Félix Ovejero, en un acto reciente

Félix Ovejero, en un acto reciente

Política

Félix Ovejero: "La nueva izquierda no ha pensado en serio sobre el nacionalismo"

El filósofo barcelonés publica un ensayo en el que denuncia la connivencia de parte de la izquierda con el nacionalismo y recuerda que Cataluña no es de los catalanes "sino de todos los españoles"

15 marzo, 2017 00:00

Félix Ovejero (Barcelona, 1957), profesor de filosofía política en la Universidad de Barcelona y colaborador habitual de El País, es conocido por ser uno de los intelectuales que fundó el partido Ciudadanos. Acaba de publicar La seducción de la frontera (Editorial Montesinos), un ensayo en el que critica que parte de la izquierda española haya hecho suyo un relato, el nacionalista, que contraviene sus esencias.

Sostiene que la izquierda es incompatible con el nacionalismo. ¿Por qué?

La herencia de la izquierda es una radicalización del ideal de ciudadanía, que se construye con la premisa de que no existe ningún privilegio de origen, que el hecho de haber nacido en un lugar no justifica derechos especiales. Una comunidad de ciudadanos es una unidad de justicia y de decisión: todos somos iguales, ya me encuentre en Madrid o Huelva. Así, Cataluña no es de los catalanes, sino que todo es de todos. En este sentido, no hay nada más comunista que el espacio político. Cuando alguien reclama una ciudadanía cimentada en la identidad, y además exige privilegios económicos, se sitúa enfrente de esa tradición, con la reacción. Si a ello le añades que los que lo demandan son los territorios más ricos y privilegiados, cuesta entender que nuestra izquierda se comprometa con el relato nacionalista.

¿Qué les diría a los que, estando en contra de la independencia, no ven con malos ojos el derecho a decidir?

Es un derecho conceptualmente insostenible, porque ¿quién establece la unidad de decisión legítima? Se da la paradoja de que para que alguien pueda decidir que se sustrae al conjunto de la comunidad política, antes se deben establecer unas fronteras, y éstas no se pueden decidir democráticamente porque, entonces, ya has decidido quién decide. Por otra parte, el derecho de autodeterminación solo está justificado cuando tus derechos no son atendidos. Si lo son, no puedes amenazar con marcharte cuando las decisiones compartidas no te agradan, porque entonces violas las reglas de la deliberación democrática y entras en el territorio del chantaje. Por lo demás, siguiendo esa lógica, el resto de los españoles tendríamos derecho a expulsar a Extremadura de la nación común.

En el libro señala que cualquiera que critique el nacionalismo catalán es acusado de nacionalista español. ¿Es verdad que todos somos nacionalistas?

Existe ahí una confusión conceptual: es como decir que quien critica la guerra es un belicista. Como decía Einstein, el análisis químico de la sopa no tiene sabor a sopa. Cuando yo crítico algo, no estoy ejerciéndolo. Criticar la religión, por ejemplo, no es defender otra religión: es criticar la religión.

Coincide con el nacionalismo, sin embargo, en que Madrid es en parte responsable de lo que ocurre en Cataluña. ¿Qué han hecho mal?

Aceptar el relato de los nacionalistas de que Cataluña es un territorio oprimido, del conflicto, del encaje, toda esa chatarra intelectual. Y la izquierda española, seguramente por la composición de sus élites políticas o por un complejo vinculado a la idea de que el franquismo fue particularmente cruel en las comunidades históricas --cuando lo fue mucho más con las más pobres como Andalucía o Extremadura--, ha extendido ese relato.

Esto es grave, porque uno no puede ser anacionalista, sino que deber ser crítico con el nacionalismo. El nacionalismo es reacción. Uno no puede decir soy afeminista. No, usted tiene un compromiso contra el sexismo. Y el nacionalismo consiste en asumir que un grupo de individuos en virtud de ciertas características debe gozar de unos derechos especiales. ¿Qué diríamos de un conjunto de individuos que proclamase: nosotros somos blancos y, puesto que somos especiales, vamos a decidir unilateralmente limitar los derechos de los negros?

En cuanto a los unionistas catalanes, ¿cree que han hecho lo suficiente para combatir el nacionalismo?

En este aspecto se ha producido una ingeniería política muy meditada. Pujol llegó a controlar las sociedades de andaluces o extremeños, engrasándolas con dinero para que se ciñeran a quehaceres folclóricos y no se tradujeran en ninguna manifestación política. Por otra parte, aquellos inmigrantes del resto de España eran trabajadores que vinieron desarmados porque Franco había borrado el concepto de ciudadanía, un desvalimiento que heredó el nacionalismo. Y esa sensación como de estar de prestado ha persistido, propiciando que no hayan emergido políticamente.

Una encuesta revela que la mayoría de catalanes (un 75,6%) prefiere un modelo trilingüe en la escuela frente a los que optan por la inmersión (8%). ¿Por qué se insiste, sin embargo, en que existe un gran consenso en torno a ella?

La Generalitat suprimió en su momento de las encuestas la pregunta sobre las preferencias lingüísticas en educación. Y es que para su proyecto político es fundamental, porque defienden que la identidad, que supuestamente justifica la soberanía, se constituye a partir de la lengua: somos distintos, decidimos aparte. El problema es que, como la identidad es una ficción que no se corresponde con la realidad catalana, hay que ahormarla para cuadrarla en el mito. Entre otras cosas, porque el movimiento inmigratorio de los años 60 produjo una recomposición demográfica tan tremenda, que hoy Barcelona y Madrid, tomando un indicador cultural como los apellidos, son dos gotas de agua.

En su ensayo también pone en tela de juicio que una lengua infunda en el hablante una concepción del mundo particular.

Se trata de una visión romántica que nadie que sepa un poco de ciencias cognitivas puede defender. Solo se da, si acaso, en casos excepcionales, como el de los indios pirahã, cuya lengua les impide estructurar numéricamente el mundo. Hoy en día, en nuestra concepción del mundo pesa más la clase social, el sexo, e incluso las condiciones climáticas. Que yo comparta lengua con una campesina boliviana no me proporciona la misma identidad. Por lo demás, compartir identidad con alguien no te convierte en una unidad soberana. Los ciegos tienen la misma visión del mundo entre ellos: no ven nada. Y nadie defiende que puedan constituirse en una comunidad política aparte.

Las últimas encuestas muestran que el apoyo a la independencia el País Vasco ha descendido a mínimos históricos. ¿Por qué ha ocurrido a la inversa en Cataluña?

Con estos asuntos se debe ser cauteloso. En las grandes manifestaciones por el Estatut, por ejemplo, los números estaban inflados. Sí es cierto que, cuando se empieza a creer que son muchos, se recrea la sensación de que son más de los que son. Con unos pocos datos, la maquinaria propagandística ya funciona sola. No debe olvidarse que la composición de las élites políticas, que son las que monopolizan el discurso, no se parece a la población real: en ellas, con cifras de hace pocos años, solo el 7% es de origen castellanoparlante, mientras que en la realidad es del 55%. En este sentido, es paradójico que los supuestos colonos vivan en los barrios más pobres y los colonizados en las zonas privilegiadas con sueldos, en ocasiones, más altos que el del presidente del Gobierno.

El nuevo partido de Ada Colau, cuya asamblea fundacional será el mes próximo, defiende una República catalana, con derecho a decidir, dentro de una Estado plurinacional, postura similar a la de Podemos. ¿Qué opina de la actitud de la nueva izquierda ante la cuestión territorial?

La nueva izquierda no ha pensado en serio sobre la materia, es decir, informándose y prescindiendo de inercias doctrinarias. Entienden que España es un conjunto de tribus que pueden desagregarse, pero ¿por qué Cataluña y no Hospitalet? Dado que su grado de heterogeneidad identitaria es mucho menor, podría convertirse en un pueblo soberano. Sencillamente, esta postura implica decirle al resto de españoles que no son iguales a nosotros y que tenemos la potestad de excluirlos de su condición de ciudadanos en parte del territorio. Si alguien me asegura que eso es de izquierdas, que me lo argumente un poco mejor.

Usted se ha mostrado crítico con que Ciudadanos, del que fue fundador, se haya redefinido como liberal-progresista. Sin embargo, tras el auge de políticos como Macron en Francia o Trudeu en Canada, hay quien defiende que puede ser una posición eficaz para combatir los populismos.

Eso lo puedes hacer también desde la izquierda. Lo que se denomina hoy liberalismo progresista o igualitario es una coincidencia en los teoremas, en las conclusiones, con un pensamiento socialista informado. Ambos sirven para criticar con solvencia moral a los populismos. Por otra parte, apelar a los resultados electorales del último año es una mirada de corto alcance, porque en medio año pueden cambiar. De hecho, ahora mismo, en Alemania la socialdemocracia está subiendo. Y, por supuesto, las convicciones no deben decidirse por esos motivos.

Además, en España, desde el punto de vista de los fundamentos y la eficacia política, el espacio que queda por cubrir es el de la igualdad de todos los españoles y la crítica a la identidad como justificación de las entidades políticas. Eso son dos axiomas de la izquierda y aquí la nuestra, desnortada, no los defiende. Quien contempla la posibilidad de desmontar un Estado difícilmente podrá defender el Estado del bienestar. Palabrería aparte.