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Las vistas desde lo alto de Montbau dejan ver el mar. Entre los edificios y las copas de los pinos mediterráneos, el centro de justicia juvenil Can Llupià acoge en su interior a menores que han sido privados de su libertad. La playa queda lejos, pero los muchachos viven el verano en este sistema que intenta darles una segunda oportunidad: hay piscina, talleres, juegos, breves distracciones que enseñan otra forma de convivir.

Para Daniel (nombre ficticio) es el segundo internamiento. Superada la mayoría de edad, sabe cuál será el siguiente paso si vuelve a cometer un delito: la cárcel. Un límite que no está dispuesto a sobrepasar, sobre todo después de una adolescencia marcada por el aislamiento: "Estoy mejorando mi autocontrol, a respetar la convivencia y saber estar", reflexiona en una entrevista con este medio: "Hay que tener cabeza"

'Aquagym' y bingos musicales

Enfoca el internamiento con entereza, lee las anotaciones que tiene hechas en su libreta forrada por las fotografías de sus familiares y amigos y llena de los colorines de subrayadores. Ahora, en verano, comenta el cambio de dinámica con ganas: tras las clases y los talleres organizados por la mañana, acuden a las sesiones de ejercicio físico, hacen futbolines humanos, aquagym y rompecabezas

Incluso, hacen bingos musicales. En la caseta, un rincón que se encuentra al lado de la piscina, compiten al pimpón y toman algo en esos breves lapsos de tiempo que no están marcados por el quehacer diario: levantarse, ordenar el cuarto, asearse y desayunar, continuar con las lecciones, y cumplir las tareas del resto de la jornada. Una rutina necesaria, porque, en muchos casos, hasta ahora habían carecido de ella.

"Tener la mente ocupada"

A su lado, Manel, coordinador del fin de semana, explica el Programa de Ocio, Cultura y Tiempo Libre que desarrolla el centro. "Nunca se habían imaginado ir a sitios de ocio con la normalidad que tienen las familias u otros chavales que no están estigmatizados", explica. A lo largo del paseo, hay tiempo para intimar, asegura, recordando cuando un chaval le señaló un rincón en el que había permanecido drogado durante horas: "De repente, lo veía de otra manera". 

"Lo importante es que tengan la mente ocupada el fin de semana", señala, para que así se mantengan lejos de las actividades disruptivas a las que estaban acostumbrados. Malas compañías, consumo de sustancias, delitos, un ambiente que genera una concatenación de episodios que los ha llevado a estar sentados delante de un juez. Es verano, ¿qué hay de nuevo?

El joven del centro de justicia juvenil Can Llupià enseña el cuaderno en el que tiene anotadas todas las actividades del verano Govern Barcelona

'Diada' sobre Palestina

Nacho, educador social, aprovecha para explicar algunas dinámicas. Por ejemplo, hicieron una diada sobre Palestina: en cocina prepararon comida típica, un grupo de debate pasó por cada aula para explicar el contexto del país, también abordaron su folclore, el idioma, y las noticias más candentes. Así, permanecen conectados con la actualidad, a pesar de no contar con móviles

Cada encuentro es una oportunidad para favorecer la cohesión de grupo. "Intentamos que haya buena energía, que sean solidarios y se ayuden", aun con los contratiempos que se producen, "están acostumbrados a legitimar su actitud a través de la violencia". Ante estos cambios de humor, el educador aplica el principio de desescalar la situación, apartar, y luego recoger. "Cuando esté en disposición de hablar, hablamos de lo que ha sucedido", explica. 

Generar confianza

Con este intercambio, donde se fomenta el diálogo en vez del castigo, se busca fortalecer el vínculo con los trabajadores del centro. "Al dar recursos, aprendizaje, incluso, alternativas en sus vidas, lo que devuelven los chicos, indirectamente, es la autoridad, porque ven que lo que hacemos es válido para su persona y, por tanto, te respetan y creen en ti", es decir, se ganan su confianza. 

Cada vez que Daniel se mueve por el centro, lo hace custodiado. Pasa, como sus compañeros, por los arcos de seguridad cuando termina los talleres, los walkie-talkies comunican a los empleados de seguridad, y los timbres suenan ante la apertura o cierre de cada puerta de este laberinto. Un ambiente que refleja las medidas extremas con las que convive. Impresiona, aunque ya esté como pez en el agua. 

Fachada del centro de justicia juvenil Can Llupià, en Barcelona Govern Barcelona

Siete de cada diez menores no vuelve a delinquir

Cataluña tiene un total de siete centros de justicia juvenil repartidos por el territorio: el propio Can Llupià (Barcelona), cuya capacidad máxima es de 76 varones; Montilivi (Girona), El Segre (Lleida), Folch i Torres (Granollers), L’Alzina (Palau-solità i Plegamans), así como el Oriol Badia (Guardiola de Font-rubí) y Els Til·lers (Mollet del Vallès).

El Departamento de Justicia cuantifica que solo un 9,5% de los menores del sistema de justicia juvenil acaban internados. Alrededor de un 50% cumplen las medidas en un centro abierto, donde tienen libertad vigilada y realizan tareas socioeducativas o prestaciones en beneficio de la comunidad. En todo caso, la tasa de reinserción es del 70%, es decir, siete de cada diez menores no vuelve a delinquir

¿Cómo funciona un centro de justicia juvenil?

Can Llupià es el centro de entrada del sistema de justicia juvenil para el grupo de entre 14 y 18 años. Se prepara un programa individualizado para cada chaval, derivándolos a otro espacio de ser necesario. El régimen es semiabierto y está provisto de un amplio equipo que trabaja los factores de riesgo con los internos, ya sea a nivel de salud, adicciones, actitudes violentas o relaciones intrafamiliares, a partir de varios programas. 

"La etapa adolescente es muy difícil y se trata de acompañarlos y ofrecerles alternativas", explica Manel. Es más, muchos de ellos recapacitan sobre las cosas que han hecho y los envuelve la vergüenza. "A partir de ahí, hacemos que lo afronte y remonte". Con las herramientas que ofrecen, cumplirán la pena interpuesta por un juez a lo largo de entre tres y seis meses, que es el período medio de estancia.

Un punto de inflexión que afectó a la salud mental de esta generación fue el confinamiento por el Covid-19, ya que en aquella época eran preadolescentes. "Esa época de aislamiento tuvo varias consecuencias", asegura. No obstante, uno de los factores de éxito suele ser afianzar la relación con las familias, con las que se trabaja, si así lo desean, para recuperar el vínculo. 

"La vida no es estar aquí encerrado"

"La vida no es estar encerrado, sino con la familia, tener un trabajo, y no celebrar el cumpleaños o las Navidades aquí", sostiene Daniel. Invita a probar las trufas de chocolate que ha elaborado junto a sus compañeros, aunque su especialidad es el pastel de carne y detalla en qué ha aprovechado el tiempo: se ha sacado un ciclo de hostelería y un curso de cuidador de perros, entre otros títulos.

Está preparado para salir y conseguir un trabajo con su largo curriculum, aunque su sueño es tener un caballo y cuidarlo. Un anhelo que puede estar más cerca de lo que espera. Dicen que no da muy buena suerte, pero asegura que vendrá, en un futuro, a visitar el centro e invitará a Manel a tomar un café. Un reencuentro que suelen hacer los antiguos compañeros para contar lo que les ha ocurrido en esos años venideros. 

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