Cristina, acusada de matar a su hija Yaiza, de 4 años, el 31 de mayo de 2021 en Sant Joan Despí (Barcelona) se juega su libertad a una sola carta: convencer al jurado popular que la juzga en la Audiencia Provincial de Barcelona de que cuando acabó con la vida de la niña sufría una alteración mental. Es su baza para tratar de salir absuelta, frente a la petición de la fiscalía y la acusación pública, que solicitan la prisión permanente revisable.
Las abogadas de la defensa, Alba Escoda y Eugenia Sobrino, sostienen que las alteraciones esquizofrénicas y depresivas que supuestamente sufre la procesada, y que se agudizaron tras una turbulenta separación, fueron las que la empujaron a matar a la niña. “El estado de ánimo no es lo mismo que las capacidades mentales”, rebatió el fiscal, Félix Martín, durante la primera sesión del juicio.
El testimonio de las enfermeras
Este martes prestaron declaración algunos de los testigos clave en este caso. Sin embargo, sus testimonios quedaron eclipsados por el crudo relato del padre de la niña -que dijo haber muerto con ella- y de la abuela materna -la persona que halló fallecida a la menor-, que acapararon el foco mediático.
Las claves, no obstante, las dieron dos enfermeras de Urgencias del Hospital Moisès Broggi de Sant Joan Despí, el centro hospitalario en el que ingresó la acusada después de matar a su hija e ingerir una elevada cantidad de fármacos para intentar suicidarse.
La cronología de los hechos
Las sanitarias han explicado que la mujer llegó en estado “muy grave”, pero fue recuperando la consciencia durante el transcurso de la madrugada. Sobre las seis de la mañana, cuando se asomaron al ventanuco del box, observaron que Cristina estaba despierta. Sin embargo, cuando entraron simuló estar inconsciente. Finalmente, mientras las enfermeras le tomaban las constantes, entabló una breve conversación con ellas.
El inicio de esta charla espontánea fue un tatuaje con el nombre de Yaiza. Una de las enfermeras, que en sede judicial ha reconocido que ya conocía los hechos, le preguntó por qué llevaba ese nombre grabado en la piel. “Es mi hija”, le respondió ella. Al preguntarle dónde estaba la niña, la madre confesó y explicó a las sanitarias que la había matado dándole pastillas y ahogándola con una bolsa porque su ex “no la quería” y porque la niña le había dicho “que le gustaba estar en la casa en la que había convivido con su expareja”.
Además de este relato, ya conocido, las sanitarias han deslizado un dato que podría poner contra las cuerdas a Cristina. Las dos han asegurado que, pese a la somnolencia con la que relató lo sucedido, pues seguía bajo el efecto de los sedantes, estaba lúcida y su discurso era coherente. La mujer especificó que le dio las pastillas de lorazepam a la niña la noche del domingo, tras cenar en McDonalds y que, el lunes, como Yaiza "seguía respirando un poco", decidió asfixiarla con una bolsa de plástico. Antes, se duchó y sacó a pasear a su perro Bruno por el parque. Estos detalles probarían que la mujer planeó la muerte de su hija y que no lo hizo en un arrebato ni en un momento de enajenación mental. “No mostraba ninguna emoción, ni culpa, ni remordimiento”, concluyó una de ellas.
Un discurso coherente
Los otros testimonios que acorralan a Cristina son la secretaria del colegio al que iba Yaiza y sus propios compañeros de trabajo.
La docente ha confirmado que la mañana de ese lunes, el día del crimen, la acusada llamó por la mañana al centro educativo y se presentó como “la madre de una niña de P4”. Recuerda que Cristina fue muy parca en palabras, pero la información que proporcionó sobre la niña fue correcta y coherente, señalando el nombre de la tutora y añadiendo que se ausentaría por encontrarse indispuesta. “Se le entendía bien, aunque tenía que sonsacarle las palabras. No le di más importancia”, ha recordado.
Por su parte, la coordinadora de la farmacia hospitalaria en la que trabajaba Cristina, en el Hospital Plató de Barcelona, ha confirmado también que, ese mismo día, dos horas después, a las 10.39, la acusada escribió en el chat de compañeros diciendo que se tomaría el día libre porque no se encontraba bien. De hecho, este mensaje motivó que una de sus compañeras en el hospital durante 14 años y amiga de la acusada le escribiese un mensaje por un chat privado: “¿Vas a ir al médico? Si te dan una baja no te lo contabilizarán como día de asuntos propios”, le dijo a Cristina. “Ya, voy a ver si duermo. Gracias”, contestó ella.
Obsesionada con Rociíto
Hasta ese momento, tanto la coordinadora como su amiga y compañera niegan que apreciaran una alteración en su comportamiento o en su rendimiento, más allá de estar molesta por el turno, que le impedía pasar mucho tiempo con su hija.
Sólo en los últimos días, precisó su amiga, “se quejaba de que tenía un nudo en el estómago y estaba obsesionada con el documental de Rocío Carrasco”, Contar la verdad para seguir viva. Decía que tenía miedo de que le quitasen a la niña. Un miedo que no estaba justificado, porque incluso su propia madre ha aclarado este martes que el padre de la niña, Sergio, nunca les impidió que pasaran tiempo con la menor. Al contrario. Él fue quien pidió que la custodia fuese compartida, frente a ella, que la solicitó en exclusiva a sus espaldas.
Además, nunca mencionó que su expareja hubiese rehecho su vida y que ella lo acosaba con mensajes para rogarle que volviesen a estar juntos. Construyó un relato antagónico, perfilándolo como un controlador que quería retomar la relación con ella.
El robo en el hospital
Sus compañeros nunca sospecharon nada. De hecho, nadie se dio cuenta del gran acopio que hizo de fármacos de forma irregular, sustrayéndolos de la farmacia hospitalaria.
En el neceser que apareció junto a la cama en la que yacía muerta Yaiza había diazepam, lorazepan, alprazolam, codeína, tranxilium, fentanilo y tramadol. Cuando la policía pidió al hospital que hiciesen un recuento para cotejar si habían salido de la farmacia en la que trabajaba Cristina, la coordinadora ha desvelado que “había un descuadre importante, de magnitud de centenares” de comprimidos.