El 28 de septiembre de 1974 abrió oficialmente sus puertas el Teatro-Museo Dalí. Aquel día el propio artista dijo lo siguiente: “Este museo, yo prometo que será el más rico del mundo y no será solo el museo Dalí, será un museo abierto a toda actividad espiritual válida e importante de nuestra época”. Este breve extracto del evento inaugural es una de las pequeñas joyas documentales recogidas en el audiovisual El Teatro-Museo Dalí: historia del arte, breve pero clara, por Salvador Dalí, una proyección de apenas 20 minutos de duración cuya línea argumental parte de un artículo escrito por el pintor catalán, publicado en 1947 en el Dalí News.
El audiovisual, producido por la Fundación Gala-Salvador Dalí y dirigido por David Pujol, no es solo una personalísima y mordaz crítica de la historia del arte, y una pieza clave para descifrar el complejo universo daliniano, sino que además vincula y contextualiza las tres exposiciones conmemorativas: El Teatro-Museo Dalí: un organismo vivo; El aparato fotográfico blando: una visión daliniana y Mis pintores predilectos: Velázquez, Vermeer, Rafael.
Comisariadas las dos primeras por Rosa M. Maurell, jefa de documentación de la Fundación Dalí, y Clàudia Galli, miembro del CED (Centro de Estudios Dalinianos) y la tercera por Carme Ruiz, subdirectora de colecciones y exposiciones, y Lucia Moni, coordinadora del CED, se podrán visitar hasta el verano de 2025 en el emblemático museo ampurdanés.
Su última gran obra, un manifiesto vital
Salvador Dalí (Figueres, 1904-1989) encontró en los restos del antiguo teatro municipal, un edificio clásico, destruido por un incendio al final de la Guerra Civil, el espacio perfecto donde erigir la pieza surrealista más extraordinaria, extravagante y grandiosa del mundo. “Dalí concibe su Teatro-Museo en Figueres, su ciudad natal, como su última gran obra, como su testamento espiritual, como su manifiesto vital. En el plasma su pensamiento, su personaje también, y podemos recorrer toda su trayectoria en un desorden cronológico, como él quería, porque Dalí nos invitaba a entrar en su cerebro y en su manera de concebir el universo”, explica a Crónica Global Montse Aguer, directora de los Museos Dalí.
Dalí concedió a un edificio, que esencialmente había dejado de existir, el regalo de la vida eterna. En el mismo lugar donde yacen sus restos y expuso por primera vez, en 1918 a la edad de 14 años, volcó todo su conocimiento artístico e intelectual, también todas sus obsesiones. “Tenía ante mí una obra por cumplir para la cual no bastaría el resto de mi vida. Gala me hizo creer en esa misión”, confiesa en el documental. A ello se dedicó apasionadamente el resto de su vida.
Entre la vanguardia y la tradición
El maestro surrealista sentía verdadera devoción por los artistas clásicos. “De los anónimos inicios de la historia del arte emergen los nombres casi divinos de Fidias y Prexísteles. Desde su época los grandes nombres de la humanidad nunca han dejado de apuntar hacia su ideal de perfección”, escribió en su artículo Historia del arte, breve pero clara. Y como uno de los grandes que se consideraba, “la eterna fuente de la belleza antigua” siempre estuvo presente en su trabajo, anclando así en los clásicos su pulsión más innovadora y vanguardista. “La obra de Dalí bascula ya desde sus inicios entre la tradición y la innovación o, como él mismo declaraba, la revolución. Dalí parte de un gran conocimiento de la técnica, una gran maestría, pero también quiere plasmar la realidad de la manera más real o fotográfica, como decía, posible. Por tanto recurre a las últimas innovaciones técnico-científicas para plasmar mejor esa realidad. Por ejemplo crea un holograma junto al Premio Nobel de Física Dennis Gabor o recurre a la estereoscopia y nos habla de que quiere llegar a la cuarta dimensión, incluso ir más allá. Hay que situarlo en contexto, esto lo dice en los años 70 por tanto se anticipa una vez más a su tiempo”, sostiene Montse Aguer.
Ese vínculo indiscernible entre lo clásico y la innovación se aprecia tanto en su obra como en todos y cada uno de los rincones del espacio museístico. Basta con elevar la mirada hacia la grandiosa cúpula geodésica que corona el edificio, inspirada en los arquitectos renacentistas como Bramante y ejecutada por el arquitecto murciano Emilio Pérez Piñero.
Pasión por los museos y sus tres referentes
Tanto las tres exposiciones como el audiovisual nos sumergen en aspectos de sobra conocidos del icono del surrealismo pero también nos descubre otras facetas menos exploradas. Por ejemplo que su afán de conocimiento le llevaba a visitar todo tipo de museos y que algunos, incluso, los revisitaba de forma compulsiva como el Museo del Prado durante su juventud. Seguramente fue saciando esta curiosidad infinita donde Salvador Dalí descubrió a los tres grandes maestros que fueron sus referentes a lo largo de toda su vida. La exposición Mis pintores predilectos: Velázquez, Vermeer, Rafael refleja su fascinación por el trabajo de estos autores capitales, en particular por una de las obras maestras de Velázquez de la que decía: “Yo no salvaría el fuego [como Jean Cocteau], salvaría el aire, ya que considero al elemento aire como el más original de la pintura y particularmente en Las Meninas de Velázquez”.
De Vermeer pensaba que era el pintor que mejor reivindicaba el arte de la contemplación y de Rafael le sedujo su ideal artístico, su concepto humanista y su búsqueda de la perfección. “Quién sabe si algún día seré considerado, sin desearlo, el Rafael de mi época?”, se preguntaba. Todos ellos están muy presentes en su inabarcable legado, un legado que permanece muy vivo en su Teatro-Museo que abrió sus puertas hace ya 50 años.