“Oyes un ruido de origen desconocido y, después de unos pocos momentos turbadores, ves a un buitre que irrumpe en una habitación. La sorpresa es terrible, y no es una broma, un truco…”. Con estas palabras definía Juan Vicente Aliaga en Art Forum la obra más conocida de Joao Onofre (Lisboa, 1976), un vídeo de una docena de minutos, sin título, pero conocido como Buitre en el estudio.
Yo tuve la suerte de ver esta obra tan turbadora por primera vez en el Centro Galego de Arte Contemporaneo, en 2003, es decir, hace ahora 20 años. Desde entonces sigo lo que hace este artista portugués y desde luego varias cosas suyas me han gustado –la serie de fotografías de todos los enterradores de los cementerios de Lisboa, por ejemplo, o su homenaje a una performance silenciosa de Cage, a la que agrega el incendio del piano–, pero mi preferida, con diferencia, es este patético Buitre en el estudio.
Como suele pasar sobre todo cuando un artista es joven, el estudio del artista portugués hace 20 años era sencillo, elemental. En esa habitación, con mesas llenas de documentos, croquis y proyectos pegadas a las paredes, de las que cuelgan algunos dibujos clavados con chinchetas, había colocado una cámara para grabar las evoluciones del animal. ¿De dónde sacó al buitre, cómo lo encaminó a su estudio y exactamente qué se proponía con ello?
No lo sé. Sólo podemos hacer conjeturas y vivir la intensa experiencia de la visión: durante cerca de 12 minutos vemos al buitre completamente desorientado, tratando de entender en qué clase de espacio se halla y buscando cómo salir de él. Alza un poco el vuelo, agita sus grandes alas, se posa sobre las mesas, lo tira todo, vuelve a volar, se posa en el suelo…
Este pobre animal, nos decimos, con un nudo en la garganta, no debería estar ahí. Lo suyo son los espacios abiertos. Un despacho humano, el estudio de un artista, en un lugar totalmente refractario a su naturaleza.
Siempre la intrusión de un ave –un gorrión, una paloma– en un espacio doméstico causa turbación y extrañeza, pues pocas cosas hay tan contradictorias como los seres voladores –que simbolizan la libertad– y los recintos, pero sobre todo porque o bien el ave, asustada, se queda encogida en un rincón, el más inaccesible que puede encontrar, y hay que sacarla de ahí sin demora, pero sin lastimarla, para lo cual tenemos que ingeniar trucos y adoptar posturas ridículas…
…o bien, en busca de una salida que le devuelva al cielo abierto, cada vez más nerviosa e inquieta, vuela y va chocando con las paredes y los muebles, le engaña la transparencia del vidrio y trata de atravesarlo, a menudo lastimándose y dejando rastros de sangre. A veces los golpes que se da la exasperan, la azuzan, y ella misma se precipita, golpeándose en un paroxismo de miedo y desesperación, en la catástrofe de su propia muerte. Hay que hacer todo lo posible para evitarlo, y encaminarla cuanto antes a la libertad. Cuando lo conseguimos a tiempo, antes de que se haga daño, lanzamos un suspiro de alivio. Como señal de su rara desventura y de nuestro malestar, al cabo de un rato encontramos aquí o allá alguna pluma que el pájaro de marras ha perdido… ¿No te ha pasado nunca?
Seguro que Joao Onofre encontró también plumas del buitre, luego de sacarlo de su estudio.
Quien por primera vez contempla a un buitre en vuelo –yo vi muchos desde un observatorio ad hoc en Calaceite, provincia de Teruel–, subiendo y descendiendo del cielo aprovechando las corrientes de aire, con las grandes y potentes alas desplegadas, y proyectándose hacia el suelo cuando ha localizado alguna carroña, no puede menos que sentir a la vez repugnancia y admiración hacia su porte que tengo que calificar de majestuoso, y hacia su extrañeza. Ver a tan espléndida aunque feraz criatura, encerrada entre las cuatro paredes del reducido estudio del señor Onofre nos angustia como ser testigos de un atropello, una injusticia. También nos parece asistir a un acontecimiento que en algún plano de la realidad es algo extraordinario, algo que no debería suceder. Pero sucede. Como cosas decisivas de otro orden funesto, que siempre son inesperadas, un escándalo...
Pero no sólo nos conmueve y nos inquieta el animal aleteando desesperadamente. El vídeo también dice algo sobre la obra humana, que por descontado él no puede comprender ni mucho menos valorar, y que maltrata y estropea. Todo lo vuelca, lo tira, picotea y derriba el buitre. Para él, todos los esfuerzos y la creatividad del señor Onofre carecen del más mínimo sentido. Como ave carroñera que es, es inevitable que el buitre iconoclasta nos recuerde la condición mortal de todo lo que es, el final de nuestros trabajos. Los dibujos, los esquemas, los planos, los proyectos, las notas, las cartas, los papeles del artista los considera el buitre estorbos indescifrables de un mundo adverso. Como todos nos pasamos la vida sentados en uno u otro “estudio”, oficina, despacho, uno no puede menos que sentir que son sus papeles, esquemas, proyectos, sus libros, los que son barridos por una fuerza de la naturaleza que se adelanta a aquella otra que lo barrerá todo cuando llegue la hora. Asocio a todas las “vanitas” de la historia del arte este video hipnótico de Joao Onofre.
Y también lo asocio a una escena de Celebrity, una de las grandes películas de Woody Allen, en la que el protagonista, un periodista ansioso de fama y fortuna, tras muchos años de esfuerzos ha logrado por fin terminar una novela con la que espera triunfar; al anochecer llega su novia, con sus cosas en un par de maletas, para quedarse por fin a vivir con él, según habían acordado. Pero él (Kenneth Branagh) le explica que lo siente muchísimo, que detesta hacerle esta faena, pero sus planes de vida en común deben ser cancelados, porque acaba de conocer a otra mujer, de la que está perdidamente enamorado. Mientras trata de explicarse y de hacerse perdonar, al modo vehemente y ensimismado característico de los antihéroes neuróticos de Woody Allen, no se da cuenta de que la mujer desdeñada se ha ido… llevándose el manuscrito de la novela, de la que él no guarda copia (la película está ambientada antes del tiempo de los ordenadores).
Él intuye la tragedia: sale corriendo en su busca, la ve en la popa de un ferri que se está lentamente separando del muelle para cruzar el Hudson. Desde allí ella le mira con fijeza, mientras va parsimoniosamente arrojando al aire las páginas del mecanoscrito, que revolotean un poco y luego caen para ser arrastradas por el agua…