Júlia Salander, politóloga, analista de datos y feminista: “El feminismo es necesario porque seguimos en un sistema machista”
Creadora del podcast ‘Abro paraguas’ y autora del libro ‘Tu argumentario feminista en datos: 150 razones para combatir el machismo’, se ha posicionado como una de las voces más lúcidas e incisivas del feminismo
22 septiembre, 2024 00:00Noticias relacionadas
Graduada en Ciencias Políticas en la Universidad de Barcelona y experta en análisis de datos, Júlia Salander acumula miles de seguidores en Instagram y TikTok y cada semana analiza temas de actualidad sobre feminismo en su popular podcast, Abro Paraguas (Podimo).
En esta entrevista con Crónica Global habla sobre la importancia de los datos en la lucha contra la desigualdad, sobre cómo impacta el consumo de pornografía en los jóvenes y sobre la indiferencia generalizada que provoca la situación de las mujeres en Afganistán.
- ¿Por qué son tan importantes los datos para luchar contra la desigualdad de género?
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Para mí, los datos son súper importantes por varias razones. Primero, porque ayudan a visibilizar un problema. Cuando tú tienes datos sobre algo, te ayuda a entender la magnitud de ese fenómeno. La teoría es crucial porque, sin ella, los datos al final son números, en sí mismos están muertos, pero creo que son necesarios para complementar los dos mundos.
Por una parte, vamos a interpretar la realidad, pero por la otra necesitamos conocer la realidad. Yo necesito saber el número de feminicidios, el número de denuncias sobre agresiones sexuales o qué porcentaje de agresiones sexuales se denuncia.
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Los datos me ayudan a entender que no va de mí, que no soy yo, que yo no fui culpable, que no me merecía esto, sino que es algo estructural y para entender esa estructuralidad necesitamos datos. Al final yo soy politóloga, esa es mi rama de especialidad y vengo de estudiar fenómenos sociales. Sin números estamos perdidas.
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Permite tener una visión más precisa de los problemas.
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Exacto. Por ejemplo, haces una política pública, ya sea la ley del solo sí es sí o cualquier otra ley relacionada con el feminismo; si yo quiero ver el impacto necesito un indicador, una métrica. Es decir, si necesito una política pública para reducir las agresiones sexuales, necesito saber cómo eran antes y cómo son después. Para eso necesitamos los datos, porque si no estamos haciendo política pública de la inspiración divina de alguien.
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Tenemos localizados los problemas, tenemos las estadísticas, ¿por qué cuesta tanto erradicarlos?
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Cuesta mucho por varias razones. Una porque, al final, estamos hablando de algo muy complejo. Hablar de feminismo, de la violencia que sufrimos las mujeres es algo multidimensional que no solo afecta a España, es algo global. En cualquier país del mundo hay machismo. Es algo que está arraigado en nuestra forma de socializar, en nuestros propios pensamientos, en la estructura social.
Pienso por ejemplo en temas de maternidad, ¿cómo nos organizamos con las familias?; en conciliación, ¿quién se pide los permisos de baja maternal?, ¿cómo se reparten las tareas domésticas? Al final, hablar de feminismo es hablar de cómo nos organizamos socialmente.
Entonces, claro, una ley ahí es un parche. Obviamente las leyes son necesarias para avanzar, pero con una sola ley no cambias toda una sociedad, no cambias toda una mentalidad.
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Necesitamos los datos y las leyes, pero ¿no cree que todo pasa por educar en el respeto?, ¿por generar conciencia?
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Creo que en general estamos en un momento de mucha apatía por la política, por las instituciones, pero también pienso que es crucial educar a la sociedad. Y esto no lo lograremos con datos, pero con ellos lo que sí identificaremos es hacia qué dirección hay que ir. Por ejemplo, datos sobre pornografía, el hecho de poder saber cómo se consume pornografía, la edad a la que empiezan los jóvenes a acceder a ese tipo de contenido, ahí las cifras te ofrecen el termómetro, pero no son el ibuprofeno.
Siguiendo con la metáfora, saber la temperatura, saber que hay niños de 13, 12, 11 años accediendo a ese tipo de contenido nos ayuda a entender que hay que ir por ahí. Cómo resolvemos eso, cómo incidimos en la raíz ya es otra cosa, no lo haremos con números, lo haremos con educación, con políticas públicas, con mucha conciencia de entender por qué eso está mal.
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Empiezan muy jóvenes y consumen un porno violento, ¿cómo abordar algo así?
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Claro, una cosa es el diagnóstico, pero otra cosa es, ahora que ya está diagnosticado, ¿cómo lo hacemos?, qué hacemos, ¿prohibimos la pornografía?, ¿la restringimos en todo el país?
Todo esto al final se gestiona con los móviles, se ha de poder restringir que un menor de edad acceda a eso. Si nos controlan todo, ¿cómo no se va a poder?, si estamos hablando de IA, de enviar gente a la Luna, ¿no podemos restringir la pornografía en menores?, que no nos tomen el pelo. A nivel tecnológico se puede, otra cosa es que haya interés por hacerlo.
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Sacamos los debates morales cuando interesan.
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Exacto. Además, es que en este tema concreto de la pornografía es muy flagrante porque no hay educación sexual. La poca educación sexual que tenemos es aprender a poner un condón en un plátano o, como mucho, clases de biología, ya está.
No se habla de ITS, no se habla de placer, de consentimiento ni de deseo, que para mí la educación sexual debería estar centrada en esto, que desde bien pequeñas y pequeños, con un lenguaje adaptado a la infancia, se pusieran estos temas encima de la mesa, porque si no lo hacemos nosotras lo hará el porno y el porno no va a hablarle diferente al menor, le enseñará un vídeo violento de una sexualidad completamente distorsionada.
Falta mucho por hacer, sobre todo en materia de educación sexual porque luego miramos lo que ha pasado en Francia y pensamos: "¿Cómo ha podido pasar algo tan monstruoso?". He pensado mucho en esa mujer [Gisèle Pelicot], en esa hija, durante tantos años, tantos hombres y nadie hizo nada. Porque ya no solo son los hombres que fueron y lo hicieron, sino los poquitos hombres que rechazaron y los muchos hombres que verían esos anuncios, ¿cómo nadie hizo nada? Al final estamos en un sistema. Todo lo que el porno enseña, todos los mensajes que lanza son que la mujer es un objeto con agujeros que hay que rellenar, ese es el mensaje y el vídeo acaba cuando se corre el hombre, el placer de la mujer es algo secundario.
Si tú estás expuesto a estos mensajes constantemente, que es lo que llamamos cultura de la violación, te han educado para que hagas esto. Siempre hay este debate, ¿hasta qué punto eres un hijo sano del patriarcado?, ¿hasta qué punto acabas de ser responsable de tus actos porque es como te han educado?
Pienso mucho en los juicios de Núremberg, es decir, en el nazismo, en esa época en la que todo el mundo estaba expuesto a estos mensajes y salía Hannah Arendt a decir: y ahora ¿qué hacemos con esto?, ¿hasta qué punto hay una responsabilidad individual o colectiva? Todos estos 51 hombres identificados, pero sabemos que son más, todos ellos eran, y digo entre comillas, “normales”, porque no me gusta llamarles monstruos, no son monstruos. Era un funcionario, un periodista, un bombero, un policía, profesiones normales, gente aparentemente normal, casados, con hijos. Entonces, ¿qué pasa? Creo que como sociedad nos hemos de hacer preguntas, ¿cómo es posible que esto ocurra?
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Queda mucho por hacer.
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A veces pienso: "Hemos de cambiar la forma de comunicar, hemos de cambiar el discurso y adaptarlo para que no se sientan atacados, pero ¿yo he de hacer esto realmente?, no es mi labor, no tengo que hacer pedagogía".
Nadie nace feminista. Todas hemos recibido los mismos mensajes machistas del sistema, todas, y nosotras hemos hecho un trabajo individual y colectivo, y reconocemos: "Vale, todos estos pensamientos, todas estas actitudes son machistas". Yo misma me encuentro a mí misma diciendo "esto no es coherente"; a veces me cuesta llevarlo a la práctica, obviamente no somos robots, pero si yo estoy haciendo un trabajo, esforzándome para ser mejor persona, mejor ciudadana y mejor feminista, ponte a trabajar, ponte las pilas.
Para que lo entiendan intento buscar siempre paralelismos. Por ejemplo, con la lucha de clases se entiende muy bien. ¿Tú te imaginas al obrero descafeinando su discurso para que el empresario burgués no se sienta atacado?, ¿qué pensarán todos estos hombres cuando escuchen este ejemplo?, pensarán: “No, el obrero ha de estar haciendo piquetes, liándola parda para reclamar sus derechos”. Y aquí lo que queremos es reclamar nuestros derechos, que no se nos oprima ni se nos violente. Yo no quiero tener miedo andando por la calle, no es justo, no quiero ese mundo ni para mí ni para mis hermanas ni para mis hijas ni para nadie.
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En el podcast da voz a un amplio abanico de opiniones; sin embargo, tendemos a ser bastante inflexibles con nuestro punto de vista, ¿nos falta cultura de debate?
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Sí. Creo que hemos perdido o estamos en proceso de perder la capacidad de debate, la capacidad de escucha. A veces sentarte delante de alguien a debatir la gente lo interpreta como que estás legitimando su discurso y no es así.
El objetivo del podcast es hacer un escáner de la sociedad, sobre todo en temas de feminismo, ver dónde se producen los debates y dar voz a un debate que ya existe. Porque, aunque no nos guste, hay gente machista, gente racista y para desarticular todo ese discurso es necesario escuchar a esta persona, entender bien qué está pensando, qué hay detrás de este discurso y, con debate, intentar cambiar esta percepción.
Con el tema de la prostitución lo vemos clarísimo. Hay mucha gente abolicionista y mucha que no lo es y que está más por la regularización de lo que llaman trabajo sexual. Pero la mayoría no tiene una posición formada. Para mí estos debates primero lanzan un mensaje de que sí se puede debatir. Si solo te quedas en Twitter, la sensación que te llevas de la humanidad es que es horrible, la cultura del zasca, de no escuchar, de querer humillar, hundir a alguien, no hay intención de escucha, de entendimiento.
Por tanto, para mí el debate pone sobre la mesa que se puede hablar de estos temas, puedes juntar a dos personas que piensan diferente y saldrá una conversación súper enriquecedora. Y luego hay mucha gente que no está en este hooliganismo del blanco-negro, hay mucha gente que está en el medio, que se hace preguntas y que quiere informarse. -
No todo el mundo leerá un libro de 200 páginas de Judith Butler, pero quizás un podcast de una hora sí que escucha. Por tanto, mi objetivo es ese, romper esta dinámica de redes, de polarización, de rabia, de odio.
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En materia de igualdad, ¿hemos avanzado o retrocedido?
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Creo que hemos avanzado en ciertas cosas y en otras cosas el sistema ha reaccionado. Por una parte, cada vez somos más conscientes, identificamos más el machismo, un machismo que ha existido siempre.
Últimamente, cuando nos cuestionamos sobre si hemos retrocedido o avanzado pienso mucho en Gisèle Pelicot. A esta mujer le hacían esto desde hace 10 años, ¿por qué ahora pasa esto? Ahora hay una reacción social sobre este caso que quizás si hubiese salido a la luz hace 10 años hubiera sido totalmente diferente: ¿cómo no se daba cuenta?, ella debería haber sido consciente, habría sido un juicio hacia ella y no hacia los hombres. Entonces pienso que en muchos aspectos hemos avanzado: a nivel de diagnóstico, de tomar conciencia, hay una parte de la población cada vez más feminista. Luego obviamente el sistema reacciona, es que si no el feminismo no tendría sentido. -
El feminismo es necesario porque seguimos en un sistema machista, un sistema que se siente amenazado, porque el feminismo lo que hace es poner encima de la mesa lo que ya no es tolerable como sociedad.
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El ideal de belleza es una forma de opresión. La belleza ahora es casi una prioridad, pero también tenemos otros argumentos, otros referentes que parecen no interesar.
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La presión estética ha cambiado mucho. Hace 30, 40 años lo que principalmente había era un rechazo a envejecer, eso ha existido siempre, sobre todo en las mujeres, a medida que cumplimos años se va poniendo encima de la mesa que nos alejamos de la juventud y eso se nos ha enseñado como algo negativo. Cuando pensamos en retoques estéticos o en quién se operaba o se ponía bótox antes, principalmente eran mujeres maduras para parecer más jóvenes. Ahora una niña de 18 años que se pone bótox no está pensando en la juventud, está pensando en la belleza en sí misma.
Antes lo que se buscaba era que no se notaran las arrugas, los signos de envejecimiento. Ahora lo que se busca es cambiar tu cara, tu cuerpo, alterar tu forma corporal para adaptarte a un canon de belleza, y esto es violencia, es presión y estos mensajes merman nuestra autoestima, nuestra percepción sobre nosotras mismas, el entender que somos un escaparate, un mero objeto decorativo, que hemos de ser bellas porque si no lo somos no somos escuchadas ni valoradas. -
En los hombres claro que también hay presión estética, la calvicie, la barriga… pero hay algo que para mí es inherentemente diferente, para el hombre ser bello es un plus, un extra, un complemento, en nosotras es una necesidad para ser vistas.
- La publicidad tampoco ayuda, debería estar regulada.
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Exacto, al igual que hay regulación con el tabaco, con el alcohol porque se entiende que son perjudiciales para la salud, para mí esto es perjudicial para nuestra salud mental. Mensajes y publicidades que van dirigidos a mermar tu autoestima, a generar una inseguridad en ti para luego ofrecerte una solución es donde se dan la mano el capitalismo y el patriarcado.
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Recientemente hablaba sobre la situación de las mujeres en Afganistán. ¿Cómo se explica que nadie, ni los organismos internacionales ni nosotros como sociedad, haga nada?
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Yo de verdad no lo entiendo. Veo una doble moral y creo que a nivel internacional han pasado tres cosas donde vemos bastantes diferencias. Uno, la guerra de Ucrania; dos, el genocidio de Israel a Palestina, y tres, lo que está pasando en Afganistán. Aquí vemos un patrón clarísimo.
A nivel de medios, ¿qué es lo que más ha interesado?, Ucrania, ya sea por un tema de cercanía o de intereses políticos y económicos; de Israel y Palestina también se ha hablado mucho, pero de lo que menos se habla, con muchísima diferencia, es de lo que pasa en Afganistán.
Da la sensación de que si solo afecta a las mujeres no importa. Entonces ¿qué se puede hacer a nivel individual?, es muy difícil. Creo que lo que podemos hacer como sociedad es indignarnos, demostrar que la opinión pública está interesada por estos temas, aunque luego el margen de actuación a nivel de país pues quizás sea poco, pero al menos intentar iniciar un camino.
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¿Compensa estar tan expuesta a los ataques?
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Me compensa un 200%. Entiendo que los ataques que puedo sufrir no es algo que me ocurra solo a mí, al final no es un ataque a mi persona porque yo realmente doy igual. Yo no explico mi vida, yo hago activismo, visibilizo temas, me hago preguntas, expongo mis análisis y mis reflexiones y ya está. Cualquier persona que me ataque no me ataca a mí, ataca la idea.
La exposición tiene partes positivas y partes negativas. Cuanto más altavoz tienes, más molestas al sistema. Parte de esa reacción, lo que da miedo no es quién soy, lo que da miedo es lo que estoy diciendo, y lo puedo decir yo, pero si yo fuese María, Paula o Natalia daría igual. Esto lo vemos mucho en política. La violencia política que sufren las mujeres, sean del color que sean, ya sea una Irene Montero, una Ada Colau, una Inés Arrimadas, una Ayuso, el nivel de violencia en política que reciben las mujeres es abrumador, y en los hombres no pasa.
A mí, ser visible en redes me da igual, yo no importo, lo que me importa es poder incidir en la opinión pública, poder poner temas y reflexiones encima de la mesa y visibilizar un problema, y como veo que lo estoy consiguiendo, me compensa.