familia Grifols entre la espada y la pared hasta el punto de que se han visto obligados a elegir entre el timón de la farmacéutica que fundó y a la que puso su nombre y sus finanzas personales.
Se trataba de tomar un camino y la segunda opción ha terminado por imponerse, para culminar con una meteórica transición en la que, en apenas un año, la compañía ha pasado de asistir a un emocionado relevo generacional escenificado en junta de accionistas a que el apellido desaparezca por completo de los poderes ejecutivos de la farmacéutica.
Decisiones históricas
Si histórico fue el nombramiento de Steve F. Mayer como presidente ejecutivo el pasado otoño, el primero que no era miembro de la familia, no menos ha sido la decisión del consejo de administración de entregar por completo los mandos a Thomas Glanzmann, sucesor de Mayer tras su repentino cese por motivos de salud, y relegar a los hasta ahora consejeros delegados solidarios, Víctor Grifols Deu y Raimon Grifols Roura, a la alta dirección.
Detrás de esta siempre complicada decisión se encuentra la necesidad imperiosa de dar un impulso a la acción de Grifols, cuya errática cotización está tensando hasta el extremo la situación financiera personal de los miembros de la familia fundadora.
Medidas traumáticas
El mercado lleva tiempo castigando de forma inmisericorde a la empresa, especialmente por su elevado apalancamiento, reflejado en una ratio deuda/Ebitda que llegó a superar las 9 veces tras la adquisición de la alemana Biotest, en plena pandemia.
Esta situación ya motivó la primera medida traumática, en forma de supresión del dividendo, aunque no sería sino el inicio de una pesadilla que ha terminado con los Grifols fuera del puente de mando.
Presión acreedora
El mencionado castigo se ha llevado en los últimos tres años más de dos tercios de la capitalización de la farmacéutica, cuyos títulos acumulan más de año y medio por debajo de la cota de 20 euros, en la que los Grifols tienen valorada de forma mayoritaria su participación en la empresa.
La presión de los acreedores ha ido en aumento mientras el precio de las acciones se ha situado en mínimos de una década, lo que ha encendido todas las alarmas, tanto las corporativas como las de los accionistas relevantes de la cotizada.
La respuesta del mercado
Tras innumerables llamamientos a la calma al mercado y un intento frustrado de ampliación de capital, los Grifols asumieron que cualquier opción de revitalizar la compañía, tanto en su balance como en su cotización, incluía dar un paso atrás o, cuanto menos, al costado y que los gestores designados a tal efecto pasaran a la acción en el menor tiempo posible.
Las pruebas fueron las esperanzadoras reacciones del mercado tras el citado nombramiento de Mayer y después del anuncio de su primera medida de enjundia para tratar de dar la vuelta a la situación: un plan para ahorrar unos 400 millones anuales en costes, que incluía un recorte de 2.300 empleos, la mayoría en EEUU.
Desandar lo andado
Pero la cotización ha vuelto a las andadas porque la inesperada renuncia del ejecutivo estadounidense dejaba a medias su hoja de ruta que incluía, como adelantó Crónica Global, una nueva vuelta de tuerca al proceso de profesionalización de la gestión, que tenía que objeto simplificar una gobernanza demasiado alambicada para un entorno en el que urge adoptar decisiones con cierta agilidad.
Y, además, porque el apellido Grifols seguía demasiado presente en el poder ejecutivo del consejo, un elemento que se ha revelado nocivo para la confianza en la empresa por parte de los inversores.
Estos vaivenes han provocado que la acción desandara todo el camino recorrido desde el relevo en la presidencia del consejo y volviera a las andadas. Parecía cuestión de tiempo, el que precisaba Glanzmann para terminar de aterrizar en el cargo y buscar disponer de manos libres, y así ha sido.