¿Qué va a pasar en Cataluña? La pregunta ha vuelto a primer plano político. Confluyen diversas circunstancias. El debate sobre una posible reforma constitucional que cada vez se aleja más por la falta de consenso y, sobre todo, el miedo a tener que hacer un referéndum sobre las mismas a petición de 35 diputados. La nueva política de dialogo del Gobierno con la Generalitat --perdonen que no diga con Cataluña como es habitual porque creo que la Generalitat, por sus hechos y declaraciones, ha desistido de representar a todos los catalanes y me parece un error de bulto aceptar como natural el lenguaje del nacionalismo--. Y, por último, la vuelta al primer plano político del referéndum secesionista vía partidas presupuestarias y la reunión anunciada por Puigdemont para el día 23 de diciembre a la que asistirán las fuerzas independentistas y parece que CSQP.

Personas tan cualificadas, y nada extremistas, como Francesc de Carreras y José Antonio Zarzalejos han manifestado su pesimismo en relación a que el dialogo ofrecido por la vicepresidenta Soraya Sáenz de Santamaría disuada a Junts pel Sí y la CUP de seguir adelante con el anunciado referéndum, lo que, según los autores citados, nos depara un escenario, no querido, en el que las medidas coercitivas --artículo 155, Estado de sitio-- toman fuerza. Dicho de otro modo, el ya muy cacareado "choque de trenes" se vislumbra como una opción no desdeñable por cada vez más analistas políticos.

La previsión de organizar desde la Generalitat, esta vez sin tapujos, un referéndum ilegal coloca al Estado sin opción de mirar hacia otro lado

Desde luego, la previsión de organizar desde la Generalitat, esta vez sin tapujos, un referéndum ilegal coloca al Estado sin opción de mirar hacia otro lado. Otro 9N no parece posible, en el sentido de que el Estado no puede permitir un referéndum, ni tan siquiera un pseudo referéndum y actuar a posteriori como pasó el 9N. Por tanto, será la Generalitat quien deberá decidir si acata la prohibición que sin duda dictará el Tribunal Constitucional o bien opta por no acatarla, en cuyo caso el Estado no tendrá más remedio que aplicar medidas coercitivas e intervenir la Generalitat.

No pienso que esta sea la opción más probable. Creo que al final la Generalitat obedecerá. Y lo creo porque los políticos nacionalistas son conscientes de que carecen de la fuerza necesaria para ganar un pulso en la calle, de dar y ganar un golpe de Estado en toda regla. Y si no creen que vayan a ganar, ¿para qué arriesgar la pérdida de la Generalitat?. A los votantes independentistas se les puede convencer de que se ha dado un paso al frente, el fruto del diálogo, y que en la próxima embestida se tendrán más instrumentos para ganar. De hecho, este discurso ya está en boca de algunos analistas políticos vinculados al independentismo como Francesc-Marc Álvaro o la mismísima Pilar Rahola.

No estamos ante la típica situación revolucionaria de toma del poder. El independentismo ya lo tiene. Para los políticos nacionalistas se trata de mantenerse en él y de ampliarlo, pero no de ponerlo en riesgo.

Lo racional es que entre los políticos secesionistas acaben prevaleciendo sus intereses sobre la épica

En todo caso, no tengo la bola de cristal y puede ocurrir que el independentismo cruce el Rubicón. Que la Generalitat provoque la aplicación del artículo 155 y Puigdemont, Junqueras y sus amigos de la CUP se atrincheren en la Plaza San Jaume y saquen a sus seguidores a la calle. Sinceramente, no le veo las ventajas para el independentismo de adoptar una actitud numantina. Ya he dicho que las probabilidades de que ganasen el golpe de Estado no parecen muy altas. Mientras tanto, entre los contrarios a la secesión algunos creen que sólo desposeyendo a los independentistas del Gobierno de la Generalitat, vía el 155, puede revertirse la dinámica secesionista y sueñan con la intentona golpista que justifique la intervención.

En conclusión, lo racional es que entre los políticos secesionistas acaben prevaleciendo sus intereses sobre la épica. Claro que, si las encuestas vaticinan la pérdida del poder, aunque sea sólo para parte de sus actuales ocupantes, cualquier cosa es posible. No hay nada más imprevisible que un político sin ética de la responsabilidad aferrándose a conservar el poder a cualquier precio.