Explicábamos aquí el pasado domingo la trayectoria patética, pero también admirable, del artista Joe Gibbons, ladrón de bancos por amor al arte y por afán de supervivencia. Qué mal acabó, el pobre. A saber por dónde andará. Si hay que encontrarle una falla en su actividad artística sería, quizá, su egolatría, la falta de dimensión social o trascendencia política en sus actividades.
Eso no se le podría jamás reprochar, en cambio, al desaforado líder del grupo de artistas provocadores rusos Voiná (guerra), Oleg Vorotnikov (nacido en 1980 o 1981: ahora tendrá 43 años, más o menos, si es que sigue vivo).
El colectivo Voiná a finales de la primera década del siglo, y hasta 2012, se constituyó como un grupo de provocación de una insolencia inaudita en Moscú: sus miembros eran cambiantes y numerosos. Los principales eran el fundador Oleg Vorotnikov, un sujeto carismático, también conocido como Vor (Ladrón); su esposa Natalia Sokol, alias Kozol, Koza o Kozlyonok (Cabrita); Leonid Nikolayev (Lyonya Yobnuty, 'Leña el loco' o 'Leo el Tarado'); y Alexei Plutser-Sarno (Plut, 'Sinvergüenza'). El alma del grupo era Vorotsinov, sujeto carismático, como he dicho –era capaz, por ejemplo, de salir tranquilamente de la comisaría donde había sido llevado para tomarle declaración, sin que a ningún guardia se le ocurriese que había que detenerle--, y también exagerado y excesivo, incluso para los estándares rusos de personalidad.
El colectivo captó la atención del público por primera vez con la acción: ¡Follar para el Osezno heredero!, llevada a cabo el 29 de febrero de 2008, la víspera de la elección de presidente ruso Dmitri Medvédev. En ella, cinco parejas tuvieron sexo en público en el Museo Estatal de Biología Timiryazev de Moscú. Una cosa así luego la han repetido otros, pero creo que ellos fueron los primeros en tan meritoria ordinariez.
Los miembros de Voiná eran chicos punk, o dadá, arrebatados por un paroxismo iconoclasta y contestatario, como ollas a presión que, por haber estado sometidas a una temperatura demasiado alta, revientan, dejándolo todo perdido. En coherencia con su radicalidad se negaban a buscar empleo, robaban la comida en las tiendas, dormían en garajes, en fin, vivían al margen de la sociedad en la que querían influir.
Antes de actuar, las entrenaban bajo la dirección de Vorotnikov para operar con fulgurante rapidez, lo que les permitía cometer sus atentados, o "acciones artísticas", y salir corriendo antes de que nadie se diera cuenta cabal del lío que habían montado o se le ocurriese a las fuerzas del orden intervenir. Obsesionados con la policía, se acercaban en grupo a un coche patrulla y sin encomendarse a Dios o al diablo le daban la vuelta, poniéndolo ruedas arriba. Otras veces, sencillamente lo quemaban.
Lo más curioso es que estas actividades desafiantes, que les dieron una enorme reputación en Rusia, no solo en el mundillo underground o artístico, y solo posibles antes de que Putin volviera a asumir el poder que había confiado a su más tolerante delfín, también les valió un premio del Ministerio de Cultura. Increíblemente, ese premio a la “Innovación” se les concedió por su instalación del año 2010: Polla capturada por el FSB (el FSB es la vieja KGB, con otro nombre).
La obra consistía en un enorme falo, dibujado como un grafiti esquemático sobre el pavimento del puente levadizo en San Petersburgo. Una docena de activistas bien entrenados para hacerlo rápido dibujaron en pocos segundos el miembro viril, de 65 metros de longitud. De momento nadie se percató del hecho, pero por la noche, cuando el puente se levantó, el gigantesco pene quedaba –esa era la gracia-- frente a la sede del FSB (anterior KGB) de San Petersburgo, como una blasfemia subnormal.
El premio del ministerio era de 400.000 rublos (aproximadamente 10.000 euros). Los Voiná se negaron a recogerlo, pero aceptaron la suma y la entregaron de inmediato a una entidad de ayuda a los presos políticos.
Vorotnikov salió de Rusia en 2011, después de que él y su mujer Natalya Sokol fueran detenidos mientras participaban en una manifestación de la oposición en San Petersburgo. Acusados de gamberrismo, corrían peligro de acabar en la cárcel. Intentaron instalarse con sus tres hijos en Praga, luego en Italia, luego en Austria. De todas partes acabaron expulsados por su incívico comportamiento.
Estando en Praga en septiembre del 2016, Vorotnikov compareció ante un periodista de una televisión rusa e inesperadamente dijo que apoyaba la política de Putin, y añadió: "He estado reflexionando sobre nuestras actividades de 2012 y llegado a la conclusión de que no eran, sino, un inepto intento de la intelligentsia liberal de entrar en la política desde la calle. Me he dado cuenta de que a aquella gente no se les debería permitir estar en ningún lugar cercano a la política. La gente que estaba y que sigue estando en el poder resolvió, con gentileza y suavidad, aquella difícil situación de 2012. Me asombró lo bien que actuaron en aquel contexto". Praga era una bonita ciudad, pero no se veía viviendo allí. Él y su mujer, añadió, querían regresar a Rusia, pero no sabían qué sería de sus tres hijos si volvían a prisión.
La extraña entrevista puede verse en internet, hablada en ruso y subtitulada en inglés. ¡Qué cambio de opinión tan inesperado e imprevisible! Es extraño también que desde entonces no se haya sabido nada más de los Vorotnikov, parece haberse hundido en el silencio esa pareja que hasta entonces había dado tanto que hablar.