El PP ha ganado las elecciones generales, pero desde el punto de vista de las espectativas de la derecha, ha sido una victoria amarga. Sobre todo porque los resultados no facilitan, de momento, ninguno de los escenarios previstos por sus estrategas. Tanto el principal partido de la derecha como el de la izquierda, el PSOE, han ampliado su dominio electoral; una forma de volver al bipartidismo de las cuatro primeras décadas de la democracia española.

La consecuencia más inmediata del nuevo panorama se refiere a las dos formaciones que están a la derecha del PP y a la izquierda del PSOE. En el caso de Sumar, Yolanda Díaz apenas ha podido contener ese empuje, y mucho mérito tiene, habida cuenta las divisiones internas, haber salvado los muebles con una pérdida de solo siete escaños, menos del 20% de la representación parlamentaria.

Vox, la muleta imprescindible del PP, mantiene un puesto como tercera fuerza, aunque se ha dejado el 50% de sus diputados. Desde ese punto de vista, Díaz lo ha hecho bien, pero no ha conseguido remontar una tendencia que ya venía marcada antes de que ella aterrizara en la política nacional desde su Galicia natal.

El consenso de las encuestas daba a Sumar unos 34 diputados, o sea menos que en la legislatura que ha acabado, pero en una horquilla de 20 a 46. El CIS atribuía un 12,7% de votos a la lista de Yolanda Díaz, más o menos como la media de los sondeos de las empresas privadas. El resultado real del 23J les ha dado la razón.

No obstante, el 25,6% de los encuestados por el CIS confesaba que si tuviera que votar a un partido distinto de su preferido lo haría por Sumar, una simpatía que cabe atribuir al carisma de la ministra de Trabajo, más amable y menos gritón que sus viejos compañeros de la dirección de Podemos.

¿Qué habría pasado si Pablo Iglesias hubiera participado en la campaña animando a los militantes de Podemos a respaldar el nuevo proyecto? Nunca lo sabremos, pero es difícil pensar, a la vista de la deriva de las últimas convocatorias y de su papel en las autonómicas madrileñas de 2021, que hubiese mejorado los resultados. La pérdida de cuatro escaños --siete, si añadimos a Íñigo Errejón-- responde básicamente a la tendencia: Iglesias habría profundizado la caída.

Desde el gran momento de la izquierda del PSOE, que fue en 2015, Podemos había descendido desde los 69 diputados de aquellas elecciones hasta los 35 de 2019. Un 50% de caída sin tener en cuenta los tres escaños que obtuvo la escisión Más País.

Son las cosas de la política: entonces no entró en el Gobierno con el PSOE, pese a que entre ambos sumaban 179 escaños. La bisoñez y la ambición de un Pablo Iglesias deslumbrado por los resultados lo hizo imposible. Al año siguiente, en la repetición electoral, y pese a la incorporación de Izquierda Unida, la coalición perdió 150.000 votos, aunque alcanzó 71 escaños, dos más.

En la convocatoria del 28A de 2019, UP se dejó 29 diputados y en la repetición de noviembre otros siete hasta quedar en los 35 ya citados.

El bastión territorial de las confluencias de lo que fue Podemos y ahora es Sumar fue Cataluña, primera fuerza en los comicios de 2015 y 2016, aportando 12 diputados al cómputo global en cada una de las convocatorias. En Valencia nunca ha ganado unas generales, aunque contribuyó al grupo parlamentario del Congreso con nueve diputados en las dos elecciones de mayor esplendor.

Galicia, el lugar de origen de Yolanda Díaz, no ha respondido como podía esperarse. Sumar ha obtenido menos apoyo que en la media española, lo que apunta a una confirmación de la vuelta al bipartidismo como resultado de la bipolarización política.