Tal y como está encajando el cese Rita Barberá, todo parece indicar que habrá que acabar arrancando su escaño del Senado y llevárselo a casa para que haga con él lo que quiera: ver la tele, atizarse un copazo, leer el Cuore o las tres cosas a la vez, pues para algo son perfectamente compatibles. No perderé un minuto en referirme a su desfachatez, pues sería una redundancia y una pérdida de tiempo con personaje tan contumaz e incombustible. Cuando la oposición te quemaría en las Fallas y tu propio partido agradecería que te exiliaras a Pernambuco, pues ya tienen overbooking de corruptos, alguien con menos cuajo trataría de esfumarse con discreción y hasta se disculparía por una carrera política rayana en la delincuencia, pero Rita Barberá, por el contrario, se agarra al escaño de senadora --hace mucho frío en los juzgados cuando ya no estás aforada-- y, ya que los suyos la repudian, amaga con pasarse al Grupo Mixto, donde además te caen casi tres mil euros más al mes.

Si Rita insiste en quedarse en el Senado representándose a sí misma, habrá que redactar una ley que diga que tal cosa es imposible. O eso o llevarle el escaño a casa. No se me ocurre una tercera opción

No sé si Rita se ha parado a pensar que hasta para estar en el Grupo Mixto hay que representar a alguien, y que cuando tu propio partido se deshace de ti, solo te representas a ti misma. Una cosa es hacer como Quico Homs, que se desgañita en el gallinero del Congreso en nombre de un partido moribundo, y otra dormitar en el Senado porque solo puedes proponer asuntos que te afecten personalmente, como unas reformas en la cocina o la urgente adquisición de una tele de plasma. A no ser que lo que pretendas sea hacerle la vida miserable a tu exjefe de filas, en cuyo caso agarrarse al escaño resulta ideal. Aunque también puede ser que después de veintitantos años cortando el bacalao en tu ciudad, te cueste acostumbrarte a disfrutar tan solo de tu vida privada.

Nuestro ordenamiento político debería prever casos como éste. Si no se ha hecho hasta ahora es porque a nadie se le ocurrió que alguien pudiera tener una jeta tan de cemento armado como la de Rita, que es de esas personas que obligan a una sociedad a legislar especialmente para ellas. La señora Barberá me recuerda a aquel demente que se estuvo paseando en pelotas por Barcelona durante años porque a nadie se le había ocurrido que alguien concibiese idea tan peregrina: hubo que incluir una cláusula antinudista en las normas del ayuntamiento para que aquel buen señor se vistiera. A grandes males, grandes remedios: si Rita insiste en quedarse en el Senado representándose a sí misma, habrá que redactar una ley que diga que tal cosa es imposible. O eso o llevarle el escaño a casa. No se me ocurre una tercera opción.