A estas alturas nadie puede negar que el turismo masivo se ha convertido en uno de los grandes problemas de nuestro tiempo, y que pocas ciudades como Venecia, tras demasiadas décadas padeciéndolo, lo sabe. Abocada a morir de éxito, La Serenísima lucha por mantener cierta entereza mientras hordas de turistas fluyen entre sus canales. Pero sucumbir a su belleza cuando recupera su calma o en rincones apenas transitados también es posible. Basta con pasearla a contracorriente, con las luces del amanecer, o escabullirse por itinerarios ocultos tras majestuosos palacios. Esos paisajes venecianos esquivos e inesperados, decadentes y misteriosos, fotografiados por Toni Catany y Michael Kenna, configuran la exquisita muestra Kenna-Catany. Venecia, que el próximo 19 de septiembre abrirá sus puertas en la emblemática Sala Parés de Barcelona.
Paisajes interiores
Toni Catany (Llucmajor, 1942-Barcelona, 2013) pensaba que fotografiar un tópico no era fácil, tampoco conseguir imágenes lo suficientemente buenas como para contagiar a los demás su fascinación. También que un paisaje existe cuando una mirada sabe descubrirlo y reconocía que en Venecia había encontrado el material justo para mostrar su paisaje interior.
Explica Antoni Garau, director de la Fundación Toni Catany, a Crónica Global que esta complicidad tan enriquecedora era fruto de la fascinación que sentía por una ciudad que, “como decía Goethe, no puede compararse a nada que no sea ella misma, porque en la ciudad desierta, y con el eco de sus propias pisadas, Catany puede registrar momentos de luces y sombras que son los suyos, porque allí pierde la noción del tiempo”.
Enamorado confeso de la belleza eterna de la urbe italiana, regresaba a ella una y otra vez, y lo hacía, precisa Grau, casi siempre acompañado: “En sus cuadernos de viaje encontramos anotaciones frecuentes en las que cuenta que los mejores viajes son aquellos en que la compañía comparte una misma manera de entender la belleza”.
Una Venecia inesperada
Solo o en compañía, lo cierto es que el fotógrafo mallorquín pertenece a esa selecta estirpe de autores capaces de encontrar la belleza en lugares insospechados, esos que pasan desapercibidos para la gran mayoría. “Más que seguir el itinerario turístico, me ha gustado siempre perderme dentro de este laberinto de calles y callejones, de canales de aguas oscuras o luminosas, y de puentes que te llevan a otras callejuelas de casas modestas que están junto a grandes palacios, a explanadas con iglesias de interiores suntuosos, o calles sin salida que te obligan a rehacer el camino; con la sorpresa siempre, al dar la vuelta a la esquina, de una visión inesperada […]”, decía Catany.
Artista autodidacta, el de Llucmajor poseía una sensibilidad única, y una estética pictórica inconfundible, que trasladaba a toda su obra ya fueran paisajes, sus gentiles desnudos masculinos o sus delicadas naturalezas muertas, que también se expondrán en la galería de la capital catalana. Kenna-Catany. Venecia es la confluencia de dos miradas únicas, de dos grandes artistas que, aunque nunca se conocieron, compartían sensibilidades y admiración mutua.
Kenna y el encanto de una belleza inagotable
Ambos fotógrafos recorrieron y fotografiaron durante años la ciudad de los canales. El artista británico ha visitado Venecia en más de 20 ocasiones. “A lo largo de mis 50 años de fotografía, me ha fascinado la atmósfera inherente a la resonancia y la pátina del paso del tiempo, y estoy convencido de que podría pasar toda la vida en Venecia sin siquiera acercarme a agotar la creación”, sostiene Michael Kenna.
Y mientras que Catany solía adentrarse en la discreta Venecia oculta tras la plaza de San Marcos y el bullicio de Rialto, Kenna encuentra en los amaneceres los muchos encantos de una ciudad que él mismo define como deliciosamente bella y misteriosamente seductora. “Mientras caminaba en febrero de 1980, también temprano por la mañana, comencé a fotografiar algunos postes de amarre, extrañamente ausentes de góndolas u otros barcos. Después de revelar mi película, unas semanas más tarde, me encantó encontrar un fotograma, realizado entre la luz y la oscuridad, que mostraba las líneas de los barcos que pasaban, creando un horizonte que no podía ver en la niebla […]. Ahora creo que esta imagen en particular fue probablemente el comienzo de mi actual odisea veneciana, que continúa hoy”.