La ideología nos atrapa. O todo es ideología. ¿Cómo se ayuda a los menos favorecidos? ¿Qué relación existe entre los impuestos y el crecimiento? ¿Crea empleo reducir las horas de trabajo, con la semana de las 35 horas? Los economistas franceses Pierre Cahuc y André Zylberberg han provocado un fenomenal debate en Francia con el libro El negacionismo económico (Deusto), que tiene un mensaje muy revelador: “Un manifiesto contra los economistas secuestrados por su ideología”.
La economía quiere ser ciencia. Lleva décadas defendiendo que hay algunas leyes que deben ser respetadas y que no admiten réplica. Cahuc y Zylberberg entran de lleno en esa cuestión, con un tono altanero que viene a decir: no diga usted cosas que no conoce, lo primero que debe hacer es someter sus juicios al método científico. Es decir, algunas hipótesis consiguen la suficiente validación como para que no se cuestionen, y otras han sido refutadas hasta tal punto que mejor que usted las abandone.
Krugman y Stiglitz, ¿ideologizados?
¿Está preparado para que critiquen a los economistas más populares en estos momentos? En el debate económico ocurre una cosa curiosa, como en otros ámbitos sociales, en todo caso. Los economistas que investigan, que validan o refutan hipótesis, están peleados con los medios de comunicación. No les gusta aparecer. Y, en cambio, los más mediáticos acaban teniendo más predicamento, aunque las decisiones, a partir de los responsables políticos, obedecen más a los criterios de esos oscuros expertos.
Cahuc y Zylberberg no tienen dudas y critican a los que “no quieren aceptar lo evidente y que insisten en que hay otras posibilidades de analizar los hechos económicos, una actitud que sólo tiene una razón: son personas ideologizadas”. Y aquí señalan, aunque con todos los matices del mundo, a profesores del ámbito marxista y de la escuela keynesiana, entre ellos a Krugman, Stiglitz o Piketty. Ya han tocado a los mitos de una nueva izquierda, que ha buscado en los últimos años referentes en la academia de forma desesperada.
Reparto del trabajo
Preocupados y centrados en la evolución económica en Francia, los autores, que justifican el título de El negacionismo, que se suele aplicar al negacionismo sobre el nazismo y su política de exterminio de los judíos, analizan el reparto del trabajo y la semana de las 35 horas. Lo que se debe analizar es cómo mejora o empeora, qué elementos se deben tener en cuenta, dejando la ideología de cada uno en el cajón. Y muestran que la política del reparto del trabajo no solo no hace disminuir el desempleo, sino que, además, impide aprovechar mejor la productividad de la economía.
Lo mismo ocurre con la inflación. ¿Es algo condenable, con unas leyes fijas que establezcan un determinado porcentaje? Pues dependerá de otros elementos, del ciclo económico. El libro se adentra en ejemplos, y aborda la política impositiva, la fuga de impuestos, el gasto público, las desregulaciones en el ámbito financiero, o ¿por qué cambian de club los futbolistas?
¿Y los periodistas?
Para los periodistas no es un libro agradable. ¿Por qué? Porque el libro alecciona, y nos dice que los medios de comunicación no están interesados en dar preferencia al conocimiento científico, a esas validaciones o refutaciones que se consiguen con el método científico.
“La mayor parte de los periodistas no saben que la economía forma ya parte del ámbito de las ciencias experimentales. Siguen percibiendo esta disciplina como un enfrentamiento de opiniones o de visiones de la sociedad, a imagen de la política”, señalan.
Miedo a estar en los medios
El problema es el concepto del tiempo. Los autores de El negacionismo económico insisten en que nada se dé por válido, si antes no ha sido validado. Pero, ¿qué papel tienen los medios, el mismo que el de una revista científica del ramo?
En ese debate, Cahuc y Zylberberg asumen la realidad: “Los mejores investigadores son tradicionalmente reticentes a aparecer en los medios de comunicación. La investigación de alto nivel es una actividad que requiere mucho tiempo y demasiada exposición mediática puede resultar fatal para la carrera académica de esos investigadores. Sin embargo, es necesario que cambien de actitud, sobre todo en economía, donde el negacionismo científico es omnipresente”.
Quirófano o una pomada
El libro, en todo caso, es una defensa de las medidas que se consideren necesarias para reformar una economía nacional, y por ello ataca a los keynesianos, al entender que lo que persiguen, en realidad, es que nada cambie, que todo sea “indoloro”, cuando a veces se deben aplicar terapias de choque. Esos “remedios keynesianos”, que pasan por aumentar el gasto público, deben ser combatidos, según los dos autores: "Quienes los prescriben nos dicen que no hay nada que cambiar en el funcionamiento de nuestra economía, basta con aumentar el gasto público para que todo vaya mejor. No hace falta poner patas arriba nuestra historia, nuestra cultura, nuestras instituciones. No tenemos que preguntarnos por el efecto del coste del trabajo, de la legislación sobre el despido, ni sobre la mejor manera de gestionar la prestación por desempleo y la formación profesional. Todo eso conlleva una cirugía brutal que no respeta al paciente", y "preferimos embadurnarnos de pomada o tragarnos algunas píldoras antes que pasar por el quirófano. Pero puede ocurrir, ¡ay!, que esto último sea más eficaz que lo primero".
Claro, todos esos mensajes en Francia han supuesto un revolcón, con el presidente Macron tratando de llevar al quirófano a media Francia, de una manera que no se note del todo como demasiado virulenta. ¿Y en España, quién se atreve a hacer lo mismo que Cahuc y Zylberberg?