Artur Mas se hizo llamar El Astut por los supuestos quiebros que realizaba ante el Gobierno español en temas jurídicos y políticos mientras era presidente de la Generalitat. Su astucia, sin embargo, sirvió de poco. Para ser exactos, de casi nada.

Mas acabó sentado en el banquillo de un tribunal y condenado por su participación en el pseudoreferéndum del 9N. Hoy es un político inhabilitado legalmente y amortizado electoralmente. Su pretendida astucia no se enseñará jamás en las universidades ni en las escuelas de negocio como caso práctico de éxito. Si acaso, lo contrario.

En el otro fiel de la balanza descansa la verdadera astucia política en España. La lideran los políticos vascos, que una vez más han demostrado que los ruidos y silencios que practican desde tiempos inmemoriales son modulados con inteligencia de primer orden. Siempre fieles al propósito de que más listo es quien mejor subsiste, la clase política vasca vuelve a dar una señal inequívoca de que existe un nacionalismo atemperado con el que pueden convivir incluso los que no lo son.

Siempre fieles al propósito de que más listo es quien mejor subsiste, la clase política vasca vuelve a dar una señal inequívoca de que existe un nacionalismo atemperado con el que pueden convivir incluso los que no lo son

Disfrutan en el País Vasco de unas condiciones heredadas de históricas prebendas que nadie parece dispuesto a modificar. Del franquismo a la democracia las volvieron a cargar en la mochila y su sistema fiscal, el Cupo y demás prerrogativas económicas rigen como un elemento distintivo y verdaderamente diferencial. De poco sirve que algunas voces, con argumentos incontestables, recuerden que el sistema autonómico de los vascos es insolidario por naturaleza. Ellos lo saben, apelan a la historia y se acabó el debate.

Para que la discusión sobre esas excepcionales circunstancias permanezca hibernada no hay mejor bálsamo que la negociación con el Gobierno español de turno. En eso han sido unos verdaderos maestros. Con la misma argumentación que utilizaba Jordi Pujol en su día, a los dirigentes del nacionalismo del norte no les importa transaccionar con sus homólogos de Madrid en nombre de la gobernabilidad del Estado o de cualquier otro argumento que sirva para llenar el zurrón de recursos en su territorio.

Acaban de suscribir un nuevo acuerdo que da otros 15 años de tranquilidad y respiro a los ciudadanos de Euskadi con su particular y preferente situación de las finanzas públicas. A cambio, el PNV garantizará a Mariano Rajoy que podrá aprobar los presupuestos generales de 2017. Una nueva y maestra jugada del ajedrez político español.

Convendría que quienes lideran aquellas tierras extendieran su conocimiento sobre el posibilismo. Enseñar pragmatismo es más difícil con unos alumnos que con otros, y seguro que Mas ya no aprobaría ninguna asignatura. Oriol Junqueras y algún otro, en cambio, es posible que se sintieran encantados de conocer los métodos y triquiñuelas de mejorar la vida de sus ciudadanos sin necesidades de fractura social, desobediencia legal y otros muchos problemas que su actuación comporta para los catalanes. Ya les adelanto que a algunos dirigentes políticos catalanes les corroía la envidia al conocer cómo el PNV ha resuelto sus asuntos. Sin más, pero nunca con menos.