Supongo que intentar explicarles a los de la CUP que, por muy alternativos que se sientan, forman parte del sistema que dicen querer derribar sería una pérdida de tiempo. Ellos consideran de lo más normal estar en el Parlamento catalán y, al mismo tiempo, clamar por una insurrección que obligue al estado a responder con violencia (Quim Arrufat) y decir que seguirán quemando banderas españolas, fotos del Rey y lo que haga falta para contribuir a la liberación de la patria (Benet Salellas), de la misma forma que llevar la camiseta de manga corta sobre la de manga larga se les antoja una decisión vestimentaria de lo más inspirada.

No perderé, pues, el tiempo intentando convencer a estos lumbreras de que no se puede estar en misa y repicando, de que la actividad parlamentaria y la lucha armada son incompatibles, de que la piromanía y el masoquismo --aunque cuenten con coartada patriótica-- no forman parte de las actividades consideradas normales por esta sociedad opresiva en la que nos ha tocado vivir. Pero lo que sí puedo hacer es pedirles por favor que, a la hora de las amenazas, recurran a alguien del partido que las haga más creíbles. Salellas es, además de un ricachón de Girona, un muchacho de aspecto frágil y enclenque, lo que en Madrid se conoce como “un tirillas”. Y Arrufat, aunque más fornido, tiene demasiada cara de buen chico, pese a que todo parezca indicar que no lo es. Se impone la presencia de alguien que dé un poco más de miedo, lo cual nos lleva a la pregunta que da título a este artículo.

Le pido por favor a la CUP que, a la hora de las amenazas, recurra a alguien del partido que las haga más creíbles

Yo no sé si le han llamado la atención desde arriba, pero el pobre Garganté lleva tiempo callado y sin hacer ninguna de las suyas. No me consta que fuese el autobusero que hace unos días entró en la superilla por donde no debía, ni que haya pegado ni amenazado a nadie en los últimos meses, solo o en compañía de esos amigotes que son la versión soberanista de los muchachos de Czysterpiller, aquellos entrañables matones rosarinos que acompañaban a Maradona en sus juergas barcelonesas. Anna Gabriel puede ser muy severa; y si no, que se lo pregunten a Antonio Baños, cuya vida disipada le hizo acreedor a unos cuantos chorreos del Orgullo de Sallent.

Tú ves a Salellas diciendo que piensa reincidir en la piromanía y a Arrufat exigiendo que la policía nacional le abra la cabeza a porrazos y no te los crees. Pero a Garganté yo me lo creería, como le creo capaz de derribar a varios antidisturbios y de prenderle fuego al Valle de los Caídos. Por eso no entiendo que la CUP desperdicie a su elemento más patibulario e intimidante: a ver cuándo se dan cuenta de que no se puede enviar a un Salellas o a un Arrufat a hacer el trabajo de un Garganté.